La pérdida de Cataluña peor que la pérdida de Cuba

Las declaraciones del ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, relativas a la independencia de Cataluña, han sido tan estrambóticas y apocalípticas que incluso se ha hecho eco la prensa internacional. Textualmente, Margallo dijo: «De una crisis se sale, un ataque terrorista se supera, pero la disolución de España es absolutamente irreversible». Son palabras muy fuertes, es cierto, y es normal que millones de personas, al leerlas, se hayan quedado asustadas. Pero creo que tenemos que agradecérselas, en vez de condenarlas, porque son sinceras, son la expresión sintética de un sentimiento profundo según el cual España es el principio y el final de todas las cosas. Como he dicho a menudo, España no es un Estado, España es una religión, y en la religión española «el Verbo» es España: «Al principio ya existía España, y España estaba con Dios, y España era Dios». A partir de aquí, con esta concepción del mundo, la independencia de Cataluña es vista por los fieles españoles -desgraciadamente la minoría infiel es testimonial- como una herejía contra la que todo vale. De hecho, la sola pronunciación de la palabra ‘independencia’ ya se considera una blasfemia abominable.
Hay, pues, que situarse en la marco mental de esta religión para comprender la virulencia de sus fieles contra el proceso catalán; hay que mirar el Proceso con su mentalidad para comprender la reacción grandilocuente y histriónica que les provoca, hasta el punto de rasgarse las vestiduras y vivir como una tragedia cataclísmica la libertad catalana. Es así, porque para ellos la existencia de una Cataluña Estado constituirá, como confiesa honestamente Margallo, un trauma de proporciones infinitamente superiores a las de una crisis económica o un ataque terrorista. Tan infinitamente superiores, que sólo de imaginarlo ya se les encoge el corazón.
El señor Margallo ha sido muy explícito diciéndonos que las dramáticas consecuencias de una crisis económica -millones de personas en paro, desahucio de cientos de miles de familias, incremento escandaloso de la pobreza infantil, incremento no menos alarmante de la exclusión social, recortes presupuestarios en servicios básicos, como sanidad y educación, ataques directos a las pensiones mediante la expoliación del Fondo de Reserva de la Seguridad social…-, o las no menos dramáticas consecuencias de atentados terroristas, son irrelevantes comparadas con la libertad de Cataluña. Todo es superable menos eso. Esto es el apocalipsis. Se dirá que es patético que España piense así, y sí lo es, pero los hechos en esta vida no nos afectan por su naturaleza, sino por la forma en que los vivimos. Así como hay gente que ve el apocalipsis en el matrimonio de hombres con hombres o de mujeres con mujeres, también hay gente que no se imagina nada más terrorífico que ver Cataluña como miembro de las Naciones Unidas. El señor Margallo nos viene a decir lo siguiente: ‘Los españoles podemos superar las más grandes calamidades humanas, podemos superar los más grandes desastres naturales, podemos superar las bombas, las masacres y los ríos de sangre, pero no podemos superar que Cataluña tenga un lugar en el mundo como lo tenemos nosotros’.
Para una mentalidad nacional (e irracional) así, es lógico que la pérdida de Cuba, en 1898, supusiera un trauma de dimensiones gigantescas que tardó muchos años en apaciguarse. Allí, en aguas del mar Caribe, algunos de los rasgos principales caracterológicos españoles, como el orgullo, la hombría, la soberbia…, sufrieron una humillación indescriptible. Y, sin embargo, todo lo convierte en insignificante frente a la pérdida de Cataluña en el horizonte. No es lo mismo perder las colonias lejanas que perder las que están al lado. Esto es aún más traumático, porque para el orgullo, la hombría y la soberbia, resulta indigerible. Para entendernos: una cosa es resignarse a la ‘conllevancia del problema catalán’, como quien sufre reuma, y ​​otra muy distinta tener que asumir la independencia de Cataluña. Será, pues, esta actitud lo que hará que la independencia catalana provoque en España un choque emocional tan colosal, tan estratosférico, que tardará siglos en superarlo. Para ser precisos, España saltará por los aires, porque, por razones de orgullo, de hombría y de soberbia, preferirá autodestruirse que ‘conllevar’ la existencia de un Estado catalán. Quizá me equivoque, pero me parece que preferirá disolverse que tener que aceptar la libertad de un pueblo al que daba por conquistado.

EL MÓN