No tienen valor de encerrar a Homs en prisión

La filtración del 22 de septiembre, procedente de la Fiscalía española, según la cual Francesc Homs, exconsejero de Presidencia, será inhabilitado por su papel institucional en la celebración de la consulta del 9-N, es mucho más noticia que la de inhabilitación en sí misma. La inhabilitación, no hace falta decirlo, es repugnante y escandalosamente antidemocrática, pero la verdadera noticia, el auténtico meollo periodístico del hecho es la filtración.

En España, como en los tiempos del franquismo, aquel régimen que el PP siempre se ha negado a condenar, entre otras cosas porque una de sus figuras más destacadas fue fundador del partido, se siguen conociendo las sentencias contra los acusados políticos antes de que sean dictadas por los tribunales. Y es que diga lo que diga el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, Carlos Lesmes -¡qué cara! -, ha sido la misma Fiscalía la que ha demostrado que la sentencia contra Francesc Homs ya estaba dictada de antemano. Es así de enorme: en el siglo XXI, en España, todavía hay juicios políticos, todavía hay juicios contra las personas que, por lealtad a los Derechos Humanos y a la radicalidad democrática, se niegan a acatar leyes totalitarias que prohíben las urnas y que criminalizan el voto.

Para el independentismo de raígambre, este estado de cosas no tiene nada nuevo. No hace falta ver un toro a tres pasos para darse cuenta de que la separación de poderes inherente a todo Estado de derecho no existe en el Estado español, y que los tribunales no son más que un instrumento ideológico al servicio del poder político. Pero hay gente de buena fe que necesita que las evidencias sean muy grandes para reaccionar, y el juicio político contra Francesc Homs es una fehaciente por completo. Huelga decir que detrás vendrán los juicios no menos políticos contra la presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, el expresidente Artur Mas, la exvicepresidenta Joana Ortega y el exconsejera Irene Rigau. No los hacen todos juntos para poderlos rentabilizar estratégicamente de acuerdo con sus intereses coyunturales.

Todo ello, sin embargo, no es más que una graciosa exhibición de impotencia. La impotencia de un Estado que se sabe en falso, democráticamente hablando, ante un proceso catalán que, como dice el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margalló, «avanza a toda máquina». Están asustados y se duelen de tener un gobierno en funciones, porque, resalta Margallo, esto equivale a hacer «un combate de boxeo con una mano atada a la espalda». Fijémonos en que todos los símiles que hace esta gente son violentos y primarios, fruto de una mentalidad absolutista en la que el disidente no debe ser escuchado, debe ser abatido.

¡Tienen todo el aparato del Estado, todas las estructuras de poder, todas las cloacas y todos los presupuestos a su servicio contra Cataluña y se duelen de ser débiles! Pues bien, sí que lo son. No lo serían en el corazón de Latinoamérica. Pero en el corazón de Europa, a pesar de las muchas carencias de la Unión Europea, son débiles, porque aquí no pueden hacer lo que les pide su historia de imposición y de aplastamiento de pueblos, culturas y lenguas. Si han llegado a negar la aniquilación del maravilloso patrimonio lingüístico de aquel continente, imponiendo su «lengua de encuentro», ¿por qué deberían tener escrúpulos a la hora de negar que, me materia política, su gobierno y sus tribunales sean una misma cosa?

Están doctorados en negacionismo, y sin embargo son débiles. La prueba es que no se atreven a encerrar en la cárcel a Francesc Homs. No se atreven a hacerlo, porque son cobardes. Muy cobardes. Inmensamente cobardes. Por eso tampoco tienen valor de encarcelar a Artur Mas, Carme Forcadell, Joana Ortega e Irene Rigau. Les tiemblan las piernas sólo de pensarlo. Querrían hacerlo, claro que sí. ¡Por supuesto! Pero no tienen valor. No lo tienen, porque la imagen de este encarcelamiento, además de dar la vuelta al mundo, sería la constatación del paroxismo totalitario al que puede llegar el Estado español para aplastar una vieja nación de Europa, que el único delito que ha cometido es querer votar para decidir su futuro político. He aquí una de las cosas buenas que tiene la democracia: retrata descarnadamente quienes son alérgicos a ella.

EL MON