Barcelona en Común y el franquismo

Creo que el gobierno municipal del Ayuntamiento de Barcelona, a cargo de Barcelona en Común (BComú), ha conseguido plenamente su objetivo en cuanto a la exposición «Franco, Victoria, República», que estará en el Born Centre cultural entre el 18 de octubre y el 8 de enero. Querían hacer algo que llamara la atención y lo han conseguido. Este artículo es la prueba.

No hay duda de que poner estatuas franquistas en la calle hace que mucha gente se frote los ojos. Por lo menos, en una sociedad democrática como la catalana. También llamaría la atención que el Ayuntamiento de Berlín pusiera estatuas hitlerianas en el espacio urbano. La diferencia es que en Alemania está prohibida la exhibición de símbolos nazis mientras que en el Estado español se ven constantemente símbolos franquistas en estadios y manifestaciones sin que la policía actúe. ¿Cómo se explica esta diferencia? Pues se explica de manera muy sencilla: Hitler fue derrotado, Franco murió en la cama. El primero es conocido como una de las figuras más execrables de la historia, el segundo todavía tiene monumentos en Tortosa, por voluntad del alcalde Ferran Bel, calles en Lleida a nombre de alcaldes vinculados a crímenes de su régimen, por voluntad del alcalde Àngel Ros, y una asociación subvencionada que vela por su «legado». De hecho, hay un partido político, el Partido Popular, que, además de ser fundado por uno de sus ministros más destacados, se sigue negando a condenar el franquismo y lo protege, como se demuestra en las instrucciones que la fiscal general el Estado ha dado a todas las fiscalías para que se opongan a la investigación que la justicia argentina está haciendo de aquellos crímenes. Esto explica por qué un hecho ignominioso que en Berlín habría supuesto la dimisión del actual alcalde de la ciudad, Michael Müller, en Barcelona, en cambio, no sólo no ha forzado la dimisión de la alcaldesa Ada Colau, sino que ésta y su gobierno se jactan de ocupar el espacio urbano con simbología fascista.

Estamos en 2016, y, por tanto, todavía hay muchas personas que experimentaron en carne propia las barbaridades de aquel régimen genocida o que conservan vivo el recuerdo de los familiares que fueron víctimas mortales suyas. Son personas que se sienten heridas al ver cómo el Ayuntamiento de Barcelona pone en la calle aquella simbología para atraer público a una exposición. Se ve que por la audiencia todo lo vale.

Otra cosa es el contenido interno de la exposición, que es loable y que yo suscribo, porque muestra la doble moral de escultores como Marès y Viladomat, que habiendo trabajado en favor de los valores republicanos, no tuvieron escrúpulos para trabajar en la glorificación de los valores fascistas, y que a continuación, por si fuera poco, fueron condecorados por la democracia. Es bueno que la ciudadanía vea cuáles son las consecuencias de no haber sentado el fascismo ante un tribunal penal y de no haber juzgado los miles de crímenes que cometió. Donde la memoria es débil, o interesadamente dispersa, la banalización del terror de una dictadura reviste de impunidad a sus ejecutores y colaboradores. No es extraño que la hipocresía, en esta cuestión, disfrute de tan buena salud. Después de todo, si no se pide la ilegalización del Partido Popular, ¿por qué se debería indignar al encontrar una estatua ecuestre de Franco a medio camino entre Santa María del Mar y el Parlamento de Cataluña?

No, señores y señoras de Barcelona en Común; no todo vale por la audiencia. La audiencia no es más importante que la ética. Las cadenas de televisión, cada una con sus principios, ilustran muy bien la diferencia entre una cosa y otra. Todos conocemos, por ejemplo, la exhibición obscena que hacen de las miserias humanas determinadas cadenas españolas, para las que la audiencia todo lo vale, y la diferencia abismal que las separa de Televisión de Cataluña. La diferencia se llama ‘código ético’. El código ético ayuda a saber en todo momento cuál es el límite. Barcelona en Común no lo quiere saber. Por ello banaliza la simbología franquista poniéndola en medio de la calle en vez de hacerlo en el interior del Born, que es donde se hace la exposición. Así, además de contradecir la exposición, contribuye a perpetuar la realidad hipócrita que critica.

EL MÓN