Laureles inmarcesibles

Nos decían que era el premio concedido a la heroicidad de Navarra en aquella guerra que nos había salvado de caer en las manos del Comunismo y anarquía. Cuando escuchábamos a nuestros mayores las vicisitudes que les tocó vivir en aquel episodio de sangre y sufrimiento que fue el 36, quienes aún éramos niños sentíamos admiración ante los relatos de batallas, frío y hambre que relataban los movilizados por razón de la contienda. Oíamos referirse a los “rojos”, sin hacernos una idea de quiénes eran aquellas gentes, enfrentadas a nuestros padres y familiares. Aquella había sido la experiencia de mayor intensidad de su vida; más todavía que las estrecheces crónicas de su infancia y juventud. Apretados por la escasez de un sistema -la Dictadura de Franco- de total ineptitud para gestionar la Economía, la mayoría de la población malvivía con el escaso salario, el pluriempleo y el estraperlo. El disgusto generalizado frente aquella situación acusaba a los paniaguados del Régimen, que habían logrado colocación y a toda la ralea de dirigentes militares, eclesiásticos y civiles, aupados a los diferentes niveles de la escala social; unos por su contribución al triunfo de Franco, los otros por su colaboración acorde con sus principios o de mero oportunismo.

Lamentaba una gran mayoría la inutilidad del esfuerzo y sacrificio, que muchos entendían había sido realizado para que el crucifijo presidiera las clases en las escuelas, además de la enseñanza del Catecismo. La misma prensa carlista comentaba con anterioridad al18 de Julio, refiriéndose a los poderosos:…Han colgado el macuto del crucifijo, para que defendamos este macuto, a la vez que el crucifijo… A pesar de ser conscientes de esto, los requetés salieron a la defensa del crucifijo… y del macuto de los ricos. En todo caso, era de esperar que la instauración del orden proclamado por los dirigentes, se reflejase en el bienestar de todos los combatientes. En frente, sin embargo, el buen vivir de los ricos de siempre y de quienes formaban parte del sistema. La guerra había sido dura en el frente; en la retaguardia también se había dado el sufrimiento. Muchos combatientes habían sabido de detenciones y fusilamientos de tantos conocidos, incluso vecinos; cuando no se toparon con la sorpresa de un familiar cercano igualmente represaliado, sin que hubiese servido de garantía los méritos contraídos por sus familiares en el frente. El regreso ocasional de los voluntarios a sus casas, por razón de permiso o de restablecimiento de heridas, dejó claro el cariz y propósitos de quienes se habían hecho con el poder y los mismos combatientes llegaron a sentir que aquella no era su guerra, pero se encontraban encadenados como consecuencia de su propia iniciativa.

Franco era denostado por entender que era el primero en haber utilizado el poder en beneficio de los suyos. Los numerosos requetés que sufrían la escasez, señalaban a los falangistas como aprovechados. Con todo, se escuchaban con agrado las adulaciones al valor de los navarros por parte de quienes dominaban la escena en lo político y social; incluso al mismo Franco que visitaba Navarra en aquel frio otoño de 1952. Tras el oropel de la fiesta volvía el disgusto y protesta. Cuando fuimos creciendo, accedimos a planteamientos de la realidad muy diferentes. Nos pareció ridícula la actitud de un señor que se había afianzado en el poder absoluto de antiguos reyes y adoptado tantos signos de la autoritaria monarquía española y particularmente su obstinación en tener sometida a la sociedad en general mediante una represión aprendida de los nazis. Nos disgustaba, por lo demás, la conculcación de los derechos de Navarra, especialmente cuando estuvimos en condiciones de conocer los aspectos de nuestra Historia que mostraban el camino seguido por España en su propósito de anulación de nuestra Patria. Entonces, dijimos a nuestros padres …“No teníais razón”… Incómodos por la conciencia que tenían de la manipulación sufrida, se enervaban y retorcían, en un esfuerzo por demostrar que Franco no había podido con ellos. En el intento por demostrarlo, en cierta ocasión mi padre me relató las circunstancias en que el Dictador concedió la Laureada a Navarra; esa que se han negado a retirar hasta el momento todos los gobiernos de Navarra desde el Presidente Del Burgo. Sucedió con ocasión de celebrarse una revista de tropas presidida por Franco tras la conquista del Frente del Norte. El Caudillo empleó su discurso en el panegírico de los falangistas, con grave enfado de los requetés que se sentían protagonistas decisivos. A la hora del desfile, cuando correspondía desfilar a los requetés, estos se negaron a moverse, dando lugar a que Franco esperase durante varias horas. Tras enviar a su ayuda de cámara a inquirir la razón de la inmovilidad de los voluntarios, un representante de ellos transmitió al mensajero su desacuerdo total con el discurso del Caudillo, quien se retiró sin reacción aparente. Al día siguiente los requetés leían alborozados en el Boletín Oficial del Estado que Franco concedía a Navarra adjuntar al escudo oficial la Laureada de San Fernando. Es esa Laureada que se propuso eliminar de la simbología navarra el primero de los parlamentos autonómicos, instaurado en 1979; esfuerzo que quedó anulado por la resistencia de los grupos de U.C.D. y U.P.N. y la torpeza del P.S.N. de Arbeloa, mediante maniobras innecesarias que dejó abierta la puerta a que se respetase la laureada en aquellos casos en que se estimara existía valor artístico. No necesitaban más quienes representaban a los franquistas y los cuitados integrantes del P.S.N., todos ellos defensores del Amejoramiento. Solución autonómica, que pasaba por impedir la reunión de los territorios navarros que venían defendiendo su libertad con unanimidad -los Fueros- a lo largo de siglos. La laureada conservada en el frontispicio de la fachada del Palacio de Navarra que mira al Paseo de Sarasate se ha sobrepuesto a cualquier declaración de libertad y democracia de quienes defienden el actual status autonómico de Navarra. Nuestros padres pretendieron que era reconocimiento de su coraje; para Franco fue únicamente la adulación en papel y tinta oficial. Otros la consideramos una ignominia, primeramente, por haber sido impuesta por los responsables de la matanza de miles de navarros, porque quien la impuso, se burló de aquellos otros navarros a quienes utilizaba como fuerza de choque, momentáneamente enfadados con él y finalmente, porque el presunto honor que pretende significar, oculta, más bien, el desprecio a Navarra de quienes buscan su anulación, arrebatando los últimos residuos de lo que fue la soberanía de Navarra y precariamente mantenidos en el estatuto autonómico, que sus defensores denominan de forma inadecuada y pomposa Amejoramiento.