En respuesta a Urkullu y a Guerra

En estos últimos días se han producido declaraciones de Iñigo Urkullu y de Alfonso Guerra, en clara alusión a Cataluña, que quiero contestar por los elevados niveles de demagogia, de cinismo y de falsedad que contienen. Urkullu ha dicho que «la independencia es prácticamente imposible en un mundo globalizado», y Guerra, acusando al independentismo de «levantar muros», y de estar, en clara asociación a los partidos europeos de extrema derecha, una nueva y «venenosa «forma de populismo, añadió que nacionalismo y socialismo son incompatibles. Ignoro qué consideración merecen las personas a las que se dirigen estos dos políticos, pero no parece que sea muy elevada dada la insostenibilidad de su discurso. No basta con poner cara de solemnidad monástica, como hace Urkullu para disfrazar falacias, o de adoptar el tono de ‘chascarrillero’ de la orilla del Guadalquivir, como hace Guerra para salpimentar el vacío intelectual que exhibe. Es necesario, sobre todo, no mentir y mirarse al espejo antes de hablar.

Parece que Alfonso Guerra es incapaz de ver en su figura política lo que siempre ha sido: un nacionalista español. Un nacionalista español que ha esparcido mucho veneno populista contra Cataluña y sus libertades nacionales negando su existencia. No hay nacionalismo más opresor, más excluyente y más venenoso en este mundo que el que se declara dueño de otros pueblos impidiéndoles decidir por sí mismos. Por otra parte, no hay prueba más fehaciente de la compatibilidad entre nacionalismo y socialismo que el Partido Socialista del señor Guerra. Y no sólo porque cuando el PSOE alcanzó el poder estatal, en 1982, fue recibido con aguda precisión por la prensa estadounidense como un partido nacionalista, sino porque toda su política desde entonces, toda de arriba abajo, ha sido la propia de un partido profunda y obsesivamente nacionalista. De hecho, si recordamos el GAL, el PSOE ha llevado su nacionalismo hasta límites bastante repugnantes, unos límites que ni siquiera ciertos partidos europeos de extrema derecha han osado traspasar nunca. Y en cuanto al levantamiento de muros, nadie los ha levantado más altos que el señor Guerra y su partido, siempre al lado del PP, para separar Cataluña del País Valenciano y de las Islas. No es levantar muros, lo que quiere Cataluña con su independencia. Justamente quiere abatirlos. Quiere abatir los muros que la aprisionan, quiere tomar sus propias decisiones con leyes propias y justicia propia, y quiere ocupar el lugar que le corresponde como nación de Europa.

Con relación a Íñigo Urkullu, que recurre a una frase anticuada que han dicho todos los nacionalistas españoles, absolutamente todos, pretende utilizar la evidente y sana interdependencia de todas las naciones del planeta para desacreditar la independencia del País Vasco y de Cataluña justificando su posición personal como colaborador de Madrid a la hora de impedirla. Naturalmente que en un mundo globalizado la independencia absoluta de los Estados no es posible. Es obvio. Y es bueno que sea así, porque no hay nadie autosuficiente. En la Tierra no sobra ningún pueblo, todos los pueblos son en sí mismos una aportación al patrimonio de la humanidad. Cataluña y el País Vasco también. El independentismo catalán, que es de naturaleza humanista, no aspira, por tanto, a ninguna independencia suprema, le basta tener las mismas cotas de libertad que tienen los Estados miembros de las Naciones Unidas. Ni una más ni una menos. No se trata, pues, de que Cataluña sea más independiente que España, Francia u Holanda, se trata de que sea exactamente igual. Igual de independiente e igual de interdependiente. Se trata, en definitiva, de que cuando el pueblo vasco culmine su toma de conciencia nacional pueda decir: «Quiero ser tan independiente como lo son España, Francia, Holanda o Cataluña».

EL MÓN