La internacionalización del caso Forcadell

A estas alturas ya es bastante evidente que la criminalización de la presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, es un tema que al Estado español se le ha ido de las manos. El Estado pensaba que bastaría con cuatro querellas criminales y algunas inhabilitaciones emblemáticas, como la del juez Santi Vidal, para hacer volver a Cataluña al redil con el rabo entre piernas. La fuerza del látigo español haría comprender a los catalanes que no son nadie y que han venido a este mundo no a hacer lo que decidan, sino lo que España les ordena que hagan. Pero una cosa son los delirios supremacistas españoles y otra la realidad, y la realidad dice que el caso Forcadell ha adquirido una dimensión internacional que no esperaban y todo se les ha complicado. Ahora se saben observados con lupa y se dan cuenta de que su campo de acción ha quedado muy reducido, porque cualquier decisión que tomen se puede volver en su contra.

«Entonces, ¿qué harán?», Me preguntaba el otro día una amistad; y mi respuesta fue que no llegarán hasta el final. Pueden hacer el juicio, pero no ejecutar la inhabilitación. Tienen muchas ganas, es cierto, pero les faltan dos cosas fundamentales: base jurídica y valor. En cuanto a base jurídica, democráticamente hablando, la causa contra Forcadell no tiene ninguna y la tienen perdida de antemano ante Europa. Totalmente perdida. En cuanto al valor, se les hace difícil alimentarlo con estas perspectivas y sintiendo por encima los ojos del mundo. Esto último les supone una presión insostenible, que se ve agravada por el hecho de que no hay nada que les saque más de quicio que la internacionalización del proceso catalán. Le tienen tanto pánico como los vampiros a la luz del sol. Ellos, que han pugnado toda la vida para impedir que el nombre de Cataluña tuviera un ápice de presencia en la esfera internacional, se encuentran ahora que no sólo aparece en todos los medios de comunicación, sino que se habla en los parlamentos de diferentes países. Ante esto, creo que optarán por hacer una de estas dos cosas: o dilatarán la causa tanto como puedan hasta que muera de inanición, que es una manera de desactivarla sin que los suyos puedan reprocharles que se han arrugado, o harán de la necesidad virtud y rentabilizarán el archivo de la causa -o un mitad y mitad- como una muestra de la ‘independencia de la justicia española’ y de la división entre gobierno y tribunales. Habrán perdido, pero intentarán venderlo como una victoria diciendo: «¿Veis como en España hay división de poderes?» Evidentemente, esta frase hará reír en Cataluña, pero el destinatario no seremos nosotros; será Europa.

Sin embargo, tratándose de España, es decir, de una democracia totalitaria regida por la soberbia, no por la inteligencia, mi predicción tiene pocas probabilidades de éxito. De hecho, si prosperase, estaríamos ante un comportamiento forzado desde fuera y totalmente contrario a la naturaleza de Castilla, que es de imposición, de someter al otro hasta que se arrodilla, hasta que agacha la cabeza y se declara vencido. España, que en realidad es Castilla, está forjada así y no sabe ni quiere comportarse de otra manera, por más que esto haya sido la fuente de todos sus males y de todas sus derrotas. No importa. Castilla no dialoga, Castilla impone. Y siempre impone la sumisión; incluso cuando el otro ya le dice adiós con un pañuelo. El diálogo, según su mentalidad, es de cobardes, es de ñoños, y, por tanto, como he escrito en otras ocasiones, entiende que reconocer el derecho a la libertad del antagonista equivale a una rendición, y, de rebote, a una humillación.

En el Reino Unido, cuando David Cameron vio que el Partido Nacional Escocés tenía mayoría absoluta en su Parlamento y que estaban dispuestos a celebrar un referéndum, gustara o no gustara en Londres, decidió negociar. Y lo decidió porque como demócrata no podía hacer nada más y porque no veía ninguna otra vía para cambiar la situación o, cuando menos, para salir dignamente. Yo, personalmente, no comparto la ideología del señor Cameron, pero reconozco que fue lo suficientemente inteligente como para escuchar la voz del cerebro y no los rugidos de las tripas. En España hay muchos rugidos estomacales. No se ve ningún Cameron.

EL MÓN