Discriminación lingüística en Decathlon

La tarde del jueves 8 de diciembre, festivo en el que los comercios podían abrir sus puertas, la señora doña Montserrat Fresneda i Calvo entró en el establecimiento de Decathlon, situado en la calle de la Canuda, 20, de Barcelona, para comprar unos calcetines de esquí para su sobrino. Como no sabía en qué departamento los podía encontrar, se dirigió a un dependiente y la respuesta que recibió fue este despótico: «No la entiendo». Ella, entonces, repitió la pregunta más lentamente cambiando alguna palabra, y el dependiente, ahora con desprecio, repitió: «Le he dicho que no la entiendo. ¡Hábleme en español!». Ante esto, la señora se sintió superada y trató de encontrar a alguien del personal que le entendiera. La entendió un chico joven, pero el disgusto por la agresión era tan grande que concluyó que no haría ningún gasto en un establecimiento que desprecia a los clientes que hablan la lengua del país, y se marchó sin comprar nada.

Unos días más tarde, pensando en ello, consideró que aquello no podía dejarlo pasar y volvió al establecimiento para presentar una queja formal. Lo hizo el 17 de diciembre, y preguntó por el responsable de personal. Este, sin embargo, no le hizo pasar a ningún despacho. La atendió de pie delante de todos al lado de una caja, donde toda la gente de la cola escuchaba la conversación, y lo único que supo decirle fue que lo lamentaba, pero que no podía hacer nada. Incluso, cuando la señora Fresneda se ofreció para identificar el dependiente que la había discriminado, el encargado encubrió al individuo aduciendo que tienen 150 trabajadores y que, por tanto, la identificación de un empleado como aquel no era posible. Es obvio que él recurría a la cifra global de trabajadores de la firma, no al personal concreto del establecimiento de Canuda, pero se trataba precisamente de eso, de banalizar el hecho y de quitarse de encima a la ‘Catalaneta pesada’ que tenía delante con su reclamación. Y así acabó la cosa. Ninguna reacción por parte de la dirección de Decathlon, nula voluntad de actuar ante el desprecio inadmisible que había recibido aquella señora allí dentro. Nada de nada.

La actitud de Decathlon, filial del grupo francés Mulliez, concuerda con su página web, que no tiene versión en catalán. La única versión es la española. Decathlon está veintidós países y respeta las lenguas respectivas en sus webs. La lengua catalana, en cambio, la lengua propia de Cataluña, es diferente. Esta es ignorada completamente, lo que quiere decir que los clientes catalanes, para esta empresa, son clientes de segunda y con menos derechos que el resto de clientes de todo el mundo. Sólo hay una cosa en que son iguales, y es a la hora de pagar.

La señora Fresneda, debido al trastorno por el desprecio sufrido, no cayó en el detalle de que podía haber exigido la Hoja de Reclamaciones para dejar constancia de los hechos. En este sentido, quiero aprovechar para decir que ningún establecimiento puede negarse a entregar esta Hoja a los clientes. Es una obligación ineludible, y si alguien se encuentra en una situación en la que le es negada, debe llamar inmediatamente a la policía, ya sea la Guardia Urbana o los Mossos, y explicar el caso. Entonces pueden pasar dos cosas: una, que la Hoja aparezca milagrosamente de repente; y dos, que la exigencia la haga la policía. En el supuesto de que el establecimiento alegue no tener hojas de reclamaciones, es ya la misma policía quien toma medidas. Este proceso, por otra parte, no excluye la posibilidad de formular la reclamación por otras vías legales, como la demanda judicial.

Dicho esto, Decathlon se sitúa al margen de la ley al vulnerar el artículo 32 de la Ley de Política Lingüística, que dice: «Las empresas y los establecimientos dedicados a la venta de productos o a la prestación de servicios que desarrollan su actividad en Cataluña deben estar en condiciones de poder atender a los consumidores cuando se expresan en cualquiera de las lenguas oficiales en Cataluña».

Decathlon, por tanto, comete, por lo menos, cuatro faltas: la primera es no exigir como requisito indispensable el conocimiento de la lengua catalana por parte del personal que contrata; la segunda es contratar individuos despóticos, no aptos para vivir en colectividad y que transmiten una nefasta imagen de la empresa; la tercera es no conceder ninguna importancia a la agresión sufrida por la señora Fresneda, tratándola como si no fuera nadie; y la cuarta es encubrir al individuo malencarado, lo que indica la aquiescencia de Decathlon con este trato discriminatorio contra los clientes catalanes. Con una abulia vergonzosa, se quitaron de encima a la señora Fresneda y no quisieron tomar nota de sus datos ni darle ningún tipo de satisfacción.

No hace falta resaltar que si el caso hubiera sido al revés, es decir, que un dependiente hubiera exigido a un cliente: «Le he dicho que no le entiendo. ¡Hábleme en catalán!», se habría producido un escándalo monumental, el dependiente en cuestión habría sido expedientado o despedido y la empresa habría pedido perdón con una docena de reverencias asiáticas.

EL MÓN