Catalina I de Navarra

Hoy domingo se cumplen 500 años de la muerte de la reina Catalina I de Navarra, ocurrida el 12 de febrero de 1517. Murió en Mont-de-Marsan (Bearne), lugar en el que permanecía exiliada desde la conquista de Navarra de 1512, y donde había enviudado el año anterior, el 14 de junio de 1516.

Catalina I fue reina de Navarra durante 34 años, depositaria de los derechos dinásticos del reino, que compartió con su marido Juan III, más conocido como Juan de Albret. Durante su vida demostró gran apego por Navarra, lugar en el que quiso vivir y reinar, y de donde no habría salido si no llega a ser por los duros avatares políticos que le tocaron vivir.

Y es que Catalina I y Juan III no tuvieron suerte en su reinado. Heredaron un reino sacudido por una guerra civil, deliberadamente azuzada y alimentada desde Castilla, y cuando en 1507 consiguieron por fin pacificar el reino, tuvieron que hacer frente a la presión militar cada vez más intensa y descarada de Fernando el Católico, que terminaría por invadir el reino en 1512. Sus esfuerzos en la pacificación del reino merecieron hace años el elogio de historiadores como J.M. Lacarra (1972), que afirma que demostraron buen juicio en su gobierno, pero su trayectoria política tuvo la mala suerte de toparse con la figura nefasta del aragonés, que como ya demostró J.L. Orella (2010) tenía como objetivo claro e irrenunciable la aniquilación del reino pirenaico. Todo este contexto fue además muy bien estudiado por el historiador Álvaro Adot (2005).

Catalina tuvo 14 hijos, de los cuales 9 nacieron en los territorios de la actual Navarra, y el resto en Bearne, aunque es cierto que otros de sus hijos hubieran podido también nacer en Navarra si no fuera porque en el momento del alumbramiento su madre no podía residir aquí. Aunque los datos son confusos, parece que varios de sus vástagos murieron al nacer, desconociéndose si llegaron a recibir un nombre. Además, parece que seis de ellos nacieron en Pamplona, y probablemente la última de sus hijas, Isabel, lo hubiera hecho también si no fuera porque nació en 1513, con la Navarra peninsular ya ocupada por los castellanos. Todavía en vida, Catalina vio desaparecer a 8 de sus 14 hijos, casi todos durante los primeros años de vida. Además, hubo de enterarse por carta de la muerte de su hija Magdalena, de diez años de edad, y que permanecía en manos de Castilla en calidad de rehén. También vio morir a su hijo Francisco, de cuatro años, enfermo y agotado por la huida a Bearne cuando la conquista castellana de 1512. Sí le sobrevivió, aunque por poco tiempo, su hijo el infante Carlos, que moriría a los 18 años en Nápoles, luchando contra las tropas españolas. Con estos avatares familiares, no es de extrañar que fuera Enrique, el noveno de sus hijos, quien heredara los derechos del reino, pasando a la historia como Enrique II, el Sangüesino (1503-1555).

La historia, sin embargo, no es siempre justa con sus protagonistas. Catalina I no ha tenido ningún reconocimiento en la capital de su reino hasta que en 2016 el actual gobierno municipal de cambio dio su nombre a un pequeño tramo del paseo de ronda. Más bien al contrario, el olvido y la ignominia se abatieron sobre esta mujer, que según diferentes testimonios era una persona vivaz e inteligente. Hasta hace unos pocos meses la escalera de honor del Ayuntamiento de Pamplona se abría con un retrato de su peor enemigo, Fernando el Católico, el rey extranjero que le arrebato el trono, quebró la independencia del reino y trajo la ruina de su propia familia. Todo un escarnio que todavía hoy hay quien defiende.

Catalina I de Navarra murió hace hoy 500 años, en la casa del juez de Mont-de-Marsan, en los territorios septentrionales del reino de Navarra, allí donde el Duque de Alba no pudo llegar. En su testamento dejó escrito que quería ser enterrada en el altar mayor de la catedral de Pamplona, junto a sus antepasados, pero que mientras ello no fuera posible su cuerpo reposaría en la iglesia de Lescar, donde aún hoy permanece.

Hace más de un siglo, en 1891, El historiador Juan Iturralde y Suit encabezó una iniciativa para traer los restos de Catalina I y su marido Juan III a Pamplona, en cumplimiento de sus últimas voluntades. Consiguieron el beneplácito de las autoridades bearnesas, y así supieron que la sepultura había sido abierta y estudiada en el año 1818. Y que habían sido allí encontrados los cuerpos de no menos de 4 personas, así como restos de ropajes elegantes y un guante. Lamentablemente, la ciencia de la época carecía de instrumentos capaces de identificar qué restos pertenecían a Juan y a Catalina, y la iniciativa cayó en el olvido.

Hoy, en 2017, cuando se cumple el quinto centenario de la muerte en el exilio de Catalina I de Navarra, la última reina navarra que reinó desde Pamplona sigue esperando, en Lescar, a que el traslado de sus restos a Pamplona “sea posible”. Vaya desde aquí el deseo de que algún día, tal vez no muy lejano, su última voluntad sea cumplida. Y vaya también la aspiración de que aquella reina vivaz, culta e inteligente, encuentre en la antigua capital de su reino el reconocimiento público que hasta ahora se le ha venido negando. Hala bedi.

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