¿Qué hacíamos, los catalanes, junto a Soraya?

Me parece de una coherencia muy pedagógica la dimisión de la editora de la Campana, Isabel Martí, como miembro de la junta directiva de la Asociación de Editores en Lengua Catalana, al no considerar «ni lógica ni normal» la invitación a la vicepresidenta del gobierno español, Soraya Sáenz de Santamaría, a los actos relacionados con la candidatura de la fiesta de Sant Jordi como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Martí, con criterio catalanocéntrico, desaprueba que la Cámara del Libro hiciera algo así y ha dimitido. Después, como sabemos, la misma cámara y algunos políticos han reprobado la presencia de Santamaría, pero siempre a posteriori -Comportamiento genuinamente catalán- y sin ningún efecto práctico. Ante ella, en cambio, exhibieron sonrisas y apretones como si se tratara de una vieja amiga de Cataluña. El resultado, sin embargo, fue que esta vieja amiga, en virtud de su cargo institucional, no sólo arrinconó el consejero de Cultura, Santi Vila, sino que también desplazó al vicepresidente, Oriol Junqueras, ocupando el lugar central, entre los cinco ponentes, a fin de difundir la imagen que Sant Jordi es una fiesta española y que Cataluña es España.

Ni que decir tiene que rápidamente han surgido voces nuestros que han amparado la invitación y las sonrisas a la vieja amiga en la «tradicional cortesía catalana», en el sentido de que lo cortés no quita lo valiente. Y es cierto, la cortesía no quita lo valiente. El problema surge cuando la cortesía encubre la candidez, en el mejor de los casos, y la falta de dignidad, en el peor. Una cosa es ser amable con alguien que no piensa como tú pero que te respeta, y otra es reverenciar alguien profundamente totalitario que te dice que no eres nadie y que dedica todos sus esfuerzos a humillarte y destruirte.

No es ninguna excusa aducir que la invitación iba dirigida al Ministerio de Cultura, y que fue la vicepresidencia del gobierno español quien se la apropió. Realmente hay que bajarse del guindo para caer en una trampa tan elemental. Parece mentira que todavía haya catalanes que no se hayan enterado de que el Estado español tiene todos, absolutamente todos, sus instrumentos de poder en activo para aplastar a  Cataluña en cada uno de los ámbitos de la vida: político, cultural, lingüístico, social…, y que, por esta misma razón, se sirve de cualquier resquicio para hacer las oportunas micciones que le permitan marcar territorio. Honorables señores y señoras de la Cámara del Libro, el ministerio de Cultura no es nadie en Cataluña. Nadie. La titularidad institucional en este campo en nuestro país la tiene la conselleria de Cultura de este país, y este país se llama Cataluña. No España.

Tampoco es admisible la excusa de decir que necesitamos el apoyo del Estado español para conseguir que el día de Sant Jordi sea Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco, dado que son candidaturas que necesitan estar representadas por un Estado. Pues no. No, por dos razones. La primera es que afortunadamente, sin desmerecer ni mucho menos el título de la Unesco, la fiesta catalana de Sant Jordi no necesita ningún reconocimiento internacional por la sencilla razón de que constituye por sí misma un caso único en el mundo. El día de Sant Jordi es patrimonio de Cataluña, y Cataluña, como todos los pueblos del mundo, es patrimonio de la humanidad. Por otra parte, y esta es la segunda razón, si tanta ilusión nos hace esta declaración, ¿por qué no esperamos a pedirla cuando seamos un Estado? ¿Tan urgente es que nos la concedan ahora? ¿Tan terrible fue no tenerla en todos estos años? ¿Es que no hemos quedado que el actual proceso catalán debe culminar con una Cataluña independiente? Entonces, ¿por qué necesitamos ser aduladores con España, si lo que queremos lo podremos conseguir en breve nosotros solos?

Quizás a partir de ahora una parte de la Asociación de Editores en Lengua Catalana ya no me querrá publicar ningún libro, pero no por ello, con todo el respeto desde la discrepancia, dejaré de decir lo que pienso. Dice la Asociación que está convencida de que «lo hemos hecho bien», y que «si hay alguien por medio que se ha aprovechado, lo sentimos». Pues no, no se ha hecho bien. Cataluña no tiene únicamente su identidad amordazada y esposada, Cataluña está sometida a un acoso feroz por parte del Estado español. Esto no lo puede ignorar ni obviar la Asociación, y, por consiguiente, a estas alturas del Proceso, no hay excusa para que vayamos con el lirio en la mano aduciendo que se aprovechan de nosotros y de nuestra buena fe. El mundo es como es, y hace falta algo más que buena fe para sobrevivir.

También es improcedente decir que Sant Jordi tiene que estar por encima de cuestiones políticas. Es demasiado inconsistente. Decir esto es obviar la fuerza que este día adquirió, literariamente hablando -con la rosa nos remontaríamos al siglo XV-, como elemento encubierto de resistencia contra el fascismo y en defensa de una lengua catalana reprimida, perseguida y minorizada. Todo en la vida es político. Por eso, durante muchos años, la gente ha colgado una bandera en el balcón para celebrarlo, y por eso, desde hace unos años, colgamos la estelada de manera permanente. Por otra parte, no se entiende que la Asociación, coincidiendo con el discurso tradicional de Ciudadanos, haya reprobado la «politización» del 23 de abril sin prestar atención a la politización que supone que una fiesta cultural como Sant Jordi no pueda ser considerada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad sin el aval de un Estado.

Al respecto, el presidente Puigdemont se expresó el día de Sant Jordi con una claridad que es de agradecer: «Si logramos el reconocimiento de la Unesco para esta fiesta, no será gracias a los herederos políticos de aquellos [el fascismo ] que persiguieron la cultura catalana durante décadas, sino a aquellos que han mantenido viva la llama de la cultura con su esfuerzo». Y el día anterior también lo hizo Jordi Cuixart, presidente de Òmnium Cultural: «Venir aquí y decir que valoras la cultura catalana cuando la atacas sistemáticamente por tierra, mar y aire y atentas contra la integridad y la cohesión de la lengua, es un intento de colonización de lo que representan la lengua y la cultura catalanas».

Ciertamente es así. Soraya Sáenz de Santamaría es la persona que ha pasado cinco años, el viernes tras viernes, tras el consejo de ministros españoles, difamando, amenazando y agrediendo a Cataluña en calidad de portavoz de un gobierno obsesionado en desplegar, como hacen las dictaduras, una violencia feroz mediante tribunales políticos contra sus instituciones y legítimos representantes. Una figura así, pues, no merecía ninguna cortesía. Al contrario, se imponía hacerle el vacío y organizar, si era necesario, un acto paralelo sin su presencia incluso declarándola ‘persona non grata’ en nuestro país. Y si esto le ofende, le podemos sugerir el Valle de los Caídos para ir a hacer de llorona.

Tantos años de sometimiento a España han configurado en nuestro cerebro un marco hispanocéntrico de pensamiento que da episodios como el que comentamos y que algunos catalanes tragan. Lo hacen con algunas muecas, pero se los tragan. El día que seamos un Estado y, por pura lógica, vemos el mundo desde un prisma catalanocéntrico nos haremos cruces de los palos en las ruedas que nosotros mismos nos poníamos noche y día. Comprenderemos, en definitiva, que el requisito básico que debe cumplir todo cautivo que quiere ser libre, es pensar y actuar como si ya lo fuera.

RACÓ CATALÀ