«Todas las naciones son España”

«Todas las naciones son España. Todas las naciones son España”. Dos veces. Pedro Sánchez lo repitió dos veces el 5 de septiembre con el tono y la sonrisa de autosatisfacción de quien cree que aquella mañana, duchándose, ha encontrado la piedra filosofal que debe garantizar eternamente la Sagrada Unidad de España. Como el carcelero indulgente que cree que tiene la clave de la disciplina de los cautivos poniéndolos una docena de garbanzos más en el plato y medallas-con la medalla del Poli Bueno, el señor Sánchez, hombre de infinita benevolencia, estaría dispuesto a rebajar un poco la expoliación fiscal al que está sometida Cataluña y concederle alguna dispensa lingüística con la guinda del titulillo de ‘nación’. El razonamiento sería este:

«Dado que no sabemos qué mosca les ha picado a los catalanes, siempre tan sumisos y ahora tan altivos, dejémosles llamarse ‘nación’ y acabemos de una vez con su cabreo. Contentos y engañados, serán una ‘nación’ dentro de una Nación de naciones y tendremos enterrado el problema catalán. La Nación, con mayúscula, será España, como ahora, y las ‘naciones’ con minúscula serán… las otras «.

Como vemos, se trata de intentar que Catalunya viva pensando que es una nación, pero sin tener los atributos propios de una nación. Es decir, sería una ‘nacioncilla’. Una ‘nacionicilla’ vivaracha, linda, simpática y laboriosa, eso sí, pero ‘nacioncilla’ después de todo, porque de Nación, Nación de verdad, lo que se llama Nación, Nación, Nación, sólo hay una: España. ¡Faltaría más! Habría la nacionaza y la nacioncilla. La nacioncilla vendría a ser el teléfono móvil de plástico que se da a los niños pequeños para que jueguen imaginándose que son adultos mientras papá y mamá interactúan a través de los teléfonos de verdad.

Un día, sin embargo, el niño se hace mayor, se quita el gorro de la nuca y dice a los padres que le den el móvil de plástico al canario, porque él quiere uno de verdad. Pedro Sánchez -en compañía de Miquel Iceta, ese señor que le acompaña y que le ríe todas las gracias- pretende que una vieja nación de Europa, como es Cataluña, renuncie a ser quien es y acepte sumisa el papel que él y resto de supremacistas españoles de buen corazón le han asignado, que es el de permanecer en un estado de infancia permanente. Cataluña no puede hacer un feo a tanta generosidad. ¿Acaso no es mejor que los negros, en vez de un amo blanco que reparte latigazos, tengan un dueño blanco que reparte caramelos? No hay nada más ofensivo que un negro desagradecido.

Pedro Sánchez dice «Todas las naciones son España», y se dirige indistintamente a catalanes y españoles. A los primeros ya hemos dicho de qué manera, y los segundos les guiña para que capten que todo es un simple juego de palabras y que el rango ‘nacional’ de las nacionetes es meramente honorífico, por la sencilla razón de que, «haya tres o haya más, todas, absolutamente todas, SON España». Soberanía plena, soberanía de verdad, sólo hay una: la española. La pregunta catalana es: si una nación no tiene soberanía, ¿de qué le sirve tener un gobierno nacional? Si una nación no tiene soberanía para decidir sobre sí misma, ¿de qué le sirve llamarse nación? Si una nación no tiene soberanía para ser libre, ¿qué sentido tiene su existencia?

EL MÓN