La suspensión de los derechos civiles

El 27 de febrero pasado, en un artículo publicado en El Món, escribí que nos enfrentamos al fascismo. De hecho, este era justamente el título: «Nos enfrentamos al fascismo». Entonces,, ahora hace siete meses, aún no habían pasado las cosas que están pasando estos días. El Estado español todavía confiaba en que el proceso catalán se autodestruyera, como lo hacían las cintas magnetofónicas de la vieja Misión: imposible, y que los catalanes, cabizbajos, sumisos y resignados, asumiríamos que somos inferiores mentales sin capacidad de decidir sobre nuestra propia vida. Pero esto no ha ocurrido. Por el contrario, Cataluña mantiene imperturbable su objetivo de libertad, y el Estado español, fiel a sí mismo, opta por la vía de la violencia. No, no es una violencia de sangre y tripas. De momento. Es una violencia de otra naturaleza, una violencia jurídica, gubernamental y policial que se expresa por medio de cuerpos armados y que se dirige contra ciudadanos anónimos, funcionarios, concejales, alcaldes, diputados, consejeros, presidenta del Parlamento, presidente de Cataluña y empresas, entidades e instituciones.

La llegada reciente de miles de policías españoles a Cataluña acuartelados en barcos -espléndido, por cierto, el acuerdo de los estibadores de no abastecérselos- no tiene otro objetivo que hacer una exhibición de fuerza armada – «para que vean los catalanas quien manda aquí»- gracias a la cual la población se sienta intimidada y el 1 de octubre renuncie a votar y se quede en casa muerta de miedo. Pero, mira por dónde, es justo este despliegue de esperpéntica musculatura lo que hace más patente su fracaso y su debilidad. La exhibición de músculo es el recurso del impotente, es el recurso del que hincha los bíceps para ocultar la deficiencia de su cociente intelectual. Por encima del cerebro, él siempre pone las vísceras. Y el Estado español, falto de argumentos humanísticos, se aferra a su ley, una ley antidemocrática que vulnera la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la cual es signatario y que tiene un rango superior a todas las leyes, decretos y normas de todos los países pretendidamente democráticos del mundo.

El fascismo no es un Régimen -aunque a veces y en diferentes lugares, desgraciadamente, lo ha sido- ni es ningún uniforme. El fascismo, como el racismo, es una actitud de vida que el Diccionario de la Lengua Catalana define así: «Actitud autoritaria, arbitraria, violenta, etc., con la que se impone a una persona o grupo». Estamos hablando, en definitiva, de supremacismo, de alguien que se cree superior a otro o a otros por su condición de blanco, de fuerte, de macho, de hacendado, de poderoso, de Estado, de imperio, etc, y exige la sumisión de un tercero a su voluntad y a sus leyes.

La violencia que el Estado español está ejerciendo estos días contra personas, empresas, entidades e instituciones de Cataluña acusadas del terrible crimen de promover que la gente decida su futuro en las urnas demuestra que nos enfrentamos al fascismo; y esta realidad, la lucha contra el fascismo, pide la cohesión y la firmeza de todos los demócratas europeos. El fascismo comienza despojando de derechos todos aquellos que considera inferiores, y después, como está pasando, criminaliza la disidencia, intimida a periodistas, aplasta la libertad de prensa, aplasta la libertad de expresión, impone el pensamiento único, subvenciona asociaciones enaltecedoras del fascismo, prohíbe los actos y reuniones que le son desafectos, requisa revistas con anuncios que expresan la palabra «democracia», invade las consejerías de Gobernación, de Economía, de Exteriores y de Asuntos Sociales, irrumpe en las redacciones de periódicos y semanarios , irrumpe en las empresas de mensajería, registra imprentas, establece controles en las carreteras en busca de conductores que lleven algún papel relativo al 1 de octubre, viola la correspondencia en las oficinas de correos buscando en ella contenidos que califica de subversivos, asalta los domicilios particulares que tienen pancartas con el lema «democracia» o «referéndum ‘en el balcón, impone sanciones de miles y miles de euros a ciudadanos por razones ideológicas, suprime los derechos civiles, interpone querellas criminales multitudinarias, efectúa detenciones masivas, engrosa cada minuto la lista de presos políticos…

Y sin embargo, esto no es nada comparado con lo que el Estado español es capaz de hacer en los días que vendrán. Me pregunto cuando tendrán valor para  ocupar TV3 y Cataluña Radio ante todo el planeta. Es lo primero que hacen los dictadores cuando quieren imponer el pensamiento único: ocupar la radio y la televisión nacionales. Ya hace años que el gobierno español tiene ganas de eso, pero la mirada atenta del mundo le frena. Esto no quita, sin embargo, que la cerrazón que le caracteriza le empañe el cerebro y lo haga reafirmarse mediante la fuerza. No se da cuenta que esta fuerza lleva implícita su futura y traumática derrota.

Mientras tanto, eso sí, intentará hacer todo el daño que pueda. Su paroxismo supremacista, que le empuja a amordazar a Cataluña, a exigirle literalmente «la rendición» y delirar imaginando que los catalanes nos arrodillaremos y pediremos perdón por osar hablar de tú a tú con el Estado español, no le deja ver que no necesitamos hacer campaña alguna en favor del 1 de octubre. ¿Por qué la deberíamos hacer? Es absolutamente innecesaria. La campaña nos la está haciendo él solito, ya que si quedaba algún catalán ¡qué, santa inocencia!, no se había enterado, ahora no sólo está el asunto que tiene bien claro que el 1-O irá a votar y que su voto, sea del signo que sea, será un acto de afirmación contra el totalitarismo y contra el supremacismo. Ahora que todo el mundo ve unidos PP, PSOE y Ciudadanos en esta inquisitorial cruzada española contra los Herejes de la Santa Madre España y contra los Derechos Humanos, son muchos los que encuentran respuesta a la pregunta: «Por qué Franco murió en la cama»

No hay ningún choque de trenes, sólo hay una imagen; la imagen que difunden todos los medios de comunicación de todo el mundo: un Estado que por medio de fuerzas paramilitares invade calles, instituciones, empresas y casas particulares de Cataluña y un pueblo catalán pacífico que los mira con la sabiduría del anciano que sabe que todo este teatro no es más que la fachada de un inmenso complejo de insignificancia. El mundo sabe que el 1 de octubre los catalanes estamos llamados a las urnas para decidir nuestro futuro. Esta es la razón por la que tenemos entre nosotros cuatrocientos periodistas internacionales. El 1 de octubre, por lo tanto, votaremos. ¡Por supuesto que vamos a votar! Votaremos porque el Estado español no es nadie, absolutamente nadie, para decir a Cataluña sobre qué puede votar y sobre qué no puede votar. Si al Estado español le gusta, bien; y si no, también.

EL MON