No vuelva, President

No vuelva de Bruselas, President. Tiene muchas ganas de hacerlo, es comprensible. El exilio le aleja de las personas que más ama: su mujer Marcela, sus hijas, sus padres… Además, las urnas le han restituido en el cargo que el Estado español le arrebató violentamente por medio de un golpe de Estado y es lógico que desee volver a Cataluña para ejercerlo con toda legitimidad. Es su derecho. Pero debe tener en cuenta que esto sólo sería posible en un Estado democrático como el belga, donde el delito de rebelión del que España le acusa -un delito fabricado por los herederos ideológicos del franquismo- no existe. En el Estado español, como sabe, tener ideas desafectas al Régimen conlleva persecución, acoso, apaleamiento y encarcelamiento, y su persona ha sido conceptuada como «terrorista». Le consideran un terrorista, porque el falso delito español de rebelión es equivalente al de terrorismo, es decir, un delito de gravedad extrema, que puede significar veinte años de prisión. Veinte años de su vida.

Es obvio, pues, que no puede volver por razones humanas. La boca del lobo no ha sido nunca un buen proyecto de vida para el cordero. Pero hay otras razones, y yo se las quiero hacer llagar para que las medite desde la distancia. Unas son de carácter político, y otras afectan a la dignidad del país que preside. En primer lugar, no es ningún secreto que el Estado español se impacienta por que pique el anzuelo y atravieser la frontera. Y en cuanto lo haga, será secuestrado, esposado y encarcelado. Ya hace tiempo que le están esperando. Que dejara en ridículo a miles de policías, guardias civiles y servicios de inteligencia españoles cambiando de coche bajo un puente, despistando el helicóptero que le seguía, escondiendo magistralmente las urnas y las papeletas del Referéndum y apareciendo en Bruselas por sorpresa brindando una rueda de prensa de alcance mundial, no se lo perdonan. No lo confesarán nunca, pero puede estar seguro de que el día de aquella rueda de prensa se dieron muchos puñetazos en las mesas de Madrid y rodaron muchas cabezas vinculadas a las cloacas del Estado. Hay humillaciones muy traumáticas. Sobre todo las que inflige una colonia al poder imperial. Cuanto más rancio y esperpéntico es el imperio, más fina es su piel y más traumática su humillación.

Su caso, y el de los consejeros que le acompañan, desmonta de arriba a abajo el discurso del nacionalismo español disfrazado de universalismo que dice que la independencia de Cataluña no tiene ningún sentido porque vivimos en una época en que «las fronteras están desapareciendo». ¡Ojalá fuera verdad! Pero para que lo fuera, serían necesarias, al menos, dos cosas: haría falta una cultura democrática planetaria que aún falta en muchos estados, una cultura que respetara el derecho de decidir de los pueblos sobre sí mismos, y sería necesario que no hubiera pueblos que hicieran leyes que esposaran a otros pueblos. Sin embargo, mientras esto no sea posible, mientras haya estados supremacistas como el español, las fronteras serán necesarias, porque es gracias a estas fronteras que personas nobles, honradas, pacíficas y democráticas como usted pueden ser protegidas del absolutismo más abyecto. Justamente es una frontera democrática lo que le salva del odio y de la furia de una frontera absolutista ahora mismo. Bienvenidas y amadas sean, pues, las fronteras respetuosas con los derechos humanos.

Otra de las razones que desaconsejan su regreso, Presidente, es la que, como le decía, afecta a nuestra dignidad colectiva. No es Carles Puigdemont la persona que España quiere encarcelar, el nombre les importa poco, es el presidente de Cataluña. Le quieren secuestrar, esposar, maltratar, desnudar, encarcelar y exhibirlo como un trofeo de guerra para humillar a todos. Si pudieran, le pasearían encima de un carro encerrado en una jaula por el Paseo de la Castellana para que la gente, con sus vituperios, se burlara de usted y de Cataluña. Le quieren escarnecer, porque saben que escarneciéndole ayudarán a escarnecer a Cataluña. Y eso no lo puede permitir, President. Por boca de un portavoz del PP, el gobierno español, con el apoyo de PSOE y Ciudadanos, le amenazó diciendo que puede terminar como el president Companys. Esto solo ya dice la miseria moral de este Estado y el fascismo de su ideología. Por suerte, el contexto geopolítico del siglo XXI en Europa no tiene nada que ver con el del 1940, y, por tanto, el desenlace no puede ser el mismo. Pero sí lo puede ser la vejación. La vejación mediática de hoy en día equivale a los escupitajos, a las monedas de cobre y a los mendrugos de pan que la gente lanzaba al president Companys cuando le exhibían tras las rejas de un calabozo de Madrid.

Si ya es ignominioso lo que han hecho con miembros de nuestro gobierno y con los presidentes de la ANC y de Òmnium Cultural, imagine la magnitud de lo que harían si la presa fuera usted. Dicho de otro modo: si aquellos a quienes el Estado español considera actores secundarios de la insumisión les ha tratado como si fueran escoria, ¿qué no harán con usted, si cae en sus garras, considerándole, como le consideran, el actor principal? Usted, querido presidente Puigdemont, debe ser consciente de que concentra en su persona el odio infinito que siente el Estado español contra todo aquello que tan dignamente representa.

Por lo demás, debe tener en cuenta también que nada de lo que ha hecho en el exilio no lo habría podido hacer encerrado en un calabozo español. Ha internacionalizado el conflicto, ha proyectado mundialmente la lucha de Cataluña por la libertad y ha conseguido que todo el planeta sepa su nombre y cuál es el cargo que el pueblo catalán le ha entregado por mayoría absoluta. Y si tiene la más mínima duda, basta con que compare la indiferencia que muestra España ante el sufrimiento de los presos políticos con el ansia, el despecho y la rabia con que le mira a usted. Usted es la piedra en el zapato del Estado español, porque con su exilio, con las entrevistas que concede a medios extranjeros y con la expectación que generan sus ruedas de prensa está diciendo cada día al mundo que hay un Estado el sur de Europa donde no existe la separación de poderes, donde se embargan los bienes de los políticos desafectos al Régimen, donde se criminaliza a los alcaldes y a los maestros de escuela, donde se ahoga económicamente a los medios de comunicación plurales e insumisos, donde se persigue, se apalea y encarcela a la ciudadanía por sus ideas, donde no se permite que los partidos políticos mayoritariamente votados puedan llevar a cabo los programas electorales que las urnas han legitimado, donde se extiende el miedo para encadenar la mente y la libertad de expresión de las personas, y donde, en definitiva, se violan los derechos humanos con absoluta impunidad.

Permanezca en la capital de Europa, President. Cree un gobierno en el exilio, dirija país desde Bruselas -¿verdad que dicen que no hay fronteras en la Unión Europea?- delegue las funciones específicas del día a día y continúe atrayendo el foco mediático internacional con las reuniones de gobierno y las convocatorias de prensa que celebra periódicamente. Haga, en definitiva, justo lo que el Estado español no quiere que haga: ponerlo en evidencia como lo que es: el régimen totalitario del sur de Europa. Y, sobre todo, no claudique. No renuncie a ser un hombre libre, porque de su libertad, depende la futura e irrenunciable libertad de Cataluña.

EL MÓN