Navarra sin perspectiva

De lo sublime a lo ridículo hay un paso. Los gestores de la administración de la C.F.N. -según ellos Navarra- son incapaces de entenderlo y pretenden ocultar su vacuidad mental con gestos grandilocuentes que se refieren a la intangibilidad de las esencias navarras, concretadas en el FUERO y nuestra Historia; aunque, finalmente, ésta termine en la vulgaridad de una marca comercial, como ha sucedido con «Reyno de Navarra». La autocomplacencia va paralela a la falta de categoría. La percepción de que «somos los mejores» lleva a actuar a estos autotitulados dirigentes navarros, como si las cosas funcionasen solas. Así, parecen dar muestra de carecer de cualquier planificación y trabajar -de acuerdo con el dicho- a salto de mata.

Que el cargo de tales políticos les viene grande, se hace patente en todas y cada una de sus poses. Alguien que no debía haber pasado de sacristán de su pueblo, ha llegado a lo más alto de la administración y él mismo parece alucinado con su éxito. Educados en cuarteles y cuartelillos, hijos de secretarios de ayuntamientos y de otros funcionarios que hicieron su carrera en el 36, estas personas se convencieron de que Navarra era la finca familiar y de que en el Palacio de la Diputación tenían ya señalado su futuro despacho. Se limitaron a esperar su oportunidad, convencidos de los sólidos apoyos familiares y amistades y terminaron conformando los partidos de «raigambre navarra», los que se han repartido la administración y el pastel del «Amejoramiento». Es cierto que a éstos se unieron arrivistas, expertos en codazos y conscientes de sus limitaciones en el campo profesional; pero hábiles en recorrer los pasillos de los edificios de la administración y de las sedes de los partidos.

En conjunto no han dado muestra alguna de tener un plan para la C.F.N., salvo la misma continuidad en el cargo. «Para que queremos asumir nuevas competencias -decía Urralburu- si pagándolas el Estado estamos bien». Se entiende, él y sus amigos, porque los administrados no opinaban de la misma forma. Se explica que la C.F.N. haya dado tantas oportunidades a los vivillos; multinacionales de grandes promesas y amenazas constantes de deslocalización, constructores que impulsan urbanizaciones para las que las previsiones demográficas no encuentran habitantes; que se aprovechan del manirrotismo de la administración en obras públicas cuestionables y ciertos empresarios autóctonos, dispuestos a transferir sus negocios boyantes a la primera oportunidad que se les ofrece.

En total, completa falta de un plan que asegure el futuro de la C.F.N.; se han limitado a mirar -satisfechos- los índices que colocaban a su comunidad a la cabeza de las autonomías españolas, sin tan siquiera considerar que fuese mérito suyo, sino simple condición natural irreversible. Entre tanto, otros más modestos y eficaces, han trabajado por reorganizar tejidos industriales obsoletos, crear bases de investigación para nuevas actividades, mejorar los servicios ciudadanos, así como la renovación de la infraestructura; todo con la mirada puesta en los retos del mundo actual. Hoy se les ve seguros del camino emprendido, mientras en la C.F.N. aparecen las limitaciones del «dejar hacer» de su incompetente administración.

Cada vez aparece más claro que las bases económicas de esta denominada Comunidad Foral han sido hipotecadas a intereses muy inmediatos, aprovechando ciertas ventajas coyunturales de financiación a disposición de la administración foral. Esta disponibilidad ha sido considerada una fuente inagotable por parte de quienes se sentían ricos, sin tener en cuenta que su riqueza era de la colectividad y no para concederla a amigos e interesados; además de ser más limitada de lo que ellos mismos pensaban. Los gestores también se han creído depositarios de las esencias de Navarra. Han pretendido basar éstas en un»navarrismo» de pacotilla, que no saben, si referirlo a San Fermín y el pañuelico rojo o al Osasuna, aunque, finalmente, se acuerdan que existe una Historia de Navarra, que estiman propiedad suya, hasta el punto de erigirse en intérpretes exclusivos de la misma.

Nada más opuesto a ese patrimonio histórico, pertenencia irrenunciable de toda Navarra, desde las Encartaciones a Cortes, que la burda manipulación que intentan sobre nuestra Historia los inquilinos del PALACIO DE NAVARRA. Si por algo se distinguieron nuestros antepasados fue por la lucha por la Libertad, frente a los Estados autoritarios y la defensa de los derechos individuales. El servilismo de quienes se califican a sí mismos de «navarristas» les lleva a supeditar todo lo que sea Navarra al estado español. Sus jefes de Madrid, por lo demás, miran con complacencia la zafiedad de los «navarricos», interesados en creer que tales dirigentes son el reflejo exacto de nuestras gentes. Están convencidos de que podrán controlar la C.F.N., halagando el orgullo pueblerino de tales servidores, en tanto los navarros conscientes lamentan la falta de Norte y las decisiones tan funestas que se toman todos los días en el Palacio foral y los centros de decisión administrativa. Es la política…»del que más fuerte chufla, capador»…, la Navarra del…siempre p’adelante… y así es como se han tomado decisiones tan cuestionables como el pantano de Itoiz y la destrucción del patrimonio cultural en Pamplona y resto de la C.F.N., frente al criterio de los más sensatos y pasando por encima de los amplísimos sectores sociales que reclamaban reflexión y debate.

Es lo que nos hace sentirnos ridículos ante los extraños, convencidos de que este es el carácter navarro, simplón y echaú p’adelante, cuando a Sanz y a Izco se les ocurre utilizar una denominación histórica del Estado navarro como marca comercial. Se manifiesta aquí el desprecio supino de tales personas a la identidad navarra; desprecio nacido de la misma ignorancia de todo lo que significa el patrimonio de un Pueblo en el sentido más amplio de la expresión. El respeto hacia los navarros implica cuidado con los símbolos que conforman el imaginario de una colectividad y, en este terreno, la realidad histórica del Reino de Navarra representa un referente irrenunciable que marca a los navarros desde el Adour al Sistema ibérico, en tanto que elemento primordial de nuestra manera de ser y proyecto comunitario.