El espejismo de la democracia

Democracia, lisa y llanamente, es el ejercicio consciente de un pueblo para asumir el poder, a través de sus representantes libremente elegidos. ¿Alguien lo ignora?

Lo que no queda tan claro es hasta dónde un pueblo es libre y consciente para ejercitar este derecho. Ni siquiera si su voluntad, una vez concretada en las urnas, va a ser respetada. Pongamos por caso, como más cercanos, lo sucedido en 1936 con la sublevación franquista tras el triunfo del frente popular, o el levantamiento de Pinochet contra el socialismo de Allende.

Los estados modernos del llamado mundo desarrollado se mueven dentro de unos estrictos parámetros diseñados por los auténticos centros de poder y decisión de la sociedad. Son los gestores del neoliberalismo, eufemismo del término capitalismo. Fuera de estos parámetros, hoy por hoy, la supervivencia es escasa, por no decir nula. Estados como el chino o el cubano, sin duda, merecerían un capítulo aparte.

Lo cierto es, que los partidos convencionales de «izquierda», como apunta Noam Chomsky, debieron «pasteurizarse», o abdicar de sus principios (conceptos de lucha de clases, propiedad pública de los medios de producción, etc.) para poder participar en el «juego democrático». Mantener con todas sus consecuencias la conquista del poder por el proletariado hoy es una pura entelequia.

Para hablar de una auténtica democracia todo el colectivo social habría de respetar cualquier resultado en unos comicios, nos llevaran a un socialismo puro, a una socialdemocracia o al mismo capitalismo. Y sería el propio pueblo en las urnas, o mediante consultas públicas, y no el poder de las armas, el corrector del fracaso del sistema o el de sus gobernantes.

Es bien sabido que el fascismo, cuando no puede con las masas, las silencia. El neoliberalismo, -si adolece de alguna simbiosis con el fascismo-, hace lo propio. Para este cometido, la oligarquía utiliza unos métodos desvergonzadamente expeditivos encaminados al control del estado. A través del poder mediático, mayoritariamente en sus manos, orienta y dirige la libre decisión del pueblo, cuando no la embrutece o la emboba. ¡Qué tristeza da ver cómo los pueblos, por comodidad, desidia o pobreza mental, aplauden y endiosan a quienes los desprecian y los esclavizan! Los que propugnan otras alternativas que pongan en juego los intereses del sistema son criminalizados y expurgados de la sociedad. Los humanistas y los intelectuales honestos son proscritos.

Los gobernantes crean leyes perversas para deslegitimar las aspiraciones de los pueblos. Para ello, el sistema posee un entramado judicial envilecido que funciona a su exclusivo servicio, y que, salvo honrosas excepciones, clausuró el templo de la justicia. Y son tales las veleidades y el desprecio de la verdad y la razón de muchos de estos togados, que han dejado a la excelsa dama de los ojos vendados hecha unos zorros.

Estos poderes fácticos controlan élites y pandillas de políticos, satisfechos, cuya desvergonzada ostentación resulta tan cruel para el ciudadano de a pie. Estómagos agradecidos, a quienes el pueblo les importa un rábano, siempre babeando en torno a la corrompida aristocracia del chanchullo y del pelotazo.

Miren como juegan estos sinvergüenzas. Hoy, los pobres de Sri Lanka se enfrentan a un tsunami más devastador que el primero. Es un plan de acción en medio de la crisis del Tsunami, diseñado por «expertos constructores de democracias», que ya habían preparado planes post-conflicto para 25 países que no están en conflicto. Esta dirigido por el estadounidense Carlos Pacual, ex-embajador de Ucrania. Este plan de acción consiste en entregar el mar y la costa a empresas extranjeras y al turismo, con la asistencia militar de los marines. Algo similar al desarrollado por Paul Wolfowitz, ingeniero de la guerra de Irak, para la posguerra. Y escuchen las palabras de Condoleezza Rice: «El tsunami ha sido una magnífica oportunidad que nos ha dado grandes dividendos». No olvidemos; todo esto gracias a esa comisión de «constructores de democracias».

Pero esto no es todo, con ser ya atosigante. El sistema, para ser completo, necesita agua bendita y muchas bendiciones. Es éste el cometido que con excepcional unción han tenido que sobrellevar con «espíritu y sacrificio» las jerarquías de distintas confesiones religiosas. ¡Cuánto habría que hablar de los escandalosos crímenes, de la avaricia, de la corrupción y de la represión de las conciencias, ejercidos en nombre de no sé qué Dios!

Bien, pues todo esto, por mucho que vociferen nuestros políticos, se parece a la democracia como Bush al seráfico de Asís. Hoy no existe la democracia. Es tan sólo puro marketing para unos y noble ideal para todo hombre de bien que posea un espíritu libre y despierto.

Esta alarmante carencia democrática explica por si sola la situación caótica y desesperada de gran parte de la humanidad. Es como abrir la caja de Pandora.

Y es que neoliberalismo-capitalismo y democracia son radicalmente incompatibles, porque la sangre del capitalismo es el expansionismo. Porque el neoliberalismo necesita sociedades pobres e insolidarias, y porque abate cualquier barrera ética, ecológica o legal que se oponga a sus objetivos. Carece de sentimientos religiosos, humanitarios, cívicos. El neoliberalismo-capitalismo no soluciona el hambre y la miseria del mundo; los acrecienta. Avanza mediante la guerra y la destrucción. Sus fuerzas del orden, ésas, las que luchan contra el terrorismo, están preparadas para arrasar, no para construir.

Si existiera la democracia -parece que la humanidad aún deberá desbrozar largo camino-, existiría una solidaridad internacional eficaz, se consumaría un reparto justo de los bienes del planeta, el hambre no sería más que un mal sueño, se respetarían los recursos, la cultura y la propia dinámica de los pueblos. Y se establecerían asociaciones democráticas internacionales. La rectitud de la O.N.U. no estaría en entredicho. Dejaría de ser un organismo corrupto, manipulado y tergiversador, para ser asumido como un árbitro inapelable para todos los conflictos del planeta…

Hoy nuestros sistemas políticos se parecen a un bazar de ladrones y truhanes. Todo se vende, se mueve o se manipula según los intereses de quien ostenta el poder, nunca según dicta la ética o las apetencias de la ciudadanía.

Pongámonos en Euskalerria. Si hubiera una auténtica democracia y no la razón de las armas, ¿existiría E.T.A.? ¿Iba a poder algún obtuso ilegalizar las ilusiones de los ciudadanos? -Por cierto, podríamos aportar pilas de aberraciones, que desde el franquismo hasta nuestros días ha consumado el P.P., a ver si los ilegalizan de una vez y se calla la mostrencada- ¿Nos iban a importar el inmovilismo y las memeces de los partidos con sede en Madrid? ¿Podría negarnos alguien -insisto, sin armas- nuestros anhelos soberanos?

Nos queda una esperanza y es que el ser humano no es tan manipulable como muchos desean. La historia, aunque en ocasiones parezca lo contrario, nos demuestra que el proceso humano, aunque lento, no es tan involucionista. Ahora deseemos (es posible que no estemos tan lejos), como dice Naomi Klein, que «la libertad y la democracia se liberen del mortal abrazo de Bush y de todo el espectro neoliberal, y sean devueltas a los movimientos populares que han luchado por estas causas durante décadas».