Perdidos en el bosque

Si alguna alegoría representa a los actores que protagonizan el impresentable espectáculo público en torno al inexistente «proceso de paz» está claro que es la de la cuadrilla perdida en el frondoso bosque. Algunos, conocedores del bosque, han abierto una senda, y aun malheridos por los rasponazos, quieren avanzar rápido por ella hasta la salida, el claro, el horizonte. Otros, remolones y fondones, se paran cada dos por tres a comer los pocos pero deliciosos víveres que llevan en la mochila común, y plantean detenerse definitivamente a la espera del «día del rescate», que algún día, «cuando Dios quiera y estemos preparados», llegará. Por detrás, los culpables, que por interés, metieron a la cuadrilla en el bosque y obstaculizan todo intento por salir o ser «rescatados», ya que serán responsabilizados del «accidente» y perderán esa «cuadrilla» tan maja, en la que nadie los quería, pero en la que consiguieron entrar mediante engaños y coacciones.

La única solución para salir del atolladero es la de huir del bosque, encontrar la salida al claro que permita el rescate. El resto de opciones garantizan el final del grupo, la muerte física por inanición, frío, etcétera, o en su defecto, una infravivencia ermitaña «Crusoeniana» perpetua en el oscuro bosque.

Los protagonistas de la alegoría «no llevan etiquetas», pero por su actitud, es del todo transparente a quién representan. Sólo hay tres opciones, tres actitudes: salir, esperar o quedarse para siempre. Tres «etiquetas» ineludibles, claras, definitivas. Independentistas, autonomistas o unionistas. El resto de «etiquetas» son matices y variaciones múltiples de los tres conceptos básicos, por lo que el único que «se lía con las etiquetas» es aquel que no se atreve a decir con nitidez por cual de las tres actitudes opta: O andar para salir, o comer bocata a la espera del día de la salvación «que llegará algún día» y de paso confraterniza con los que abogan por «quedarse», y «reformar» la putrefacta chabola donde se guarecen.

Es aplastante. Sólo la opción de la independencia nacional, de la recuperación del estado sojuzgado por fases desde hace 805 años garantiza la supervivencia de los vascos, de todos los ciudadanos de la Navarra plena, como colectividad plural con rasgos identitarios propios en un mundo global en clara tendencia uniformizante. A este respecto el ejemplo estonio es la prueba del algodón: en una década han superado la situación diglósica (había un 40% de población rusófona monolingüe) y han multiplicado geométricamente los parámetros de bienestar. Evidentemente, otros aspectos son claramente discutibles, pero como paradigma estructural de «proceso de recuperación» es claramente satisfactorio.

Euskal Herria necesita pues vertebrar un «proceso» similar. Un «proceso» respaldado por la mayoría social (el 89% de los ciudadanos exige el respeto al derecho a la libre decisión); fruto del consenso (más amplio que el de las fuerzas políticas, que en su conjunto «representan» a un 70% de la población); reflejo de las ansias mayoritarias que permita políticas hegemónicas (recordemos que en condiciones de persecución política el 39% se declara independentista y a modo de ejemplo paralelo, que en 1987 sólo el 18% de los eslovenos se declaraba independentista, pero en 1990 el 73% votó a favor de la independencia en el referéndum de autodeterminación). Políticas hegemónicas que negocien con las Metrópolis, desde instituciones y gobiernos de concentración, en clave soberana; políticas que permitan una reinstitucionalización que supere la partición territorial; políticas que garanticen los derechos civiles y políticos de todos los ciudadanos en el ejercicio de su opción política; políticas claramente agresivas que permitan superar la situación diglósica; políticas que afiancen una acción pública contundente de protección y desarrollo de los sectores económicos estratégicos.

En resumen, el «salir del bosque» es ir más allá de la superación del actual escenario de confrontación armada. Los recientes «criterios» públicos sobre «un proceso de paz» son mayoritariamente insuficientes, mediocres, politiqueros. Plantear que ETA y su actividad son el único y definitivo problema a superar es sencillamente volver a estafar con un manto de olvido a la sociedad vasca. Se trata de obviar las encuestas, de instrumentalizar los sentimientos, de hacer opaco el pasado, de devaluar decenas, centenares de años de sacrificios y sufrimiento de miles de personas. El silogismo «primero que ETA se disuelva sin condiciones y luego ya veremos, todo es posible» es absurdo y además de una cretinez absoluta. Este es, por lo visto, el único «proceso de paz» del mundo en el que una parte se rinde a cambio de nada y sin negociar. ¿Creen que somos estúpidos? Pero, dicho criterio, además de ser técnicamente impresentable como opción para la resolución del conflicto, más aún vista como anécdota el argumento de «lo posible e imposible» del PSC ante CiU en la reforma catalana (¡y eso que CiU sólo reclama el Concierto de financiación!), es patético, porque no hace diagnóstico alguno de la situación. No repara en que ETA es una anécdota, una mera expresión del verdadero conflicto.

Por eso hablar de «proceso de paz» al margen de la realidad estructural es estafar a la Sociedad. El origen histórico «del conflicto» está en la negación de Euskal Herria como realidad nacional, en el sojuzgamiento de la Soberanía Nacional del Estado vasco; la razón política «del conflicto» reside en la negación a ultranza de la posibilidad de los vascos a optar democráticamente por otro escenario que contemple la recuperación de la estatalidad en el marco europeo Por eso, el eje generador del conflicto, lo que verdaderamente «hay que disolver», para que «el conflicto» no se reproduzca nunca más, es el articulado constitucional que impone de modo totalitario la unidad indivisible de España garantizada por la fuerza armada. Hete aquí el quid de la cuestión.

Solo la vertebración valiente de un proceso integral suprepartidario permitirá la superación del conflicto, y la posibilidad de que los vascos y vascas podamos sobrevivir a la desertización globalitaria en el seno de una estado vasco independiente: La República de Navarra, el claro fuera del bosque. Por ahora, desenmascaremos a los ermitaños profesionales. –