José Antonio Iturri, agur

Se va uno de los pocos periodistas que daban sentido a una profesión que afea su cara sin remedio, prostituida por el balance de resultados, la idolatría por la noticia espectáculo y la sumisión a ese Orden que establece sus normas de buen comportamiento.

La capacidad de distinguir entre la verdad y su manipulación no es algo exclusivo de personas con dotes especiales, sino algo que está al alcance de cualquiera que no esté dispuesto a vender su profesión a quienes tienen el poder de moldear la realidad a su capricho todos los días. José Antonio Iturri no tenía ventajas ni capacidades especiales para hacer su trabajo que no tuviera a su alcance cualquier otro; lo que lo hacía especial era su elección, hacer de su columna diaria un observatorio de la ciudad, de todos los rincones por donde transita la vida de la gente, sin más cristal que observarla desde la verdad de las cosas, y contarla para que la gente normal, la que padece las Verdades impuestas, tuviese un refugio donde mirarse, donde encontrar una pluma amiga.

Sin hacer ruido, pero señalando las vergüenzas a reyes y reinas que pasean desnudos entre sus tronos (donde otros cronistas dedican sus sueldos a describir la hermosura de sus falsos ropajes y de sus ilegales aposentos), Jose Antonio Iturri nos deja la verdad oculta de nuestra ciudad, desfigurada por quienes, a su costa, usan sus poltronas para engordar sus numerosas cuentas corrientes.

No es fácil ser periodista y ejercer de tal en esta Pamplona que destruye su memoria y esconde sus vergüenzas tras los abalorios de un alelado canto al progreso, paleto, ramplón y pueblerino; pero José Antonio Iturri lo ha sido desde su rincón del periódico; ese en el que las circunstancias lo arrinconaron, y que hoy, por el golpe que nos deja la muerte, cobra su sentido más cierto.

Se va uno de los pocos periodistas preocupado por cuidar su lenguaje, sabedor de que es el primer respeto que se le debe a cualquier lector; cualidad en la que José Antonio Iturri ha sido maestro. Maestro arrinconado porque hoy, desgraciadamente, son otras las cualidades que hacen «crecer y engordar» en esta profesión.

Mañana, correrá un nuevo día en el calendario de la rotativa y tendremos que acostumbrarnos a recordarlo, porque las páginas del periódico se quedan definitivamente huérfanas de un buen amigo y de un excelente periodista. Pamplona-Iruña ha perdido a su mejor cronista y la gente sencilla, la que sigue esperando ecuanimidad de políticos y jueces (milagros, a fin de cuentas) ha perdido a quien dejaba siempre una luz encendida para alumbrar a diario sus problemas, sus derechos y sus sinsabores.

Somos muchos los que le echaremos de menos.