La sonrisa turca

Las posturas de unos y otros nos han hecho creer que estos días estaba sobre la mesa la adhesión definitiva de Turquía al club europeo; las presiones y rechazos de algunos de sus países parecían indicar que se trataba de una cuestión de vida o muerte para el futuro de la Unión Europea y su proyecto geopolítico. Desde Ankara también se ha mantenido una posición firme que ha podido ayudar a difundir esas impresiones.

Sin embargo, el Gobierno turco ha conseguido lo que pretendía hace mucho tiempo. Por un lado, ha logrado aparecer como vencedor, relativo eso sí, en este último pulso con la diplomacia de la UE, algo que le viene bien de cara al consumo interno; y por otra parte, ha conseguido encubrir, con la inestimable e involuntaria ayuda de algunos estados europeos, su objetivo prioritario, que no era otro que «iniciar las negociaciones» para poder negociar su futuro estatus ante la Unión Europea.

Y en este punto es donde se abre el abanico de posibilidades que todos los protagonistas conocen. En los próximos diez o quince años las coyunturas variarán y probablemente los mecanismos puestos en marcha para supervisar este largo y complejo proceso también contribuirán a su enmarañamiento. Por todo ello el final del guión está todavía sin concluir, y puede finalizar con la integración plena de Turquía en la UE, pero también puede acabar con una fórmula de «relaciones privilegiadas» entre Turquía y los miembros de la Unión Europea.

Discursos

La opinión pública de muchos estados europeos está asistiendo a un debate tan amplio que le resulta difícil ubicar la centralidad en el tema que nos ocupa. Lo cierto es que el debate debería ir más allá de lo que públicamente se ha estado planteando. A estas alturas puede parecer irrisorio, si no lo es, mantener una discusión sobre la «europeidad» o no de Turquía para ingresar de pleno derecho en este proyecto europeo. Si nos atenemos a esa línea argumental, ¿Qué tienen de países atlánticos Italia o Turquía, que comparten afiliación dentro de la OTAN? O incluso, ¿Cuál es la «europeidad» de Israel que le permite asistir a bodrios como Eurovisión o participar en la euroliga de diferentes deportes?

Al hilo de esas argumentaciones contradictorias, se puede poner en solfa la capacidad de los dirigentes europeos de este proyecto, la Unión Europea, para conceder o denegar el «label» de europeidad a Turquía, o en su momento a Rusia o a otros países de la región. Por todo ello conviene desenmascar una vez más los intentos por identificar el proyecto de la UE con Europa, pues esta lectura, además de simplista, oculta una realidad más rica y compleja.

Uno de los soportes que se pretende ocultar es el verdadero carácter que se está otorgando a la Unión Europea, un proyecto economicista de Europa, y sobre cuyo control se están dando las diferentes luchas y enfrentamientos entre estados que en ocasiones degeneran en importantes crisis que llegan a afectar al proyecto en sí mismo ­los recientes referendums sobre la Constitución europea son buena prueba de ello­. Es en este escenario donde se deben ubicar las claves para comprender mejor los acontecimientos más recientes.

Intereses

Los movimientos de estos días «para salvar el proceso» han involucrado a diferentes actores, desde los dirigentes más importantes de la UE hasta Washington, desde donde las llamadas de la Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, también han tenido su peso. De ahí que sea también más fácil, a la luz de estas maniobras, rescatar para hacerla público, la importancia de los aspectos de carácter geopolítico que se mueven en torno a la situación de Turquía.

En la mayoría de discursos se ha podido apuntar un importante número de argumentos que refuerzan esas tesis. Desde el creciente peso demográfico turco hasta las diferencias identitarias y culturales, sin olvidar otros aspectos económicos y geoestratégicos, y en la misma línea el propio proyecto de la UE ante la nueva escena internacional.

En esta coyuntura asoma nuevamente el actor omnipresente de la actualidad, Estados Unidos. Desde la Casa Blanca se han movido las fichas en defensa de sus intereses, una política que lleva tiempo aplicando Washington en todo el mundo. En primer lugar, la imagen de división de la UE es algo que beneficia al proyecto norteamericano que ve cómo un posible competidor en diferentes ámbitos es incapaz de llevar adelante un proyecto común.

Pero además, para EEUU la posición turca es muy importante, y todo acercamiento entre la UE y Turquía puede favorecer sus intereses. Desde el papel de Turquía en la OTAN, pasando por la importancia de ese país en un región muy compleja para EEUU, ya que desde Ankara se puede interferir en la política de Iraq, Siria… El aspecto energético también tiene su importancia. Los planes para canalizar los recursos del Caspio y el Mar Negro a través de Turquía se oponen a los proyectos de Rusia y Alemania, al tiempo que la influencia de la Administración norteamericana tanto en Europa como en Asia Central, se vería incrementada considerablemente.

Los argumentos que apelan al papel musulmán de Turquía, a la militarización de su sistema, al genocidio contra los armenios o a la represión del pueblo kurdo, a la situación chipriota, a la falta de libertades en el país… serían serios si no viniesen de donde vienen. No debemos olvidar que a menudo estos mismos estados que hoy se presentan como «garantes de las libertades y derechos» de los demás tienen en su haber un largo historial, bastante cercano en ocasiones, de quebranto de lo mismo que dicen defender con tanto ímpetu.

Las dudas sobre el futuro status turco seguirán sobre la mesa, pero el llamado laboratorio turco ha saltado a escena, el tiempo definirá los frutos de los experimentos del mismo.

En definitiva, y de momento, con este logro los dirigentes turcos se dan más que satisfechos, de ahí que en la fotografía de esta semana resalte sobremanera la sonrisa de Turquía sobre los rostros desencajados de algunos representantes europeos. Hay algunas fuentes que señalan y nos recuerdan que hace ahora bastantes años, en 1453, con la conquista del imperio otomano de Constantinopla (hoy Estambul), la capital de Bizancio, por parte de Fathi Sultan Mehmet, Turquía entró en Europa. Otras en cambio señalan que hoy en día, a la luz de los recientes acontecimientos, podemos hablar de una nueva «entrada» de Turquía en el espacio europeo, independientemente de las concreciones y calificativos que se quiera adjudicar a la actual situación. Es pronto para poder definir con absoluta claridad el devenir de los acontecimientos, sobre todo si carecemos de la bola mágica que nos ayude a predecir el futuro, pero debemos permanecer atentos a todo tipo de maniobras que se puedan configurar sobre el papel que Turquía pueda desempeñar dentro del proceso de creación de esa Unión Europea, y también la reacción de esta última ante este tipo de movimientos. –

(*) Txente Rekondo: Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN).