España de siempre…, España de nunca

Nueva carga de los nacionalistas españoles. Se manifiestan dispuestos a la defensa de la «España eterna». Al parecer es ésta una realidad intangible desde las profundidades del Paleozóico… . Un romano, que no español, Isidoro de Sevilla, turbado por la desaparición de su patria -Roma- quiso ver un paliativo en los godos recién asentados en la Península, cuando éstos aceptaron el Catolicismo. Isidoro proclamará que España es su Nación, pero los visigodos no dejan de ser, sino un episodio efímero. Cuando lleguen los musulmanes desde África, la población aceptará sin mayor problema el Islam. Faltó poco para que toda Europa fuese integrada en el Islamismo, provocando la desaparición del Cristianismo occidental.

La pretendida «Reconquista» no representará en principio, sino el deseo de revancha de los mozárabes, cristianos que vivían entre los musulmanes, muchos de ellos huidos a Asturias. Lo cierto es que los territorios del Norte peninsular seguían cada uno su propia dinámica y no aspiraban, sino controlar tierras agrícolas de mejor calidad, favorecidos por cierta condescendencia de las autoridades cordobesas. La Reconquista tendrá lugar básicamente a partir de mediado el siglo XI. Mas que reconquista, constituye un proceso de expansión, a través del cual Castilla y la Corona de Aragón ampliaron sus territorios, gracias a la contribución humana de miles de europeos procedentes del norte de los Pirineos, los conocidos francos. Entonces, sin embargo, tuvo lugar la expulsión de la población autóctona y de raíces peninsulares más profundas, a quienes se negó la condición de «españoles» bajo pretexto de su religión islámica.

Los reyes «católicos» son los fautores de la Unidad, aunque, a decir verdad, Fernando maquinó volver las cosas a su ser anterior, cuando los castellanos optaron por Felipe el Hermoso. Luego el Imperio. Henry Kamen en su obra: IMPERIO, LA FORJA DE ESPAÑA COMO POTENCIA MUNDIAL, Insiste en algo obvio, salvo para los historiadores españoles; que tal Imperio fue obra de una multiplicidad de naciones, entre quienes los peninsulares eran minoría, desarrollando éstos últimos casi siempre un papel secundario, frente a italianos, flamencos, borgoñones, indígenas americanos, chinos…. A decir verdad, los ejércitos del Rey de España, estaban integrados por gentes de toda procedencia, dirigidos también por italianos, flamencos, alemanes. Otro tanto, y aún más cabe decir de la diplomacia, y así mismo de la dirección política del conjunto imperial. España dio nombre al Imperio, porque en ella residía el rey, aunque con Carlos V, el carácter imperial germánico se sobrepuso a Castilla. Quienes colaboraban en aquel entramado, sentían vinculación con el rey o señor de su territorio, no con España. De hecho, al ser separados esos territorios del Imperio español, sus habitantes no se sintieron desgajados de la Patria.

Los nacionalistas españoles, arguyen con firmeza que los vascos colaboraron como nacionales en tal Imperio; nadie ha negado la participación de muchos vascos en las empresas del rey de España, pero cabe preguntarse como percibían esta relación con «la Nación Bascongada «, denominación ésta que se aplicaban las Diputaciones del Reino de Navarra y Señorío de Vizcaya, recogida en la documentación intercambiada entre ambas instituciones.

A título ilustrativo se mencionará únicamente al coronel Iturbide, que luchó en los tercios de Flandes, pero que como miembro de la Diputación del Reino protestó igualmente contra los excesos del Visorey Oropesa, cuando éste humilló a unos navarros que habían desertado de los ejércitos españoles que luchaban contra Cataluña; circunstancia que le llevó al cadalso. Desde Luego, esos navarros sentían que las leyes e instituciones de todos los territorios en que se hallaba dividido el Estado Navarro, se encontraban por encima del rey, a quien obligaban a la jura del Fuero, como condición previa a su reconocimiento. El conflicto entre nuestras instituciones y la Corona española fue permanente, ante la pretensión de los españoles de no tenerlas en consideración -véase las actas de las Cortes de Navarra y Diputación del Reino, y las similares del resto del País. Que no olviden tal circunstancia los nacionalistas españoles, cuando aluden a la contribución de los vascos a España. Un carlista navarro de la primera Guerra, declaraba al suletino Xaho: «a los vascos siempre les fue muy querida la gloria de España; a pesar de ello siempre han sido vistos con desconfianza en ella. Advertencia para el Futuro.» ¿Con qué bases se puede sostener que existe una identificación con España, menos todavía, ante las intenciones claras de desmantelar el sistema institucional nacional?

Hasta tal punto resulta artificiosa la Nación española, que, a principios del siglo XIX carecía de una vertebración mercantil. D. Ringrose en su obra EL MITO DEL FRACASO destaca la presencia de tres áreas mercantiles en la Península, sin relación entre ellas y con mayor relación con territorios extrapeninsulares. Madrid carecía de otra dinámica que la de ser el centro improductivo de concentración de riqueza, al amparo del consumo de las castas dirigentes del imperio. A decir verdad, el propósito de hacer una nación española, no se encuentra, sino entre los ilustrados españoles del siglo XVIII y tiene su primera expresión en las Cortes de Cádiz. Haciendo suya la actitud de los monarcas que consideraban como bienes propios sus dominios, los hombres de Cádiz declaran España todos los territorios del Imperio, incluidos, los de América, Asia y África. No hay consulta previa a los habitantes y como sus congéneres nacionalistas de hoy, los hombres de Cádiz entienden que todos aquellos territorios son España, porque se encuentran sometidos a su gobierno y aspiran -igualmente que hoy los autodenominados constitucionalistas- a establecer una Nación en la que todos se encuentren cómodos, tras largos siglos de «convivencia». Es cierto, no obstante, que los americanos tenían otra perspectiva de la Nación y pusieron a España en su sitio; con guerras, todo hay que decirlo.

Por lo que a Navarra se refiere, se opuso frontalmente al proyecto de Nación española diseñado en Cádiz. Las guerras carlistas representan este rechazo. Los nacionalistas españoles se han empeñado en que aquellos conflictos respondían a planteamientos dinásticos y religiosos, o, como gustan muchos de explicar hoy, a la resistencia de los vascos a la modernidad. No deja de sorprender lo sensibilizados que se encontraban los españoles ante la modernización, que han tenido que esperar a finalizar el siglo XX, para ser aceptados como plenamente europeos. El hecho es que Navarra -Euskal Herria- ha constituido permanentemente un espacio conflictivo para España, aun en tiempo de la dictadura franquista.

El espectáculo que dan los medios de comunicación españoles, intelectuales y élites sociales es lamentable. Faltos de cualquier argumentación que pueda ser contrastada con ecuanimidad a la luz de los principios de libertad y democracia proclamados por la cultura occidental, no les queda sino la rabiosa descalificación y la amenaza; el recurso a la imposición de su manera de ver los problemas y el desprecio de quienes no piensan como ellos. Malas son tales herramientas para ninguna convivencia y establecimiento de relaciones solidarias.