Txetxenia y Nafarroa en el espejo recíproco

Una semana ha separado las elecciones parlamentarias en Chechenia del Día de Navarra. Un breve espacio de tiempo, una enorme distancia geográfica, social y cultural, pero, ¿qué pueden tener en común estos dos acontecimientos? Salvando las distancias entre dos realidades diferentes, en la Chechenia de diciembre del 2005 podemos ver reflejada en cierta medida aquella Nafarroa del siglo XVI tras la ocupación castellana.

El Reino de Navarra no administraba ya a principios del siglo XVI Araba, Gipuzkoa y Bizkaia. Entre 1198 y 1201 Araba, Gipuzkoa y Durangaldea habían sido usurpados al Reino de Navarra en base a infamias, campañas militares y cercos sobre poblaciones. Y lo habían sido pisoteando lo acordado en el Laudo arbitral de Londres de 1177 que delimitaba los limites entre los reinos de Navarra y Castilla.

En 1512 las tropas castellanas comandadas por el Duque de Alba daban comienzo a la que sería definitiva ocupación de la Nafarroa Oriental. Tras más de una década de sucesivos enfrentamientos y de incluso la recuperación momentánea de Iruñea, en marzo de 1524 las sitiadas tropas navarras, entre quienes estaban dos hermanos del ahora recordado Francisco de Jatsu, abandonan la fortaleza de Hondarribia.

Un paulatino proceso de asimilación de Nafarroa siguió a la invasión militar: abolición del derecho navarro, suplantación de las instituciones navarras, remoción de cargos públicos, eclesiásticos, de administración de justicia, etc. Y represión. Probablemente nunca se llegue a saber con exactitud los miles de navarros/as que fueron exterminados durante y en los años posteriores a la «voluntaria conquista» de Navarra. Aquella planificada operación de limpieza probablemente fuera de una dimensión mucho mayor a los 3000 navarros ejecutados durante los años posteriores al alzamiento fascista del 1936. Casi 5 siglos después, todos esos navarros/as son algo invisible para quienes hoy gobiernan esa parte de Euskal Herria que fue la última en ver arrebatada sus formas de autogobierno.

Casi 5 siglos después, y mientras se ultimaban los detalles de los actos oficiales por el Día de Navarra, en una pequeña zona del Caúcaso se escenificaban unas elecciones. El pueblo de Ichkeria, también conocido como Chechenia, asistía al esperpento de unas elecciones que iban a abrir las puertas a la normalización de esta república. No estaban en Chechenia los 300 expertos internacionales encabezados por la OEA y la UE que siguieron lupa en mano el desarrollo de las elecciones venezolanas. No estaban desplegados en las ensangrentadas calles chechenas los grandes medios de difusión masiva. No. Los pocos corresponsales presentes en la devastada Chechenia eran guiados por policías y soldados en su visita a unos semidesiertos colegios electorales, como así han atestiguado algunos de estos corresponsales. Por no extendernos sobre la imposibilidad de que nadie que cuestione la integración de Chechenia a la Federación rusa haya podido presentarse, ni sobre los dudosos censos de votantes.

Cimentado sobre un genocidio en toda regla contra el Pueblo checheno esta farsa electoral pretende difundir la imagen de una Chechenia normalizada integrada en la gran Federación rusa. De forma «natural», «normalizada», «voluntaria». Los acuerdos de Jasaviurt de agosto de 1996 firmados entre el general Alexander Lebed y el asesinado presidente checheno Aslan Masjadov, fueron pisoteados por la soberbia zarista del siglo 21, en un episodio que en cierta medida recuerda el incumplimiento del mencionado Laudo arbitral del Londres por parte de los mandatarios castellanos.

Tras dos guerras de ocupación (1994-1996 y 1999 hasta la fecha) se calcula que ha muerto un 10 % de la población de esta república cuya extensión no llega a duplicar a la de Nafarroa. De los 1.200.000 habitantes que tenía Ichkeria en 1991 hoy en día tal vez no lleguen a la mitad. Varios cientos de miles de chechenos/as han huído por miedo a represalias y a los salvajes métodos usados por los ocupantes. Se calcula que en los campos de refugiados de Ingushetia malviven actualmente unos/as 200.000 chechenos/as. Decenas de miles de combatientes chechenos («delincuentes» o «terroristas» en lenguaje del Kremlin), potenciales combatientes, e incluso mujeres y niños potenciales colaboradores de la resistencia, han sido asesinados por el ejército ruso, por las OMON (cuerpos especiales del Ministerio de Interior), por la policía prorusa y por las fuerzas paramilitares. Muchos de ellos desaparecidos en centros de detención y tortura. Sólo en el 2005 han sido contabilizadas 235 desapariciones según constata un memorando elaborado por varias organizaciones en defensa de los derechos humanos. El de Chechenia es, conjuntamente con Irak, Colombia y los secretos centros de tortura distribuidos incluso en Europa, uno de los puntos más negros en lo que respecta a la violación de los derechos humanos. Tan grave como ignorado.

Sobre esta Ichkeria masacrada pretenden construir esa Chechenia rusa diseñada por el Kremlin. Pero para ello necesitan acabar con otro obstáculo: la memoria histórica, intrínsecamente ligada a la identidad colectiva de un pueblo. Si lo consiguen, dentro de 500 años o tal vez no tantos, podremos ver en Grozny al virrey de un contemporáneo zar rodeado de autoridades civiles, militares y religiosas celebrando el día de Chechenia. En tal pomposo acto enaltecerán algún desfigurado personaje histórico y disfrutarán de alguna descafeinada danza típica chechena, obviando cualquier referencia a una historia de invasiones, masacres y resistencias. Todo ello en idioma ruso. Reducida la identidad de un pueblo a puro folklorismo reivindicarán la identidad chechena y su natural y voluntaria integración a la Gran Rusia desde el principio de los tiempos.

Con la memoria puesta en Grozny, Gudermes, Noain, Amaiur o Gernika, el pueblo checheno puede dirigir su mirada a los actos oficiales de desmemoria histórica celebrados estos días por los navarrísimos navarricidas para contemplar lo que podría ser su futuro. También podrán contemplar en la calle a la resistencia navarra que, pese a represión y prohibiciones, sigue portando el arrano beltza bajo las murallas de la vieja Iruñea en las que retumba el eco de la lingua navarrorum.

Como Pueblo vasco podemos ver reflejado en el sacrificio del pueblo checheno lo que fue una dolorosa página de nuestra historia. Un pasado que se nos niega y oculta, que explica nuestro presente y que debe iluminar nuestro futuro.

Recuperar la memoria histórica, reconstruir el Pueblo y potenciar el internacionalismo entre los pueblos del mundo es el reto que tenemos por delante. Desde el desfiladero de Argún hasta el de Orreaga, pasando por Jenin, Faluya, Marquetalia o la selva Lacandona.