¡Cuenta conmigo, Miguel!

¡SUPEREMOS nuestras diferencias! ¡Todos los navarros debemos unirnos tras nuestro presidente Miguel Sanz! Y vive Dios que no me mueve el huevo sino el Fuero: alentar a una nueva Gamazada para exigir la financiación del Tren de Alta Velocidad es tanto como convocar a una guerra para conseguir que nos bombardeen, pero eso es algo que en Navarra ya estamos acostumbrados. Gastarse mil millones de euros y desgarrar el territorio para hacer otro ferrocarril paralelo al existente, sólo por ganar quince minutos de tiempo, (que se ganarían igual arreglando el actual trazado) sólo se comprende bajo la lógica de la hormigonera enloquecida: no quieren pararla porque saben que es la forma ideal de amasar dineros públicos para descargarlos en faltriqueras privadas. El TAV es otro gran disparate foral, filón de oro para los dueños de la hormigonera, y baldón para alguna clase política que lo consiente cobardemente.

Pero pese a todo, me hace ilusión participar en la nueva Gamazada de Sanz. Salir a la calle exigiendo, como en 1893, la reintegración foral plena. Cantar el Gernikako Arbola hasta la saciedad en todas las estaciones del TAV por donde pasaría nuestro Gobierno. Como entonces, el pueblo de Iruña despediría a Sanz en la estación, mientras el Orfeón le cantaría, tras el Gernikako, el otro himno titulado Valientes Euskaldunas que acababa:

¡Vivan los Fueros santos / que la Vasconia logró alcanzar / viva quien los defienda / con pecho noble, sin vacilar!

Himnos que repetirían todas las bandas de música de Navarra, que todavía guardan en sus archivos las partituras. Cantarlos como Gayarre acompañado de Sarasate, entre vivas a las libertades de Euskaria. Cantarlos con los paloteadores de Monteagudo, y recitar al final aquellos versos gloriosos:

¡Vivan las cuatro provincias / que siempre han estado unidas / y nunca se apartarán / aunque Gamazo lo diga!

Sacaríamos a la calle todas las banderas de Navarra, pero también, como entonces, pergeñaríamos alguna ikurriña en el café Iruña de Pamplona, bajo los escudos del Laurak-Bat que todavía hoy día adornan sus paredes. Y sería de ver a los diputados navarros en Madrid repetir lo que dijo su antecesor en el cargo, Arturo Campión: «Aquí estamos los diputados navarros cumpliendo nuestra misión tradicional de nuestra raza, que tanto en la Historia antigua como en la moderna se expresa con el vocablo resistir . Aquí estamos asumiendo un capítulo nuevo de la Historia que nos muestra a los vascones defendiendo su territorio, su casa, su hogar, sus costumbres, su idioma, sus creencias. En el improbable caso de que el Parlamento cerrara sus oídos a nuestras súplicas, apelaríamos a la nación y si esta indecisa se encasquillara dentro de ciegas preocupaciones, nos retiraríamos a nuestras montañas para tomar consejo de nuestra energía, de nuestro valor». Claro que para que dichas palabras fueran tomadas en serio, como lo fueron entonces, alguna partida guerrillera se tendría que echar al monte a lo Zabalegi y Simonena, para que algún generalote, como Martínez Campos entonces, advirtiera al Gobierno del riesgo de una nueva guerra.

El presidente del Gobierno, Miguel Sanz, seguro, asumiría el papel histórico que en aquellas jornadas asumió el presidente de la Diputación, Ramón Eseverri, y apelaría a la unidad de las cuatro provincias contra los agravios comunes, «invocando los títulos de primitiva hermandad, expedidos bajo sello soberano de la naturaleza, fehacientes sobre todo, en el rasgo común del idioma». Y Sanz, como Eseverri, aprovecharía el fervor de la Gamazada para defender la enseñanza del euskera, pues «como lengua genuina de los nabarros ha de ser considerado siempre el idioma que creó el nombre glorioso de este Reino y desde el Pirineo hasta el Ebro el de la mayor parte de las ciudades, villas y pueblos».

Como otrora, poetas émulos de Olóriz -Víctor Manuel Arbeloa, verbigracia- redactarían por encargo del Gobierno de Navarra la Cartilla Foral, que los diputados -hoy consejeros- repartirían por las escuelas para que las crías de navarro supieran que «España se fundamenta en el derecho de la fuerza», y que tras abolir la nefasta Ley Paccionada de 1841, «revivirán nuestras Cortes, tendremos Tribunales de Justicia propios, serán nuestros los rendimientos de las aduanas, nombraremos Maestros amantes de Navarra, no daremos quintas ni contribuciones…».

Por último, la nueva Gamazada de Miguel Sanz levantaría en el paseo Valencia otro Monumento a los Fueros, parecido al anterior, con inscripciones de bronce escritas en vascuence que digan, como las actuales: Gu Gaurko euskaldunok… «Nosotros los vascos de hoy nos hemos reunido aquí en homenaje y recuerdo a nuestro antepasados para demostrar que queremos conservar nuestra ley».

Todo esto, y bastante más, fue aquella Gamazada. Y si alguien nos convoca a manifestarnos -salvo sea el motivo- y evoca la Gamazada, se supone que sabe de lo que está hablando. Así que ya sabes, ¡cuenta con nosotros Miguel! ¡Vivan los Fueros!