Comunicado

Despues de un par de días de atender a todos he podido comprobar que nuestro país es, nuevamente, especial. Hoy por la mañana, en la parte vieja de Donostia, me ha comenzado a seguir un joven de aspecto magrebí que al final se ha dirigido a mí, con un desaliento enorme y una gran timidez. Dice que me ha reconocido por la tele, que era argelino y que ha podido ver que hasta los medios de comunicación se han solidarizado conmigo. Y es cierto. Que a él le pasó lo mismo en Nueva Zelanda, que fue expulsado y que nadie se acordó de él. Que si algun día sufre una agresión no podrá siquiera poner una denuncia porque la Policía le expulsará. Que es carne de cañón. Y tiene razón. Le he dado un abrazo como si le conociese de toda la vida. En nuestra tribu, como decía Mario Salegi, los límites son como los de un chicle. Se ensanchan y se contraen para acoger a los nuestros. Y eso he sentido al volver a casa. Familia, amigos, colegas, medios me habeis demostrado que lo más grande de nuestra existencia es esta tribu que muchas veces nos trae de cabeza pero que alienta y no levanta el pie del acelerador. En cambio y desgracidamente, todo ese submundo (sin tono despectivo) que hemos visto mis hijos y yo en las 24 horas de retención, desarraigados, sin retaguardia, desesperados por la necesidad y el hambre, intentando entrar en el supuesto pais de las oportunidades, no van a tener jamás ni una línea de calor ni siquiera de comprensión. Esa es la tragedia, no la mía ni la de mis hijos que, a fin de cuentas, nos hemos sentido siempre arropados, a pesar de la distancia, porque conocemos de qué madera está hecho nuestro bosque milenario.

Un abrazo a todos, Iñaki