Las piedras que defendieron a un reino miraron al Ebro

La ignorancia es atrevida y navega en aguas tranquilas cuando no hay documentos que frenen sus incoherencias. Es triste para la memoria colectiva de un pueblo contar con historiadores que aviven el fuego de la discordia sin prueba alguna, asegurando que todo el proceso armado del año 1200 que separó a gentes con una misma raíz cultural fue una aceptación pacífica.

Un fondo político se esconde en unas deducciones que quitan hierro ante unos acontecimientos que marcaron la historia de Euskalherria. ¿Podemos pensar en una separación entre vascos si no se hubiera producido la invasión castellana del 1200? Evidentemente la respuesta es no. A raíz de esa fecha los intereses de Castilla y su intento de conquista del resto de Navarra marcaron las relaciones entre vascos hasta el día de hoy, donde las desconfianzas entre unos y otros siguen vigentes y siguen siendo avivadas como antaño.

Las documentaciones medievales del siglo XII no aportan muchos datos de la conquista realizada por Castilla en la Navarra occidental (hoy Euskadi), y ante eso, sólo el estudio de las tenencias de Navarra puede despejar las dudas que se nos presentan. Para introducirnos en nuestras conclusiones hay que explicar qué era una tenencia. Ésta era un territorio o distrito que mantenía una defensa propia con una fortaleza o castillo y era regido por un tenente designado por el Rey y acatando los fueros o leyes del reino. Esta fue la forma de defender el territorio desde el siglo X.

El título aplicado a este pequeño artículo quiere demostrar la hermandad de aquel pueblo del siglo XIII y su cohesión política y militar para defenderse ante las agresiones. Las deducciones podemos aclararlas por separado:

1-La distribución de las fortalezas en la frontera heredada por Sancho el Sabio, desde las Encartaciones hasta Logroño, marcaba el dibujo claro que hacía el río Ebro, protegiendo el acceso de las principales vías que desde el occidente daban paso al interior de aquella Navarra. Desde los castillos de Astulez, Lantarón, Puentelarra, Portilla, Ocio y Buradón se defendía la frontera más occidental, que enlazaba visualmente con los castillos de las sierras de Toloño y Cantabria, que son los de Toloño, Ferrera, Toro, Marañón y Punicastro, hasta las cercanías de Estella. Una primera línea defensiva que dibujaba la silueta de la frontera navarra con Castilla.

Una segunda línea de castillos situados en un plano más cercano a Vitoria-Gasteiz protegía una posible caída de ese primer eje defensivo. Esas tenencias eran las de Treviño y Arluzea, con el castillo próximo de Markinez, que enlazaba con la franja del valle de Kanpetzu, con los castillos y villas fortificadas de Portilla de Korres, Atauri, Antoñana, Kanpetzu.

Como siguiente línea defensiva, que ocupaba la Llanada alavesa, estaban las de Vitoria, Vitoria la vieja, Zaitegi (al Norte), Zaldiaran (al Sur), Arganzón, Aria o Marutegi.

Si comparamos este número de castillos y tenencias estratégicas en Araba o territorio expuesto a una invasión por su cercanía con Castilla, con las existentes en Ypuzçoa (Gipuzkoa) y Bizkaia, veremos que las fortalezas guipuzcoanas de Aitzorrotz, Mendikute (Arzorociam), Ausa, Ataun, Beloaga, Mota y Hondarribia por su situación, sólo tenían la función de controlar las cabeceras de los valles, los puertos y los caminos entre la costa y el interior. Tal como sucede con los de Malmasin sobre Bilbao, Orozko cerca de Llodio, y Zaitegi.

Siguiendo esta lógica defensiva. ¿Por qué, si no hubo un cierto control político-social, hubo tan poca actividad defensiva en las regiones de Gipuzkoa y Bizkaia? ¿Por qué ese número de fortalezas era similar a las del norte de Navarra en el año 1512 lejos de las fronteras con la Castilla de los reyes católicos? Si los reyes de Navarra hubieran pensado que estas tierras sufrieran peligros de invasión castellana, ¿no las hubieran defendido correctamente y hubiesen creado varias tenencias defensivas? Evidentemente no fue así.

2- Las excavaciones arqueológicas en los castillos del interior como en la peña Aitziki sobre Durango, Aitzorrotz y Mendikute dejan clara una ocupación militar navarra primero y castellana después, en monedas y objetos pero también dejan rastros de armas, puntas de dardos de ballesta, lanzas, fragmentos de cuchillos que reflejan una conquista armada. ¿Se hubieran encontrado restos de armas de época alto medieval entre monedas castellanas de Alfonso VIII si hubiera un pacto amistoso con los nobles de la zona?. Por otra parte la instalación de tropas castellanas hasta mediados del siglo XIV en fortalezas lejanas a las fronteras con Navarra como la de Aitzorrotz o Aitziki, dejan claro que ese desgaste militar y logístico asumido por los castellanos fue debido a una cierta inestabilidad de la región ocupada y debidamente silenciada y controlada por familias guipuzcoanas con intereses en aquella famosa ruta de la lana entre la costa y Castilla.

3- La conquista militar fue realizada en la primavera del año 1199 con mucha inteligencia. No debemos olvidar que las tropas aragonesas penetraron en Navarra al mismo tiempo que las castellanas entraban por la frontera occidental, tomando las tierras de la merindad de Sangüesa y el valle del Roncal. El entretenimiento que tuvieron las fuerzas más leales del rey de Navarra como eran los roncaleses y aezkoanos frenaron todo posible socorro de la entonces Navarra occidental. Así, los castellanos entraron con facilidad al sortear el paso de Arganzón manteniendo el asedio a Portilla que se encontraba en camino a la capital. Gasteiz fue sitiada y sabemos por los documentos que los soldados castellanos heridos eran llevados fuera del cerco para curar sus heridas.

Como quiera que de esto fuese, lo que consta es que el cerco de Vitoria se comenzó con baterías y asaltos y todo rigor de las armas, y que los cercados emprendieron la defensa con muy fuerte y denodada resistencia, y que se derramó mucha sangre en ella, como se ve en el arzobispo don Rodrigo y lo indica un instrumento del Archivo de San Millán. Por el cual, el rey don Alfonso de Castilla dona ciertas franquezas y exenciones al maestro Diego, «por la curas que hiciste en mis soldados heridos». (José Moret, Anales del reino de Navarra, vol.V, p. 280).

Durante el asedio a la ciudad-fortaleza, los castellanos tomaron los castillos de Aitzorrotz y Zaitegi, verdaderas puertas de entrada al interior de Bizkaia y Gipuzkoa.

Las aldeas y los castillos roqueros no tuvieron capacidad militar para contrarrestar una ofensiva de semejante magnitud. Hablamos de dos reinos que atacaron con todas sus fuerzas a una Navarra que no contó en esas fechas con su rey y que por lo tanto fue sorprendida en un ataque frontal con un gran contingente armado.

Otra clave del chantaje militar fue la toma de los castillos y aldeas de Inzura y de Miranda que sirvieron de trueque entre los castillos que mantuvieron el pendón de Navarra a pesar de la conquista. Éstos fueron las fortalezas de Treviño y Portilla. Estas fortalezas aguantaron un asedio superior a la de la capital de Araba al encontrarse en la línea de suministro de tropas entre Castilla y Vitoria-Gasteiz. Por ejemplo, la toma de Inzura en las cercanías del valle de Allín, próximo a Estella, o de Miranda en el corazón defensivo del sur de Navarra, fueron realizadas para forzar una negociación en la rendición de Vitoria-Gasteiz, pero, ante la defensa a ultranza durante 7 meses, el castillo amescoano y el de Miranda fueron canjeados por otros castillos. Sancho el Fuerte no podía consentir tener guarniciones castellanas en el valle de las Amescoas y no tuvo más remedio que aceptar el cambio.

El rey de Castilla Alfonso VIII durante esos años obró con rapidez y no sólo ocupó las fortalezas navarras sino que de igual manera fortificó todas las aldeas y villas, concediéndoles fueros ventajosos para crear una situación favorable, y aceleró las vías comerciales que crearan lazos económicos con los linajes guipuzcoanos.

Los navarros recuperaron Inzura, Miranda, Ataun y Ausa para intentar frenar las incursiones castellanas al interior del reino pero no pudieron contrarrestar esa política de asentamiento militar y político en las tierras conquistadas y Sancho el Fuerte ocupó parte de su reinado en reforzar sus defensas en la nueva frontera por miedo a que se repitiera el ataque en lo que quedaba del reino. El monarca confió que en que las fronteras se reestablecieran después de la batalla de las Navas de Tolosa por mediación de las autoridades eclesiásticas que años atrás le habían excomulgado, pero no fue así.

Años más tarde, las bonanzas económicas, el surgimiento de familias con importantes lazos económicos con Castilla, mantuvieron un acoso constante a la Navarra reducida, con un fin claro, el de mantener una tensión fronteriza proclive a los intereses castellanos. Así crearon dos zonas diferenciadas por una línea imaginaria que la sufrimos desde entonces.

Cabe recordar, ante las celebraciones programadas en estas villas por su más que dudoso 750 aniversario, que nunca más una bandera volvió a unir a toda Euskalherria, desde Baiona hasta Tudela y desde Sangüesa hasta las Encartaciones, como la de aquella Vieja Navarra.

Confiemos en que los foros progresistas abertzales la intenten rescatar. El día que aceptemos que todos somos navarros y vascos por igual y que en una etapa injusta de nuestra historia un poder externo nos separó, conseguiremos eliminar esa frontera imaginaria.

Hasta entonces no seremos nada y Madrid seguirá dictando la manera de hacer las cosas, tal como hace 800 años para vergüenza de muchos y alegría de algunos.