Peter Handke como síntoma

n todos los lugares existen guardianes de la ortodoxia ideológica que, como el bandido Procustes, siguen «asesinando» a ciertos escritores, porque su forma de votar, de vivir y de vestir, no encaja exacta y rígidamente en los surcos de sus constreñidas cisuras.

En esta ocasión, hablaré del comisario Hermann Tertsch, columnista del polancustriano decir, y que una y otra vez arremete contra quien considera enemigo de lo que él piensa, siente o respira. Y le da igual que sean Evos, Chaves, Castros o escritores que no utilizan su narrativa para condenar lo que él considera que hay que condenar. Basta con que alguno de los hechos de estos escritores repugne su procustiano concepto de democracia para que haga de esa parte la causa de la condena total de dicho político y escritor.

Sus comentarios contra el escritor austriaco Peter Handke (Griffen, 1942) constituyen, en este sentido, el modelo perfecto a no seguir. El método utilizado es tan artero como repugnante. Se pretende invalidar la obra de un escritor utilizando la argucia de la política o de la ideología. Una ideología que, curiosamente, Tertsch no descubre, ni descubrirá, en la obra del austriaco.

Lo extraño del caso es que el citado periodista convierta a Handke en un vil demonio. Al parecer, sus posiciones ideológicas actuales invalidan de cuajo su trabajo literario de toda la vida. Curioso razonamiento. Hace tan solo unas décadas, el escritor austriaco era uno de los preferidos de la intelectualidad crítica del propio periódico y de sus suplementos literarios.

Recuerdo el hecho. En la década de los ochenta existían unos escritores que, según «El País», representaban mejor que nadie el clasicismo y lo que denominaron entonces «talante euro- peo». Estos autores eran Bernhard, Mann, Broch, Grass, Jünger, Eco, Kundera, Magris, Youcernar, Tabucchi, Duras, Tournier y, finalmente, Handke. Con los libros de esta pléyade, en especial los publicados bajo el sello de la editorial de las empresas de Prisa, se podría construir lo que presentaron a bombo y platillo como una Biblioteca Ideal Europea.

Afirmaban que esta literatura era seria, reflexiva, ensayística y comprometida con su tiempo. Su finalidad era echar puentes entre las diversas culturas del presente y del pasado. Y, sobre todo, pretendía curar a todo el mundo de la fiebre nacionalista, sumergiendo al cosmos mundial en las aguas salvadoras del cosmopolitismo. En definitiva, quien leyese a cualquiera de estos autores se transformaba de la noche a la mañana en un ciudadano más democrático y más europeo que el Tribunal de la Haya.

Varios críticos de Prisa calificaron esta empresa, la de leer a estos autores, como un aventura. Y para que nadie se hiciera ilusiones con semejante término etimológicamente significa «a lo que salga» recurrieron al propio Handke, quien le daba el siguiente significado: «el camino que va de lo amorfo, sencillamente salvaje, a lo formalmente salvaje, a lo salvaje repetible, es una aventura (del espíritu de niño al niño de espíritu)». O sea, algo que nadie entendió ni a la primera ni a la segunda, pero la explicación quedaba muy profunda y muy europea, es decir, muy de Prisa.

Para más pitorreo de esta historia, la misma crítica literaria aprisada colocaba a Handke en lo más alto del Parnaso Literario Europeo. Tanto que se dijo y se escribió: «Handke es uno de los narradores europeos más interesantes del momento actual». O: «Handke es uno de los escritores más interesante de las últimas décadas, algunos de sus libros pueden quedar como clásicos de la segunda mitad de este siglo». Ni más ni menos que como un clásico. ¡Un clásico! Desde luego, menos daba un Muñoz Molina.

Y, de pronto, en un abrir y cerrar de legañas, lo descabalgan y lo convierten en un hazmerreír como escritor. ¿Por qué? Ni más ni menos, porque lo que ahora Handke dice y aplaude ideológicamente es intrínsecamente perverso y, en consecuencia, anula con carácter retroactivo toda su obra literaria, incluso de cuando era un paladín de la Biblioteca Europea.

Digámoslo claramente: el hecho de que en su día Handke declarase su admiración por Slobodan Milosevic, ¿pervierte su obra literaria?

Para Terstch parece que sí. Por eso no dudará en asegurar que se trata de un «escritor más patético que polémico»; que es, «ante todo el apologista de un criminal»; que «es un cómplice contento». Más todavía: «Hay asesinos en Serbia que no se entregan al Tribunal de la Haya con argumentos alimentados por Handke». Uno se pregunta: ¿Y qué tendrán que ver estos argumentos con la literatura de Handke? ¿Acaso alguien ha encontrado dichos argumentos en sus libros, «La mujer zurda», «Historia del lápiz», «El miedo del portero al penalti», «El peso del mundo» o «La tarde de un escritor», pongo por caso? Y si lo están, ¿por qué no los denunció el periódico cuando se editaron, y lo reseñaron sus perspicaces críticos?

La obcecación inquisitiva de este periodista es que no tiene fronteras. Y así, tras calificar al escritor como «lacayo, indolente y cobarde», no tendrá inconveniente alguno en elevarlo a la misma bajura moral que Celine y otros colaboradores de los regímenes fascistas, nacionalsocialistas y comunistas. Finalmente, lo tildará como «el poeta y bardo del criminal, el que canta y llora por quienes mataban a otros por escribir y por hablar» (H. Tertsch: «Serbia, poetas y lacayos», «El País», 9-5-2006).

Hay quien asegura que la ideología estorba en la literatura. Lo que no se dice es el uso fraudulento que se hace de la supuesta ideología del ciudadano escritor para descalificar su obra, incluso sin haberla leído. O, incluso, elevar a los altares de la lucidez mental a quienes, siendo unos mediocres novelistas, mantengan una ideología afín al poder mediático o político del momento. Si Handke hubiera condenado a Milosevic y a toda su parentela, seguro que, ahora mismo, la maquinaria mediática de Polanco lo estaría postulando como posible Nobel de literatura.

Lo que, sí, me parece extraño, después de haber tildado a Handke con adjetivación tan linda, es que desde esa misma instancia mediática no se haya pedido a la población de Soria, donde el escritor suele pasar sus vacaciones, que lo declare persona non grata. Tiempo al tiempo de la venganza. –