El “currículo vasco” según Ramón Zallo

Recientemente (12/05/2006) en diversos medios de información se publicó un artículo, firmado por Ramón Zallo, cuyo título era «Un ‘currículo vasco’ integral».

El sistema educativo es en cualquier grupo humano un elemento fundamental de socialización. A través del mismo se construyen y reproducen los esquemas o patrones que los sectores que controlan y rigen su desarrollo deciden que deben ser significativos para las nuevas generaciones, tanto en la perspectiva general como en la visión concreta de su realidad.

Esto, de por sí, puede generar conflictos en cualquier sociedad. En efecto, a la hora de exponer determinados hechos históricos es posible dar interpretaciones distintas e inclusos opuestas. Pongamos por caso las diversas versiones sobre la revolución rusa. En unas se puede hacer hincapié en el papel del proletariado como clase emergente y con vocación de transformar revolucionariamente la sociedad; en otras se puede insistir en factores de tipo económico y de falta de consolidación del sistema democrático en Rusia, con un pesado lastre «feudal» y escasa industrialización.

Cuando las interpretaciones se realizan sobre la evolución de una sociedad relativamente homogénea desde el punto de vista nacional y con Estado propio, dichas divergencias pueden solventarse apelando, precisamente, a la «solidaridad nacional». Serán versiones diferentes, pero que pueden convivir. Con ellas incluso se puede llegar, como dice Zallo en su artículo, a visiones «integradoras»

Si la situación se produce en una sociedad «no normalizada», en una sociedad con conciencia nacional diferenciada y sometida a la soberanía de uno, o varios, estados mononacionales que niegan su realidad, el problema adquiere unas características más profundas y serias. En este caso, la única «solidaridad nacional» que se permite es la «solidaridad imperial» de la nación dominante. La nación dominada «no existe» (al menos «de derecho»), por lo que no puede reclamar eficazmente esa solidaridad para sí.

Es absurdo pensar que una educación pueda mantenerse por encima de las ideologías, sobre todo en un caso como el nuestro en el que vivimos en una sociedad nacional dominada. Una cuestión es que los proyectos educativos y curriculares estén más allá de las opciones políticas partidistas y otra, real, que siempre tendrán un sesgo ideológico. Pero en la cuestión básica para cualquier sistema educativo como es el de la identidad, la neutralidad es imposible. Y este aspecto es, además, preideológico. Las ideologías existentes en cualquier sociedad lo dan por supuesto, como los animales terrestres damos por supuesto el aire que respiramos.

A las reflexiones ya expuestas habría que añadir una crítica al aparato conceptual que maneja Zallo sobre lo público y lo privado. En una sociedad sometida, en la que se denomina público a lo que impone el Estado dominante y privado (por lo menos, en nuestro caso, referido al movimiento de Ikastolas) a los organismos que surgen de la propia sociedad civil dominada, ¿no sería más justo decir que las Ikastolas corresponden al núcleo potencial de una enseñanza pública el día que alcancemos nuestra normalización política, nuestra independencia, nuestra soberanía plasmada en un Estado propio? Yo, mientras tanto, prefiero considerar como público aquello que surge de lo más profundo de nuestra propia vitalidad y de resistencia a la asimilación propuesta por los planes educativos de los estados dominantes.

El angélico posicionamiento, falsamente equidistante y más allá del bien y del mal, de Ramón Zallo, no conduce precisamente a clarificar el debate. Tampoco a lograr el desarrollo de un currículo propio que actúe como vacuna y medicina frente a la doble imposición identitaria hispano-francesa que padecemos.

Con un planteamiento que niega, o por lo menos oculta, el conflicto radical que nos opone a ambos estados, no se hace más que favorecer la supuesta, y falaz, neutralidad de sus sistemas educativos. Ellos son plenamente conscientes de su función. Y la ejercen con eficacia. Nosotros, mientras tanto, seguimos en la inopia.

Si caemos en esa trampa flaco favor haremos al conjunto de nuestra sociedad para su supervivencia con sus propias señas de identidad y para su desarrollo solidario en el conjunto de Europa y del mundo. Pasaremos fácilmente a engrosar el gran número de sociedades que fueron, pero que ya no son.