El Barça, reflejo de una anormalidad política

Los Países Catalanes son tierra de preguntas recurrentes. La incapacidad que hemos demostrado para solucionar nuestros problemas a lo largo de los siglos nos empuja continuamente a debatir cuestiones que los pueblos normalizados ya hace tiempo que dejaron atrás. Nos interrogamos día tras día sobre nuestra identidad, nuestra lengua, nuestros derechos, nuestros símbolos… Sólo por ello, por la necesidad vital de salir de una vez de este círculo vicioso profundamente insano, ya estaría justificada la recuperación de nuestra independencia política. El Barça, está claro, no es ajeno a todo eso. La prueba es que pasan los años pero el debate sobre su dimensión extradeportiva se mantiene inalterable. Y, así mismo, no importa que la evidencia que el Barça es más que un club haya sido razonada y explicitada por diferentes pensadores en artículos, libros o tesis doctorales; no importa, porque nuestra inmadurez colectiva se caracteriza en dar vueltas siempre al mismo tema haciendo ver que reflexionamos, cuando en realidad sólo pretendemos ganar tiempo para no tener que tomar ninguna decisión.

Pues bien, sí, digámoslo otra vez: el Barça es más que un club porque representa un pueblo sin atributos, un pueblo falto de reconocimiento jurídico y de proyección internacional. Así era en la época de Franco y así es en el llamado Estado de las autonomías. Es lógico, por lo tanto, que el Barça continúe siendo el canalizador de todas nuestras frustraciones. Sus victorias son nuestras victorias y sus derrotas son nuestras derrotas. Eso explica la presencia en la calle de un millón de personas para agradecerle la consecución de la Liga de Campeones, pero también indica el grado de infantilización a qué hemos llegado, ya que no nos damos cuenta de que la causa que motiva esta explosión de alegría es exactamente la misma que cuando estábamos bajo el yugo franquista: la subordinación catalana a España.

Es cierto que se ha producido una recatalanización del Barça desde la llegada de Joan Laporta. Sin él, Joel Joan nunca habría podido gritar «Viva unos Países Catalanes libres!» desde el centro del estadio ni allí se habría celebrado nunca un acto del Correllengua como el que tuvo lugar el año pasado. Pero los catalanes no hemos aprobado ni una sola de las asignaturas propias de un pueblo adulto, y este déficit de madurez y de reconocimiento social, por paradójico que parezca, ha acabado constituyendo la base de la grandeza extradeportiva del Barça. O sea, que la grandeza de la entidad y la representatividad que le otorgamos son inseparables de nuestra anormalidad política. El Barça es más que un club porque nosotros somos menos que una nación. Si nos diésemos cuenta de que la independencia no es un privilegio sino un derecho y que, por lo tanto, no lo tenemos que pedir sino ejercer, nos daríamos cuenta también que las victorias del equipo son un regalo envenenado que nos aleja de nuestras responsabilidades nacionales. La normalización del país pasa por tener selecciones nacionales propias, y son ellas -no una entidad deportiva- las que tienen que cohesionar y proyectar la nación catalana internacionalmente.

Mientras eso no llegue, el Barça estará sometido a todo tipo de presiones. Recordemos, en este sentido, la presencia del rey de España y de Rodríguez Zapatero en el palco del estadio de Saint-Denis, en París, con la postergación del presidente de Cataluña -que ni tan solo había sido invitado- o la supresión de los parlamentos de los jugadores el día de la celebración en el Camp Nou. No es preciso decir que no era el partido aquello que realmente interesaba al rey de España y a Zapatero, sino poder transmitir al mundo, a través de su persona, que el Barça es un club español y que españoles son sus triunfos y sus copas. En cuanto al tema de los parlamentos, la empresa encargada del sonido ya explicó que había cinco micrófonos disponibles y que sus equipos no sufrieron ninguna avería. Cosa, por cierto, que aún hace más patentes las presiones políticas -internas y externas- que recibió el club ante la eventualidad que alguien pudiese manifestar su «no» al fraude del Estatuto o hacer alguna referencia, directa o indirecta, a los Países Catalanes. Todo eso nos viene a decir que la recatalanización del FC Barcelona, por muy vivificante que nos parezca, difícilmente hará de este club aquello que no es: una auténtica selección nacional. Éste es un partido que no se gana con los pies sino con la conciencia.