La soberanía, más que un derecho a soñar

(Tras la estela del Estado propio)

Transcribo unas bellas rimas, de una preciosa copla, del lindo grupo argentino «Los nocheros».

«Somos los indios de hoy/esos que nunca pudieron matar/ y los que se atreven aún/ a defender su derecho a soñar…

Simplemente, donde dice indios pongamos catalanes, o bascos, o palestinos… Y en cualquier caso todos aquellos pueblos en incansable vigilia ante un amanecer de sus sueños y libertades.

En un reportaje pude ver los rostros del miedo de los tristes niños de la guerra. Y no pude contener el asco contra la España (perla funesta de los valores de occidente, la llama Steinsleger) que desgarró a esos niños y que sigue odiándonos e insultando nuestros sueños. ¡Cómo farfullan con sus bocas rebosantes de baba! «La quimera independentista encierra un proyecto genocida, basado en la limpieza ideológica». Éste es el veneno de un tal Mikel Buesa, uno de esos iluminados (¡ay esos foros de la confusión y de la perversión!) con piel de hombre, que pretende programar nuestros caminos, juzgar nuestros pasos y condenar nuestras decisiones.

Les corroe la sangre franquista. Son dogmáticos, como los viejos santones de la vieja España del destino en lo universal.

¿Es que alguien les dice a ellos lo que tienen que ser? Gozan y se nutren de las esencias del mas puro espíritu imperial, tan torero, tan cañí. ¿Alguien les impide ser y pronunciarse a su antojo?

Como dice mi apreciado L.M.M. Gárate, «nosotros también queremos un Estado propio». No entiendo en virtud de qué bula, cometido u oráculo de obligado cumplimiento pueden condenar o abortar nuestros deseos.

La verdad, sí lo entiendo, saben que sus baladronadas serían hojas para el viento, sin sus tricornios y brunetes. Es la única razón por la que de hemos de tomar en consideración sus insultos y sus malas digestiones mentales.

Por cierto, ¿a qué genocidio se refieren? ¿Qué calaña de intelectuales son que todavía no han aprendido a discernir sobre un concepto tan meridiano como el del vocablo «genocidio»? Para genocidio, el de su España de los valores eternos en Sudamérica; o el de su Bush en Vietnam, Afganistán o Irán; o el de los judíos, a quien tantos de esos prebostes apoyan, contra los palestinos, etc.

Las listas son inmensas y la iglesia y estos integristas y ciudadanos del mundo, de medio pelo, han cumplido un rol de dolor y exterminio inolvidable.

Las víctimas de ETA, en una lucha absolutamente desigual contra el estado español, son un hecho trágico, pero nada numéricamente comparable (todas las muertes son condenables) con la tragedia y el dolor que España lleva vertiendo durante siglos sobre Euskalherria.

Sigo acordándome del rostro perdido y acongojado de los niños de la guerra. ¿Quién los desperdigó? ¿Quién asesino a muchos de sus padres? ¿Quién arrasó Gernika?

No voy a enumerar por enésima vez la lista y fechas de sus «genocidios»; son maestros en la tergiversación y en el olvido. Pero sí os diré algo: a nosotros los bascos matar nos ha supuesto un desgarro existencial; a España siempre le ha salido gratis matar a bascos, incluso no han tenido ningún reparo en descorchar cava, aunque fuera catalán, o en repartir títulos (recuerdo entre otros al Duque de la Victoria, el matacarlistas Espartero) y condecoraciones…

Pero sigamos con nuestros sueños, porque como decía la copla quechua, el árbol se nos está secando y puede que se nos muera la sombra.

Un lapón, un mahorí o un belga estimula y cuida sus señas de identidad. ¡Es tan natural! EEUU, Inglaterra sin ir más lejos, obligan a conocer la historia, la lengua y su constitución a los que optan a la carta de nacionalidad. ¿Acaso va a permitir España, en su caso Canarias, que sus islas se conviertan en feudo o provincia de Senegal? Porque a este paso el núcleo subsahariano podría duplicar al canario. ¿Qué harán los herederos de los antiguos guanches? ¿En nombre de qué derechos humanos iban a evitar que estos desheredados, por la rapiña de occidente, se establezcan en las islas afortunadas? Pues lo harán, ¡cómo no! Da lo mismo que los medios utilizados se ajusten o no a parámetros éticos, pero resulta absolutamente impensable una sucursal de Senegal.

Euskalherría, en cambio, ha tenido que resignarse ante el secular trasiego de castellanos que no vinieron aquí precisamente para aprender a «bailar el agur jaunak» (como el sr. presidente de la C.F.N.) o a «cantar el aurresku». Muchos, es cierto, amaron, lucharon e hicieron suyas las instituciones euskaldunas, enriqueciendo a nuestro pueblo. Otros (curas, secretarios, jueces, funcionarios) se dedicaron a borrar cualquier seña de identidad nuestra, para instaurar la marca y los usos del imperio. ¿No es en nombre de éstos, en el que los dirigentes del PSOE (a los del PP no hace falta ni mencionarlos) lanzan sus proclamas e imponen sus exigencias?

Este es el caso de los gobernantes de Nafarroa. Cualquier seña o vestigio euskaldún son metódicamente destruidos. Odian todo lo que sepa a basco. No son bascos (al menos no se sienten). Hasta ahí puedo entenderlo. Lo que jamás comprenderé es que un político, a quien hay que suponerle un mínimo de humanidad y de equilibrio, odie y desprecie la historia y la cultura que ha gestado su comunidad. Menos aún cuando gran parte de dicha comunidad opta por su soberanía. Como poco habrá de reconocer tal pluralidad (el sr. Sanz no debe entender bien la gramática, concretamente la categoría del número). Es clarísima, ¡oh, ilustre corellano!, estamos los que pretendemos una Nabarra soberana como eje o estado de Euskalherría, y estáis los de la Navarra española. ¿Tan ciego hay que estar para no ver esto?

Es lo que hay. Si uno no es capaz de gobernarla o aceptarla en tales circunstancias, pues que dimita. Y no es un tema tan complicado. Trátese el asunto con honestidad y veracidad, y se verá cómo «desfacer el entuerto».

Otra cosa (y aquí está la madre del cordero) es que los objetivos políticos, sean el enriquecimiento personal (el fácil pelotazo), o la sumisión servil a los invasores y usurpadores sempiternos (busca de prebendas). Por lo visto en sus programas no entra una gobernabilidad justa, pacificadora, integradora. ¡Para eso se iban a presentar!

Los bascos que no mataron seguiremos hilvanando sueños. Soñando con recuperar nuestra lengua, nuestro patrimonio cultural, nuestras instituciones, nuestros recursos…

Supongamos por un momento que mandamos a la CH del Ebro «Ad Galeras» y que disponemos no almacenar más agua para engordar a los constructores de aristocráticas urbanizaciones y campos de golf. Supongamos que decidimos, como el pueblo boliviano, que el agua es del pueblo. Supongamos que por estricta solidaridad decidimos que los sobrantes pertenecen exclusivamente a los más pobres. ¿Demasiadas suposiciones? ¿Pues para qué demonios piensan algunos que estamos reclamando nuestra soberanía?

No se trata exclusivamente de reivindicar un derecho humano irrenunciable. La soberanía y el renacimiento de los pueblos, hoy por hoy, es el único sistema eficaz para acabar con esta destructora globalización. El día que cada pueblo sea dueño de sus recursos, las fuentes de energía, el agua y hasta el oxígeno que respiramos dejarán de ser monopolizados por esa élite de monstruos desaprensivos que manejan el mundo. Hay que proclamar una gestión del mundo entre iguales.

Hoy los grandes imperios, en nombre de no sé qué valores de justicia y libertad, blindan de mil formas sus fechorías. Arrasan pueblos y civilizaciones. Destruyen continentes enteros sembrando hambre, epidemias (gran negocio para las multinacionales farmacéuticas) o degenerando miles de hectáreas con sus monocultivos transgénicos. Todo el que se opone a su aparato demoledor pasa a integrar las listas del terrorismo, palabra acuñada por ellos y por las multinacionales de la información para denigrar a los movimientos de liberación e intoxicar y desmovilizar a las masas.

Es pues una buena razón para soñar y esperanzarnos con un nuevo amanecer de los pueblos libres, como único coto a la perversión neoliberal.

Esta gran luchadora por los derechos de los pueblos, Arundhati Roy, nos invita a «afilar nuestra memoria y aprender de nuestra historia. Podemos construir opinión pública hasta que se vuelva un rugido ensordecedor. Nuestra estrategia debe ser, no sólo enfrentar al imperio, sino sitiarlo, privarlo de oxígeno, avergonzarlo. Con nuestra cultura e historia, distinta de la que quieren contarnos tras un prolongado lavado de cerebro». Es un sueño… ¿Quién osará impedirme soñar?