Banderas y argumentos en paracaídas

No es nada nuevo ver a las tropas españolas invadiendo las calles de Euskalherría. Llevan siglos. Lo extraño es que haya quien siga extrañándose de nuestra extrañeza y de nuestro rebote. ¿Por qué no se lanzan a las playas de Estoril? ¿Que no es lo mismo? Evidente. La única diferencia es que Portugal tuvo redaños y un ejército capaz de mandarlos a hacer gárgaras en Aljubarrota y Elvas.

Que pregunten a los portugueses por qué repudiaron a España. Y actualmente por qué a una gran mayoría de Euskalherría y quizás de Cataluña le ocurre otro tanto. Es lo que hemos repetido hasta la saciedad porque es un hecho irrefutable. ¿Sin la amenaza del ejército y fuerzas del orden, cuál sería la opción basca o catalana?

Que no nos vengan pues de ingenuos quienes aseguran que no existía ninguna intención de provocar. La presencia de milicos en nuestras calles ha sido una puesta en escena plenamente consciente y estudiada. ¿A quién pretenden engañar los que se mantienen en los parámetros de Canovas, para quien el estado lo crea la fuerza y la fuerza el derecho?

Con este espíritu, pisotear, cepillar, befarse de estatutos como el basco o el catalán pasa a los anales del recochineo, de la caricatura y sobre todo de la afrenta.

Es justamente el derecho de la fuerza el que destruye países y los roba, promueve grandes genocidios, configura al mundo actual, a la propia ONU…

Con el derecho de la fuerza (picoletada y tricornio), que no otro, en Euskalerría se encarcela, se tortura, se destruye nuestra cultura, se cierran periódicos y se fabrican sumarios aberrantes. ¿Digo sumarios?; si no fuera por el dramatismo que conllevan, más bien se asemejarían a una desbarajustada arlequinada.

¿Si así nos sentimos, por qué se extrañan de nuestro rechazo a tales algaradas de milicos, verdadera agresión a nuestro concepto de soberanía?

En palabras de Georges Clemenceau, «Es preciso saber lo que se quiere; cuando se quiere hay que tener el valor de decirlo y cuando se dice, es menester tener el coraje de realizarlo». ¿Quieren encarcelarnos la palabra y nuestra libre decisión?

Lo han hecho, lo hacen, pero mientras nos quede un débil resuello tendrán que oírnos. Y que no se nos tache de tremendistas como si la crudeza de nuestra historia fuera un relato de Corín Tellado.

Se nos achaca que «se pretende volver a los siglos XVIII o XIX». Sr. López, ¿y si Euskalherría así lo decide? ¿Nos mandarán la cabra de la legión como aviso? En cualquier caso no embauque. Vd. Sabe qué queremos realmente rescatar de nuestra historia.

Uds. conocen perfectamente que la sociedad basca (también la catalana) es y ha sido una sociedad bien dinámica. Y no deben ignorar que progreso y solidaridad son unos referentes que nos atribuyen los que nos miran con objetividad.

No perdamos nada del pasado -decía Anatole France-, sólo con el pasado se forma el porvenir. Y Teilhard de Chardin: «El pasado me ha revelado la estructura del porvenir».

Porque -digamos a esos que nos llaman nostálgicos- queremos saber perfectamente de dónde y cómo venimos, para diseñar nuestro camino. A los que odian su propia cultura o la ignoran les diré como el sabio, que la enfermedad del ignorante es ignorar su propia ignorancia. Y al sr. Sanz (ahora se nos pone de lingüista el Ferdinand de Saussure nabarro, y que me perdone el ilustre filólogo porque hay comparaciones que ofenden), en su alocución sobre «la pobreza» del bilingüismo. Cierto es que lo que se ignora se desprecia (A.Machado).

A estos carpetovetónicos he de decirles que si hemos de tener en cuenta sus discursos y estupideces, es simplemente porque tras sus palabras están bien erguidos los sables. De no ser así, sus leyes e instituciones, su contubernio judicial, esa pandilla de «ideólogos» y tertulianos, tan de baja estofa mental, histéricos y bien «adobados», poco o nada amargarían nuestros sueños. ¿Probamos?

Actualmente aspirar al pacifismo puede parecer pura utopía. Pero son las utopías las que proyectan al ser humano e iluminan los caminos de la esperanza.

Sé que el hecho de la posible disolución de ETA (o del IRA en su caso) sólo va a suponer la disolución de un elemento del conflicto. ¿Alguien se plantea si la violencia legal e institucionalizada va a disolverse, o al menos democratizarse? «That is the question», porque nadie ignora la proclividad integrista, golpista y anexionista que tanto fascina a la milicia (sobre todo a la franquista; parece adormecida, pero cuando asoma…).

El político libanés Salin Al-Hoss advertía que «tan pronto como se produce una violación de la soberanía de un pueblo, nos encontramos con un acto de terrorismo». Esto, hoy día, es tan evidente que obliga a replantearse la manipulación oficialista, que sobre el concepto de terrorismo reproducen los estados y las multinacionales de la información.

Desaparecerá ETA, que con ser un grave «handicap», no es el mayor del conflicto. La raíz del conflicto basco, sólo lo ignoran los ciegos interesados, es la soberanía. El camino hacia la paz será siempre el camino a la soberanía.

Somos conscientes de que por muchas mesas, recónditas conversaciones y mediadores, al final siempre nos amenazará una espada de Damocles. ¿Serán capaces los cuarteles de envainar sus sables y enfundar sus pistolas? ¡Mira que es gente muy levantisca, propensa a tremolar banderas y de neuronas muy pendencieras!

¡Y líbrenos Dios del honor y del grito de la patria escarnecida!