D. Miguel, detector de entelequias

Desde que Juan Perez de Leizarraga (¿primera constatación documentada?) mencionó la realidad de Eskual Herria en 1564 para denominar a los siete territorios, los testimonios son inagotables. El escritor navarro Axular (1643), el abate labortano Gratien Adema (s. XIX), El predicador capuchino Juan de Bera (1834)… La lista sería para aburrirse.

Revistas y semanarios del XIX: El «californiako Euskalherría» de Los Angeles, «La Platako Euskalherria», la revista de José Manterola «Euskal-herria (1889), Eskual Herria, de Baiona, etc. Textos tan dispares como el canto a San Miguel «Miguel, Miguel, Miguel guria/zaizu, zaizu Euskal herria»; o el propio Oriamendi «Maite dugu Euskal Herria/ maite bere fuero zaharrak». Escritores como el propio Villoslada, el dirigente carlista Ramón Subyaga, la escritora carlista Dolores Baleztena… Jesús Etayo, en el Pensamiento Navarro: «Todos los vascos, como Ignacio de Loyola, somos participantes de las glorias de Euskalherría…» Podríamos aportar infinidad de citas.

Baste recordar que en la Enciclopedia Británica y en la propia Espasa el concepto de Euskalerria se define como «equivalente histórico de país Vasco-Navarro (Bonifacio Etxegaray Korta, secretario del tribunal supremo y académico de número).

Es por lo que nos admira la redondez del presidente navarro, D. Blas, D. Miguel queríamos decir, cuando «ex cátedra» dogmatiza: «Euskalherría» es una entelequia.

Que no es un concepto irreal queda ampliamente demostrado. Que el concepto lleva en su esencia el germen de su destrucción, tras tantos siglos de existencia, no parece deducirse… A no ser que el insigne presidente foral-español insinúe como buen admirador del Conde de Lerín que ellos, la derechona Navarra, son ese germen corrosivo.

Ignoro que entenderá Sanz por entelequia. Tal vez no coincidamos en el significado del vocablo. Entelequia, para un servidor, sería por ejemplo pregonar una Navarra foral y española. Si es foral es soberana (al menos eso entendieron nuestros antepasados); la soberanía nos daría la capacidad de ser dueños absolutos de nuestros recursos e instituciones. ¿Y si es española? será que pertenece a España. ¿O no? ¿Entonces lo de foral y soberana? He ahí la entelequia; la españolidad corroyendo la foralidad. En eso la historia es inapelable. Sobre todo cuando, que yo recuerde, no existe ningún testimonio donde Nabarra diga a España «toma mis fueros, adminístralos y haz lo que te convenga con ellos».

Y por favor, señores de la corte, no me hablen de incorporaciones voluntarias. Filipinas, Países Bajos, Latinoamérica (¡vaya genocidio), el imperio donde no se ponía el sol, ¿también fueron incorporaciones…?

Por todo esto, pienso que llamar entelequia a Euskalherría, además de pura desvergüenza, conlleva unas dosis muy profundas de odio, venganza y destrucción. Eso explicaría la devastación que castellanos y españoles, desde el Duque de Alba y Cisneros hasta ustedes, la vanguardia neofranquista (¡vaya arrebatos los de su Barcina), han ejercido con todo el patrimonio cultural basco.

Y a usted, señor Sanz, Nabarra le importa un pimiento bobo; lo que le aprieta las entrañas es la posible pérdida de su poder y consiguientes prebendas; ¿o no?, d. Entelequio…