Napoleón Sarkozy

No era desacertada la ocurrencia de mi amigo Tasio. Porque efectivamente el pequeño Nicolás tiene ínfulas de Napoleón Sarkozy. Otro eslabón -chiquitito y narigón le decíamos al Kiliki-, pequeño pero matón, de la «grandeur». Eso sí, habrá que ver si sus asesores de imagen le permiten introducir la mano en la botonadura de su Armani. Serían, si cabe, más descaradas sus intenciones. Lo cierto es que el chovinismo galo, contra lo que cabría suponer, no hace ascos a elementos ajenos, tengan sangre corsa o magiar -es hijo de un noble húngaro que puso pies en polvorosa ante la revolución-. Eso sí, absolutamente reciclados, de acuerdo con la «bonhomía» de los que cocinan la salsa gabacha y para mayor gloria de la República.

Parece ser que el pequeño Nicolás tuvo una infancia amarga. Inseguro por su falta de estatura, acomplejado por las penurias económicas o ante sus acaudalados condiscípulos, resentido ante su progenitor que le abandonó con cuatro años… Para más INRI, el actual premier francés, tras su formación militar en Argelia, fue declarado inútil para el servicio militar. Esto debió apabullar su autoestima. Y así suelen fermentar estas notorias megalomanías y «la mala crema» de estos arrivistas pequeños o barrigones como Franco, Mussolini, el propio Hitler… Son zarpazos de la infancia que marcan, dejando en el corazón profundas cicatrices de susceptibilidad y desconfianza. De las suspicacias de Nicolás podría contarnos algo ese buen pájaro, que por fin despega, Monsieur Chirac.

Al pequeño Bonaparte también le marcaron las privaciones e incluso las miserias de su infancia y juventud. Es un buen aprendizaje para odiar a todo el mundo y querer ponerlo a tus pies. Pero eran otros tiempos y ni Sarkozy tiene la preparación cultural y científica admirables que poseía Bonaparte, ni el corso el imperialismo yanki que pesa sobre los muros del Elíseo.

Y aún resultaría más odiosa la comparación si analizamos las propuestas políticas de ambos personajes. Tratar de imponer al mundo un sistema constitucional -por muy novedoso o revolucionario que resulte- a sangre y fuego acaba, como acabó, en un desastre humanitario. La década napoleónica, efectivamente, cubrió de sangre los campos de Europa.

Sin embargo, hay que reconocer que el espíritu del código napoleónico proponía un hito en avances sociales para su tiempo. La abolición del feudalismo, la libertad de culto, el sufragio universal masculino, acceso libre a la educación, progreso de la gestión de las instituciones, financiación pública de la investigación científica…Y estamos hablando del comienzo del s. XIX.

Y esto es lo sorprendente, que dos siglos después el ambicioso Sarkozy proceda justamente a desmontar los avances propuestos por el controvertido estratega corso. Porque nuestro menudo presidente, apenas estrenado, ya va a poner en la cuerda floja, o lo va a intentar, prestaciones sociales, el laicismo, propugnando mayor unión de iglesia y estado, promocionar la enseñanza religiosa, etc.

Pero sin duda lo más relevante del nuevo monsieur del Elíseo con talante de dictador -otra coincidencia con «el pequeño» sargento- es su decidido apoyo a la política de Bush. Es justamente lo que alarma a Sami Nair, al ver que las leyes estadounidenses nos someten a un sistema económico ultraliberal – donde la calidad del empleo más se acerca en muchos casos a la esclavitud- y unilateral. Es un sistema que conlleva la derogación del derecho internacional, estados netamente policiales y la militarización de los conflictos. Cohesionan con mano de hierro sus propios estados, ahogando cualquier atisbo de autodeterminación, pero descohesionan el Tercer Mundo para mejor robar y capitalizar sus riquezas. Y, lo más preocupante, un sistema que está anulando la respuesta social, con una alarmante insolidaridad «globalizadora».

Dicen que Napoleón aunaba tres cabezas en una persona: la espada que ejecuta, el gobierno que administra y la mente que planifica. Sin duda excesivas dotes para un gobernante si se hace depender exclusivamente de ellas la gobernabilidad de un pueblo.

No es el caso, ni por la capacidad, ni por las dependencias políticas de nuestro Sarkozy. Su aspiración no puede avanzar más allí de la pretensión de constituirse como el máximo revolvedor y manipulador de los líderes europeos. El fiel representante -una vez descalabrado Tony Blair- de los intereses de EEUU en Europa. Es aquí donde intentará superar sin duda a otro astuto camaleón, Angela Merkel, maestra del sí pero ya veremos, porque a lo mejor consideramos el no. Con la «Pérfida Albión» ya se verá, porque éstos son un moscardón que ni el propio Napoleón consiguió jamás sacudir. Siempre se sacan de la manga un Cromwel, un Nelson, o un Churchil, con el aguijón en guardia.

Al final todos cenarán juntos en la sede del Bundegstat, en el Elíseo o en Downing Street. Y el resto de los estados europeos -las Españas tan dignas como sumisas…- seguirán cerrando filas, no les vaya a dejar la cámara fuera del momento.

En cuanto a la política doméstica, husmeamos lo peor. Su programa social parece estar bien claro. En cuanto al conflicto basko no parece existir un pelo de duda. En principio, para Sarkozy no hay conflicto. Por si existiera alguna duda ya se encargarán de ventilarlas su pinche Juana de Arco, Alliot-Marie, y la juez Levert.

¡Bien lejos queda el respeto y el humanismo del sobrino de Napoleón, Luis Lucien Bonaparte, por nuestra cultura!

En definitiva, y por las razones expuestas, que nuestro Sarkozy no nos da la talla. Sí que parece chovinista, maniobrero, involucionista, sargento chusquero, bastante mas cercano a la mezquindad que al romanticismo… Pero con estas virtudes no llegamos a medio Napoleón. Aunque, claro, tantos franceses que lo han elegido, tampoco parece que sean capaces de conquistar ninguna Bastilla. Hoy por hoy, se les ve más interesados por los devaneos de María Antonieta y toda su corte de mostrencos.