Derecha navarra

En las elecciones pasadas, oí decir a un dirigente de UPN que «a su partido sólo le interesaba el futuro, porque del pasado ya se preocupaban de recordarlo todos los días los otros partidos de izquierda». Me pareció lógica esta apreciación. Porque, siendo justos con la historia pretérita, ¿cuál es el pasado de la derecha navarra?

Es muy posible que los Sanz, Catalán y demás conmilitones de UPN se sientan muy orondos por las heroicidades de sus antepasados ideológicos. Pero, si lo están, parece de mal nacidos no manifestarlo públicamente. Pues más que orgullos deberían sentirse completamente orgullosos. El refrán ya lo dice: «quien a los suyos se parece, honra merece».

Pero mucho me temo que esta derecha navarra tenga el mismo complejo edípico que el que afecta a la española. ¿El qué? Que ninguna de las dos tiene pedigrí. La derecha navarra, como la española, constituye un precipitado, un detritus, más o menos «compotado» con derivas autóctonas, de lo que fuera la derecha europea del XIX, y que, con el tiempo, tanto la derecha navarra como la española aparcarían lo de europea y se quedarían tan sólo con lo de derecha.

Esta es una de las carencias más notorias de la derecha navarra, que nunca se ha avenido a declarar cuáles son las fuentes donde ha mamado la mala ideología con la que machacaron esta tierra durante tanto tiempo. Con decir que Navarra es Navarra, Sanz cree haber encontrado la cuadratura del círculo, cuando lo único que tiene entre sus manos es una banal tautología de ribazo.

Yo jamás he oído decir a Sanz de dónde procede su ideología. Quizás eso se deba a que Sanz no sabe lo que significa la palabra ideología. Pudiera ser, porque con este hombre puede suceder cualquier cosa, menos la inteligencia.

En cualquier caso, y a lo que iba: ¿por qué UPN en las pasadas elecciones abominaba del pasado? ¿Sólo porque los otros, los de izquierdas, lo evocan, cosa falsa, todos los días? La réplica sabe a cinismo.

En realidad, y esto es muy comprensible, la derecha navarra no quiere hablar de pasado, porque le da grima. Resulta sintomático que lo hiciera en el franquismo, con el que se sintió plenamente identificado. Si su pasado fuera honorable, estaría un día sí y otro también pasándonos por los morros su hagiografía política. Detengamos nuestra mirada en sólo un detalle que delata su mala conciencia: ¿han visto, ustedes alguna vez al «Diario de Navarra», durante la democracia, reivindicar la figura de su antiguo director Garcilaso? Si Raimundo García, alias Garcilaso, tuviese a sus espaldas una ideología compatible con los derechos humanos, ¿acaso se lo hubiese callado Ollarra? En otro tiempo, en pleno franquismo, Ollarra se hartó de poner en el altar mayor de la adoración a una figura tan siniestra. ¿Por qué, ahora, sus guindillas de aceite ideológico revenido no hacen lo propio?

Sencillamente, porque la derecha navarra procede de lo más indigesto, de las ideologías crepusculares del XIX. De lo más reaccionario, de lo más integrista y de lo más intolerante. La derecha navarra persiguió con saña a todo tipo de minorías, fueran económicas, políticas, culturales o religiosas.

La derecha navarra se opuso a la implantación del sufragio universal en 1890, y declaró non grata la soberanía popular. La derecha navarra siempre odió a las clases populares, a las que, como ciertos liberales ricos, explotó como siervos de la gleba. Incluso estamparía en sus papeles, «Diario de Navarra» entre ellos, la especie venenosa de que cómo era posible que el voto de un catedrático o un aristócrata pudiera valer lo mismo que el voto de un plebeyo, de un obrero o de un campesino.

La derecha navarra atacó de forma sañuda, no sólo a la democracia europea, sino que también lo hizo contra el sistema parlamentario, al que consideraba fuente originaria de todos los males posibles de la sociedad. Entre los ideólogos acérrimos contra la democracia descollarían el fascista y golpista Garcilaso; Víctor Pradera -sus artículos furibundos contra el parlamentarismo y la democracia serán jaleados por el «Diario» de forma continuada-; y lo mismo habría que decir del tránsfuga Tomás Domínguez Arévalo, conde Rodezno. Para estas ilustres prendas el parlamentarismo era un sistema corrupto que había que derribar y sustituirlo por una dictadura militar, único sistema que realmente consideraron ideal.

La derecha navarra no cejó nunca en aplaudir los regímenes dictatoriales y en identificarse con el pensamiento militar más retrógrado de la época. Esta derecha navarra se relamió de gusto con la subida al poder de Primo de Rivera, de Mussolini, de Hitler, de Salazar, y entró en el orgasmo ideológico con la llegada al Prado de «el Innombrable».

La derecha navarra se cubrió de indignidad humana cuando llegó la Guerra Civil, porque, no habiendo frente de guerra en la provincia, se dedicó consciente y premeditadamente a asesinar de manera impune a toda persona sospechosa, o contaminada, de haber sido republicana, sindicalista o blasfema. No sólo eso: los intelectuales navarros, Eladio Esparza entre ellos, subdirector del «Diario», se afanaron en exigir depuraciones en todo tipo de instituciones públicas y privadas.

La derecha navarra jamás se arrepintió de haber contribuido a la más infame y cruel de las persecuciones políticas e ideológicas que se hayan conocido en esta tierra.

Pero hay más. Es que ni siquiera apoyó en 1978 la Constitución española, fruto genuino de la misma democracia. En 1978, la mitad de los diputados de Alianza Popular, más tarde PP, rechazó el texto constitucional. Y quienes le dieron su apoyo, espoleados por Fraga, lo primero que dijeron es que en cuanto pudieran lo reformarían. El diputado de UCD Jesús Aizpún, padre putativo ideológico del actual presidente de Navarra, llegaría a dejar el partido por su rechazo personal a unas cuantas disposiciones constitucionales, no sólo a la transitoria cuarta relativa a la integración de Navarra en Euskadi, sino, sobre todo, a las relacionadas con el divorcio y la educación. De ahí que no desaprovechara la campaña del referéndum, celebrado el 6 de diciembre de 1978, para vomitar sapos y culebras contra ella. Poco después, fundaría el actual UPN, al que se le unió Alianza Foral, partido que también había defendido el no a una constitución que consideraba atea, de tendencia marxista y que ponía en peligro la sagrada unidad de España.

Supongo que, ahora, será muy fácil entender por qué la derecha de UPN no quiere hablar del pasado. Y supongo que también se comprenderá la inmensa mala leche que pueda producir el PSOE dejando la alcaldía de Iruña en manos de UPN, histórica heredera putativa de esa derecha repugnante. Mayor servidumbre política e ideológica será posible en muchos sitios, pero ¡la de aquí es tan elocuente que produce asco