La queja

Una tradición muy española, en ese país históricamente ordenado sobre el clientelismo, es la visita al cargo recién ascendido y, en justa reclamación del pago de favores, con impaciencia mal disimulada, la frasecita: «¿qué hay de lo mío?». Todo un modelo de política y beneficio personal ha perdurado por encima de regímenes, golpes de Estado, dictaduras, reinados…

En esa cultura hay que entender y enmarcar el reciente artículo de Manu Montero. Beneficiario de títulos y cargos públicos, cofrade del Foro de Ermua, Bastaya, ex rector de la UPV, el escrito «La postergación de los no nacionalistas» (El País, 27 de junio de 2007) le sirve para explicar su visión y división del mundo.

No es fácil sacar algo en limpio de la elevada retórica con que desde esas posiciones se describe la res pública de la CAV: contumacia conceptual, aventurerismo soberanista… Es difícil deslindar dónde acaba su cátedra profesoral y dónde empieza su españolismo. Sin embargo, en medio de la queja sobresale algún dato revelador, significativo. De entrada, la amargura de reconocer que en esta tierra su bando goza de escasa credibilidad. Y no es alucinación de esas gentes lugareñas a las que tantas veces ha calificado de iluminados: «No creen en ello sólo los beneficiados». Por lo que cuenta, es sentimiento generalizado. Literalmente escribe: «¿Por qué ese plus de legitimidad que se da al nacionalismo vasco?»

Desde luego, es una duda razonable. ¿Por qué será que los «suyos» disfrutan de semejante recelo, de tan escaso crédito? Bueno, el hecho es que lo que le duele tiene miga. Si nuestra sociedad, como dice, se divide entre vascos (nacionalistas) y españoles (no nacionalistas, según él), estas dos comunidades no juegan en igualdad de condiciones. Al menos los últimos están sujetos a un designio pocas veces tan explícito: «Cuando mucho, la política española concebía a los no nacionalistas como una especie de fuerza de choque para actuar en orden a la cuestión nacional». Ésa que no existe, podríamos añadir, tomándole la palabra de sus habituales desvaríos.

La alusión a esa parte española que vive entre nosotros va más lejos. «Cuando, en la segunda mitad de los años noventa, se inició una rebelión de este ámbito contra la hegemonía nacionalista (vasca, añadiríamos para no confundir con otros nacionalismos), la política española le otorgó de nuevo un papel por el que se le veía como un actor secundario, no como un sujeto político con problemas propios. Su función era combatir política y electoralmente al nacionalismo vasco».

Es un papel desairado, poco agradecido. Ser mera comparsa de un juego, sucio con frecuencia, de poderosos. No le falta razón para quejarse a Montero. En esta sociedad pos-industrial de inicios del milenio destaca, mal que le pese, un bloque social y nacional de referencia, originario del lugar o integrado en él, que existe por sí mismo. La parte vasca del país es la que dispone de legitimidad (palabras de Montero) porque a los ojos de la población de todo signo le asiste la justicia en sus demandas, coraje en sus proyectos, porque ha sufrido demasiados agravios… mientras que las razones que se le oponen carecen de tales fundamentos.

Por otro lado existe también una masa no arraigada, sin cohesión ni carácter de sujeto colectivo, que está ahí pero sólo se activa desde y cuando le interesa al Estado español. Una masa carente de proyecto propio, al margen de lo que le dicte el poder. Existe una sociedad vasca, con identidad y conciencia, y enfrente se le opone el Estado, que utiliza esa masa de referencia española. Pero ésta no es sociedad civil per se, entendida como colectividad activa, organizada y conciente.

De hecho, esa masa de referencia española que reclama Montero, que se queja de lo poco que cuenta con ella el poder, que la instrumentaliza, es el paradigma de la reacción y el inmovilismo. Todos los avances históricos de nuestro pueblo, los cambios, expectativas, proyectos, vienen impulsados por esa comunidad vasca de origen que Montero des-califica como nacionalismo. Desde la lucha y oposición a las dictaduras españolas, hasta las reivindicaciones de libertad y autogobierno de todo tipo. Y cada vez que se han asentado las nuevas formas que esta parte vasca propugnaba (autonomía, bandera, concierto, reivindicaciones diversas), por limitadas que sean, son asumidas como «avances» para todos.

Mientras tanto, el freno para tales avances y reclamaciones son esa masa por la que clama Montero, esos Monteros que se oponen a todo cuanto suponga un cambio que aleje a nuestro país de España y su gran nacionalismo. Fuerza de choque; muro de contención. Que no se queje; que no se sorprenda si la tratan de ese modo.

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