Por una reforma social

El museo Guggenheim de Bilbao recibió el pasado año un millón de visitas de las cuales un escaso 6% correspondía a personas provenientes de los territorios de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba. Este titular habrá pasado inadvertido para la gran mayoría de lectores del medio en el que apareció y sin embargo podríamos estar ante un dato sociológico nada desdeñable. No existe en la sociedad vasca un interés de peso por el mundo del arte y la cultura en general, bien sea aquel autóctono o foráneo, moderno o tradicional; pero es que tampoco hay una atención política por el tema demasiado importante, hecho que inevitablemente influye en su promoción y difusión.

Vivimos en una sociedad que se mueve dentro de un marco totalmente politizado en el que aspectos vitales para su desarrollo y avance humano están lamentablemente sujetos a los principios e ideologías de aquellos que dicen representar al pueblo que los eligió. Aspectos como la educación, la cultura, el medio ambiente, están coartados por esa coyuntura política y de conflicto constante en la que vivimos y que de una manera casi imperceptible nos está afectando, aunque tal vez lo más desesperante sea que las voces de los que no están de acuerdo con lo impuesto no están siendo atendidas, sino que por el contrario son infravaloradas e ignoradas.

Que las cosas podrían ir mejor es un pensamiento generalizado que se encuentra estratégicamente adormecido gracias a toda la información que se nos envía desde todos los medios posibles, desde la televisión hasta Internet, información cuajada de promociones, ofertas y noticias publicitarias sin valor alguno, más que el de crear una sociedad necesitada de objetos, productos y artículos inútiles. Que nosotros mismos seamos capaces de bajarnos del tren en marcha y pararnos a observar y decidir es otro asunto que en el mismo sistema social en el que sobrevivimos no acaba de caer demasiado bien y que, por otro lado, nos empuja a seguir viendo pasar delante de nuestros ojos las lacras sociales de esta sociedad, paradójicamente enquistadas cuando su solución a medio-largo plazo podría calificarse, desde un punto de vista optimista, de factible. La violencia contra las mujeres, la precariedad laboral, el problema de la vivienda, la degradación medioambiental, los accidentes laborales, la educación de los jóvenes, las condiciones de vida de los mayores… Problemas de difícil resolución para una sociedad altamente politizada como la nuestra, con unas perspectivas de vida básicas y reales obligadas a convivir en armonía con otras absolutamente superfluas e innecesarias, cuando no imprescindibles para ser alguien y ser visible entre la multitud de consumidores que todos somos y en lo que tan bien han sabido convertirnos.

Romper con este panorama desde el interior mismo de la sociedad es poco menos que imposible mientras haya gente que se encuentre cómodamente instalada en esta situación de evidente desigualdad. Pero las mejoras a todos los niveles son posibles, desde la eliminación o control de alguna o todas las lacras sociales existentes en la actualidad, la educación consciente de los jóvenes, el respeto a la opinión y los derechos del pueblo, hasta la protección y difusión de nuestra historia, nuestro patrimonio y cultura, sin cerrar por ello las puertas a nuevas ideas y proyectos. La sociedad sabe y puede avanzar en esta dirección, las trabas que va encontrando por el camino son, sin embargo, demasiado grandes e incontrolables. Siempre resultará más fácil encender el televisor y empaparse de programas sobre vidas ajenas y contenidos de nulo interés intelectual.