El tsunami energético

La palabra clave es «pánico» y se refiere al estado de ánimo con que recibiremos la grave crisis energética que se nos avecina, a corto plazo. Paradójicamente, y a pesar de su extrema gravedad, para muchos dirigentes, no se trata de ninguna noticia novedosa. Escucharon y vieron los avisos de peligro, repetidamente, pero hicieron como el avestruz. No quisieron saber nada de problemas y prefirieron continuar haciendo más de lo mismo, esperando a que las cosas se solucionaran solas, como casi siempre hicieron. En general, la táctica de no hacer nada, y esperar a que las cosas se solucionaran por sí mismas, les había funcionado muchas veces pero, esta vez, no les funcionó ya que el cambio era de naturaleza estructural y, además, era de un gran calado.

Tampoco fue el primer caso en el que los rentistas del sistema y sus gobernantes títeres fallaban en sus apuestas. Todavía recuerdo como se mofaban, hasta hace pocos años, del cambio climático. También recuerdo que apostaron porque el Protocolo de Kyoto sería papel mojado y que nunca llegaría a ratificarse. Se equivocaron y siguieron mangoneando desde el poder como si nada hubiera pasado. Todo ello nos hizo perder una gran cantidad de tiempo para hacer frente a las emisiones de CO2. El resultado es lo que ya sabemos: somos el país más alejado de la UE, en lo referente al cumplimiento del Protocolo de Kyoto.

El segundo grave error que cometieron estos dirigentes es que apostaron porque los precios del petróleo -contrariamente a lo que los hechos demostraban- se iban a mantener cada vez más baratos. De hecho, gran parte de estos irresponsables se atrincheraban tras un slogan: En el año 2020, el petróleo tan sólo costará 25 dólares/barril. Un slogan que ha conocido el mayor de los ridículos. Pero, lo más grave es que muchos de ellos siguen todavía empecinados en defender -esta vez, con la boca pequeña-que los precios de los carburantes volverán a ser baratos. Mientras tanto, aunque es cierto que, realmente, las políticas en curso continúan haciendo más de lo mismo, llegan vientos de esperanza. En el corto plazo, es muy probable que las políticas energéticas no sigan así, aunque también me temo que, en algunas comunidades autónomas, se opondrán a que las estrategias de desarrollo socioeconómico apuesten por escenarios donde se nos hable de precios muy altos del petróleo y del gas natural.

De cualquier modo, la gran suerte es que, a pesar de haberlo tenido casi todo en contra -sobre todo en algunas comunidades autónomas- a nivel del Estado español, en lo referente al partido que ha salido vencedor de estas últimas elecciones, sus dirigentes son perfectamente conscientes del agotamiento progresivo del petróleo, del aumento de los precios del crudo de petróleo y del gas natural, y de la necesidad de apostar fuertemente por el ahorro y la eficiencia energética y por las energías renovables.

Mi gran tristeza es constatar que todo esto se podía haber iniciado muchos años antes y que hemos perdido un valioso tiempo para prepararnos. Hace más de seis años que la crisis energética comenzó a llamar a nuestras puertas y que, a pesar de las continuas denuncias que hacíamos algunos, salvo contadas excepciones, no se nos hizo caso alguno. Muy al contrario, se nos condenó al ostracismo social presionando, incluso, para que algunos medios de comunicación nos eliminaran como colaboradores, por ser críticos con el obsoleto sistema energético. Es muy reconocido que, durante estos últimos años, he estado avisando del peligro y denunciado la inacción y la irresponsabilidad de nuestro dirigentes por no hacer nada para encarar el problema planteado por el encarecimiento progresivo del petróleo. No hace falta que os hable sobre la cantidad de oídos sordos, de desprecios, de prepotencia, de puertas cerradas y de montañas de cinismo con las que me he tropezado. Sin embardo, sí os diré que les importaba muy poco que, año tras año, la escalada progresiva de los precios del petróleo les fuera dejando en el más fétido y maloliente de los ridículos. Tenían el poder, controlaban los medios de comunicación, las grandes empresas, el sector financiero, los gobiernos…pero olvidaron, en su prepotencia, que había algo que no controlaban: la limitación de los recursos naturales y, de ello, el tiempo ha sido testigo cuando los precios del crudo han superado la barrera de los 100 dólares/barril. La era del petróleo barato y abundante era ya historia pasada y, con las últimas declaraciones de la OPEP, podemos sentenciar que quien espere un regreso a los precios baratos de las gasolinas y del gas natural estará condenado al fracaso más estrepitoso.

No obstante, me temo que esta evidencia haya llegado algo tarde pues, lo que podía haber sido una adaptación cómoda hacia el nuevo paradigma energético, es muy presumible que vaya a convertirse en un proceso realmente traumático. Debemos asumir, cuanto antes, que lo peor de la crisis energética está todavía por llegar, tal como lo anuncian la Agencia Internacional de la Energía y el propio presidente de Shell, Jeroen van de Veer. No estamos hablando de los 120 dólares/barril que algunos expertos pronostican como precios del crudo de petróleo para antes de este verano. Tampoco hablamos de los 200 dólares/barril sobre los que nos previene, para fines de este año, el propio Comisario de la Energía de la UE, Andris Piebalgs. Estamos hablado de precios superiores a los 450 dólares/barril, precios que, probablemente, conoceremos antes del año 2012. Los estudios prospectivos que hemos realizado sobre el ‘Peak Oil’ así nos lo confirman.

El tema es muy serio y, por ello, si no queremos ser víctimas de los acontecimientos, necesitamos encarar con urgencia un plan de choque. Necesitamos reaccionar anticipadamente, para hacer frente a los impactos negativos derivados de esta grave crisis energética que se nos avecina. Es cierto que no partimos de cero. Incluso, podríamos afirmar que, en cuestión del uso y aplicación de las energías renovables, pertenecemos a la lista de los países líderes mundiales. En otras circunstancias, podríamos permitirnos el lujo de hasta dormirnos en los laureles. Pero éste no es el caso. Todo puede sobrevenir tras la llegada de este gran tsunami energético que nos aguarda a la vuelta de la esquina. Tampoco tenemos muchos vientos favorables desde el exterior. Ahora que comienzan las «vacas flacas», que los fondos comunitarios se acaban, la deuda exterior puede ser nuestro talón de aquiles. Con el disparate del ladrillo hemos dilapidado lo que teníamos y hasta lo que no teníamos. Por nuestra estulticia, ahora sólo podemos esperar falta de liquidez, contracción del gasto, quiebras y hasta un preocupante repunte del paro. Sin embargo, no todo está perdido. El futuro, fundamentalmente, todavía depende de nosotros mismos.

En el horizonte, cada vez menos lejano, nos aguarda una nueva era basada, preferentemente, en las energías renovables, en la productividad de los recursos y en el ahorro y la eficiencia energética. Así pues, tendremos que ahorrar -reducir mucho los actuales consumos de energía- y ser eficientes -reducir mucho las pérdidas evitables. Sabemos que la era del petróleo barato es ya agua pasada. Estamos iniciando la transición hacia una nueva era donde las energías renovables se convertirán en las convencionales y donde todos tendremos que vivir con un menor consumo de energía. Sabemos que cuanto menos tardemos en realizar esta transición mejor saldremos parados de la prueba que nos plantea el futuro. Sabemos también que será una transición muy dura y que tendremos que sufrir, pasar penalidades y dejarnos muchos pelos en la gatera. Pero también tenemos que saber que todo ello merecerá la pena, sobre todo, para la felicidad de nuestros hijos y nietos. Con todo, hemos de ser muy conscientes de que el factor tiempo en el recurso más escaso con el que contamos. ¡Aprovechémoslo, ahora que estamos a tiempo!. ¡No dejemos que el tsunami energético nos sorprenda!.