Irán, entre elecciones y amenazas

El pasado mes de febrero se celebró el 29 aniversario de la Revolución Islámica iraní, tras la cual se instauró un nuevo régimen, que en boca de sus defensores instauró el principio de «soberanía popular» (mardom salari). Desde esa fecha Irán ha venido celebrando 27 elecciones ininterrumpidamente, aun en los momentos más difíciles de la querer contra Iraq, el pueblo iraní ha acudido a las urnas.

El próximo catorce de marzo se elegirá el nuevo Parlamento (Majlis), y muchos coinciden en señalar que ese día además de elegirse los nuevos 290 escaños, se someterá a una especie de referéndum la política llevada adelante por el actual presidente, Mahmud Ahmadinejad, al tiempo que mostrará los antecedentes de cara a las próximas elecciones presidenciales en 2009.

La complejidad del sistema institucional iraní lleva en muchas ocasiones a calificarlo con toda una serie de generalidades simplistas, y obviando además el hecho de la diversidad social que encontramos en un estado de más de setenta millones de ciudadanos, que componen todo «un mosaico étnico, político e ideológico» de lo más diverso. De ahí que lo más fácil se utilizar términos como «teocracia», «sociedad cerrada», «dictadura de los mullahs» para definir la realidad de aquel estado.

Sin obviar las importantes carencias del régimen iraní, si lo comparamos con los parámetros al uso en Occidente, vemos cómo estos días la atención política en el país se centra en los discursos y propuestas de los diferentes candidatos sobre «economía, política, cultura y relaciones exteriores».

«La compleja relación entre el estado y la sociedad civil contemporánea, la evolución de los partidos políticos, organizaciones y grupos de interés, la influencia de las crisis regionales y externas o los obstáculos para una normal evolución política, requiere un análisis más detallado de aquella realidad, alejándose de metodologías restrictivas o, pero aún, de generalizaciones de estereotipos preconcebidos», apunta un buen conocedor de aquella realidad.

Con algunas instituciones todopoderosas, capaces de condicionar la participación de algunos candidatos (ilegalización habemus), y con el líder supremo actuando como árbitro entre las diferentes facciones representativas de distintos intereses y orientaciones, y donde el balance entre los centros de poder de la República Islámica es más que evidente, la complejidad se acentúa.

Lejos de presentar un panorama político homogéneo, la realidad iraní nos muestra un enorme fractura política, con fuerzas de centro, izquierda y derecha, pero además en ocasiones se dan coaliciones que superan esas divisiones. Tres son los campos que se presentan con más claridad en el ámbito político actual, aunque dentro de cada uno de ellos perviven las diferentes tendencias y en ocasiones defienden intereses opuestos.

Así, en la actualidad encontramos «los denominados «osoolgarayan», que en Occidente se presentan de forma despectiva como los más reaccionarios o intransigentes, los «aslahtalaban» o reformistas y los «etedaltalaban» o centristas».

Los primeros recogen entre otros a los apoyos del actual presidente y a la mayoría de los parlamentarios salientes, sin embargo, las diferencias entre partidarios de Ahmadinejad y sus detractores han aumentado en las últimas semanas. Entre estos últimos, destacan los que se conocen como «el nuevo triunvirato», Ali Larijani (antiguo líder del equipo negociador del programa nuclear iraní), Mohsen Rezai (antiguo líder de los Guardias de la Revolución) y Mohammad Ghalibaf (alcalde de Teherán y que apunta a las presidenciales del próximo año).

Diferencias en torno a la configuración de una lista han impedido formalizar su propuestas, pero seguro que estos movimientos debilitará las posiciones del presidente Ahmadinejad. Como también lo hará las críticas de antiguos ministros como Akbar Velayati (exteriores) y Ali Fallahian (inteligencia).

Los centristas o pragmáticos en torno al ex- presidente Rafsanjani, aunque tal vez sería mejor definirlos como «oportunistas», en base a las características de éste, parecen mantener una posición de «observar el desarrollo de los acontecimiento», tal vez porque sus vistas están puestas en las elecciones presidenciales del próximo año. De todas formas, este sector ideológico también ha maniobrado para atraer hacia una coalición a los desencantados del sector anterior, y se rumorea que estarían buscando relanzar un partido como Kargozaran-e Jahid, formado por tecnócratas del entorno de Rafsanjani.

Por su parte el sector reformista, que en las elecciones del 2004 se presentó dividido entre los que propugnaban el boicot electoral y los que tomaron parte en él, afronta nuevamente las elecciones en una difícil situación. Con la mayor parte de sus candidatos ilegalizados, con graves problemas de liderazgo, divididos y con pocas alternativas a los grandes retos que tiene ante sí Irán, lo que deberían intentar es buscar un giro a su política y «reformarse desde dentro».

A pesar de la importancia de los temas domésticos en esta campaña electoral, Irán no puede permanecer ajeno a los temas de política exterior. Las amenazas de EEUU e Israel, dispuestos a provocar un cambio de régimen en Teherán por medio de ataques militares o promoviendo protestas en el país están sobre la mesa. No obstante, Irán tiene experiencias similares en el pasado (crisis de los rehenes, las guerras contra Iraq y del Golfo, las sanciones económicas o los atentados contra sus dirigentes) y su postura firme ante la hegemonía mundial de Washington, así como su decidida apuesta por articular un eje con los países «del sur», le pueden permitir afrontar estros nuevos retos y amenazas con garantías.

Un analista iraní señalaba que Occidente debería poner fin a su hipócrita doble rasero, y como apuntaba recientemente un informe de Human Rights Watch «el apoyo de la Unión Europea y EEUU a ciertos autócratas para que parezcan demócratas, sin exigirles cumplir los derechos civiles y políticos mínimos, ponen en riesgo los derechos humanos en todo el mundo».

Irán tiene mucho que aportar a la configuración de un nuevo orden mundial más justo que el actual, y para muchos iraníes, «la revolución tiene una importante agenda sin finalizar, y a pesar de los altibajos, las limitaciones y la imposición de interpretaciones distorsionadas, el vaso de la revolución está medio lleno». De momento tras las elecciones parlamentarias, las fuerzas políticas, y sobre todo algunos personajes, preparan su candidatura para la elección presidencial del próximo año, donde las alianzas y la heterogeneidad política del país se mostrarán a los ojos del mundo.

* TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)