Big Bang de las innovaciones

De pronto, como si tratáramos de reinventar nuestro agotado mundo, algo que nos preocupa comienza a moverse en la dirección correcta. En efecto, la búsqueda de la innovación ha comenzado a ocupar un lugar preferente entre nuestras estrategias. Debemos pensar que todavía estamos muy desorientados. Sin embargo, muchas cabezas bien pensantes ya han dado con la palabra clave. Se llama educación en la excelencia.

El problema es que ni ellos saben lo que es y, hasta ahora, salvo la experiencia exitosa que nos aportan algunos países precursores como Finlandia e Israel, apenas tenemos referentes globales como país y que sean sólidos y tangibles, dignos de mención. Tampoco es que intentemos imitar a dichos países en serio como, en una gran medida, debiéramos hacerlo. Tan sólo el intento supondría chocar con una de las vacas sagradas de nuestro actual sistema. Estamos hablando del funcionariado imperante en el sector de la Educación.

Hasta finales del 2007, cuando más recursos teníamos, y cuanto más hemos podido disfrutar de la «vacas gordas», hemos estado jugando y pegando palos de ciego, a diestro y siniestro, en la búsqueda de esa pretendida innovación capaz de salvarnos de nuestro declive. Actuábamos como el borracho que, durante la noche, cuando pierde las llaves de su casa, las busca debajo de la luz del farol porque es el único sitio donde hay luz. En suma, hemos estado haciendo más de lo mismo porque pretendíamos innovar sin cambiar nosotros y ello es imposible.

Ahora que van llegando las «vacas flacas» veremos si somos más inteligentes que lo que hemos sido hasta ahora. Es cierto que, por lo menos, hemos estado creando escuelas de aprendices brujos, guardianes de la palabra mágica innovación, aunque sin resultados destacados ya que nadie ha podido dar con la piedra filosofal de la innovación. Y, sin embargo, aunque todavía no la reconocen, ahí está, delante de nosotros esperando, que la utilicemos. Nos referimos a la educación.

Por otra parte, la persistente crisis que padecen actualmente los mercados bursátiles mundiales no son más que unos síntomas claros de que el núcleo financiero de nuestro sistema capitalista se encuentra también gravemente enfermo debido a la gran burbuja inmobiliaria – crediticia – financiera que el propio sistema dominante, en su huída hacia adelante, ha creado en base a una inusitada refinada codicia.

Con todo, cada vez se es más consciente de la necesidad de crear un sistema innovador que nos permita realizar, sin traumas, la transición al nuevo modelo socioeconómico. Esta tarea debería ser una tarea prioritaria para los diferentes gobiernos. Durante esta transición, habremos de abandonar los lastres del modelo socioeconómico obsoleto que vivimos actualmente. Soy consciente de que nada nos saldrá regalado ya que los rentistas del sistema se opondrán, con todas sus fuerzas, a que introduzcamos innovaciones a nivel energético, tecnológico, económico y social que cuestionen sus privilegios.

Pero, sobre todo, deberemos reinventar la universidad y el resto del sistema educativo para que se conviertan en el carburante que necesitamos para alimentar el motor de la innovación. Necesitamos conciliar el trinomio Innovación – Competitividad – Sostenibilidad. Necesitamos crear el caldo de cultivo donde germinen las semillas de la creatividad y de las ideas contraintuitivas para que las plantas de la innovación florezcan y den sus frutos en todos los sectores económicos. Necesitamos, con urgencia, que el sistema educativo se convierta en la energía primigenia de todo el universo cognitivo, de manera que ilumine la sociedad del conocimiento del futuro sostenible por el que apostamos.

Al igual que en el Big Bang, deberemos contar con un plan que sea bien preciso y ajustado. El Big Bang fue una explosión calculada con gran precisión. Una trillonésima de energía mayor o menor habría destruido el universo que entonces empezaba a formarse. En el caso de que la expansión hubiera sido más lenta, la fuerza de la gravedad habría vencido y se habría producido una implosión al juntarse todo de nuevo. Si la expansión hubiera sido más rápida, la materia cósmica se habría dispersado completamente y no se habrían formado galaxias. A nivel divino, la reflexión prospectiva que se anticipa a los acontecimientos debió ser también una herramienta fundamental para la creación.

De manera similar al universo, la innovación también se apoya en sus cuatro fuerzas fundamentales. La fuerza de la gravedad viene determinada por el equilibrio estable del trinomio Innovación – Competitividad – Sostenibilidad, con el fin de hacer que el ritmo de introducción de innovaciones no se colapse, ni se desvanezca rápidamente. La fuerza electromagnética se apoya fuertemente en el desarrollo, apropiación y difusión de la ciencia y de la tecnología. Las otras dos fuerzas, la nuclear fuerte y la nuclear débil, deben basarse fundamentalmente en los recursos humanos. La nuclear fuerte permite alcanzar la excelencia del profesorado y el logro de un alto rendimiento educativo. La nuclear débil permite que las profesiones, técnicas o no, que más inciden en la innovación como la ingeniería, la física, la química, la medicina, etc., adquieran una alta remuneración y un gran prestigio y reconocimiento en nuestra sociedad.

De este modo es como podremos dotarnos de los quarks y electrones propios de la innovación con sus correspondientes antipartículas. El sistema educativo deberá encargarse de unirlos para formar sus protones y neutrones – el núcleo de los átomos innovadores. Más tarde, la ciencia y la tecnología deberán enlazar estos protones y electrones para hacer que los átomos innovadores sean estables y reconstruyan nuestra sociedad del mañana.

Subrayaré ahora que el camino hacia el nuevo modelo socioeconómico emergente deberá realizarse, principalmente, a través del territorio que ya conocemos. No hay otra manera de avanzar que no sea avanzando todos. Por ello, la excelencia en el profesorado y los altos rendimientos educativos son una condición necesaria aunque no suficiente para incorporar, de manera eficaz y eficiente, innovaciones en nuestro sistema socioeconómico, cada vez más obsoleto y agotado.

Por último, los ejemplos de la exitosa reconversión socioeconómica que hace años realizaron Finlandia e Israel nos demuestran la necesidad de que, al afrontar los cambios, lo hagamos de arriba a abajo. Liderazgo institucional también significa predicar con el ejemplo. Es decir, que las innovaciones y cambios que las permitan deberán realizarse desde los gobiernos y el propio sistema político hacia las empresas y el mercado, pasando por la academia. Con respecto a la academia, señalaré que mi preocupación radica en saber si, a través de la concertación entre actores, podremos lograr que, en un plazo de diez años, nuestras universidades y demás centros educativos renuncien a los privilegios, propios del funcionariado del siglo XIX pero no del XXI, y que todavía les permitan ser fines en sí mismos. El sistema educativo es fundamentalmente un medio para la incorporación de innovaciones. Por ello, es vital que se comprometan con la excelencia del profesorado para optimizar la transmisión de conocimientos y competencias a los alumnos y, así, poder alcanzar unos elevados resultados en el Sector de la Educación. Amén.

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