Política y fundamentos morales

En una de las cartas que el novelista Paul Auster le dirige a su amigo y también escritor y premio Nobel JM Coetzee -Ahora y aquí, Edicions 62- Auster recuerda cómo, en 1984, tomó un taxi en Brooklyn. El taxista era un viejo soldador de los astilleros, que había perdido el trabajo cuando el sindicato «quedó aplastado por la dirección». Y Auster le dijo: «Puedes dar las gracias a Reagan, el presidente que se ha cargado más sindicatos en la historia». El taxista respondió: «Quizá sí, pero le votaré igualmente». «¿Por qué narices lo harás?», le preguntó Auster. Y la respuesta del taxista fue: «Porque no quiero ver este atajo de comunistas controlando Sudamérica». La conclusión del novelista es demoledora: «Fueron hombres como éste los que escogieron a Hitler en 1933». Cada persona preocupada por temas políticos podría explicar un buen número de anécdotas como ésta. Cada votante suele pensar que el votante del partido contrario tiene la sesera torcida, que le mueven las pasiones más viles o bien que es estúpido, como el taxista según Auster, que parecía tirar piedras contra el propio tejado premiando con el voto el candidato que más había lesionado sus intereses profesionales. Muy a menudo la gente de izquierdas piensa que la gente de derechas no tiene suficientes conocimientos o que está cegada por los prejuicios o la ideología, y la de derechas piensa lo mismo de sus opositores.

 

¿Pero y si todo se pudiera explicar de otro modo, más razonable y más comprensivo, a través de una exposición de los hechos y de lo que somos, que profundizara en nuestra comprensión y pudiera servir para tender puentes entre las visiones del mundo que se articulan tanto desde el progresismo como desde el conservadurismo? Esto es lo que ha intentado explicar Jonathan Haidt -estudioso de la psicología política y profesor de la escuela de negocios de Nueva York-. Haidt lo explica en un libro tan brillante como polémico, que ha sido muy debatido en los Estados Unidos, ‘The Righteous mind’ -La mente virtuosa-, una obra que traducida por alguna de nuestras editoriales podría acercarnos el debate y ayudarnos a reconciliar nuestro espectro político.

 

La teoría de Haidt pasa por darse cuenta de que entre las diversas culturas y épocas hay discrepancias entre las formas de entender la moralidad. Su Teoría de los Fundamentos Morales se basa en la idea de que existen en toda sociedad humana unas líneas maestras sobre lo que está bien y mal, sensaciones de satisfacción o asco inmediatas, activadas mucho antes que cualquier pensamiento racional.

 

Los seis Fundamentos Morales que enumera el autor son: 1. Cuidar/evitar el daño; proteger a los demás del sufrimiento. 2. Honestidad/engaño: la justicia, pues, entendida como proporcionalidad o como nivelación, la repugnancia, por ejemplo, que nos motiva la corrupción política afectaría este fundamento. 3. Libertad/opresión, que nos mueve a la rebelión cuando nos sentimos humillados. 4. Lealtad/traición, todo lo que nos compromete con el grupo, sea éste la nación o la familia. 5. Autoridad/subversión, que nos obliga a obedecer o no la autoridad legítima (los padres, los profesores, la policía). Y, por último, una sexta dimensión de Santidad/degradación, que nos mueve a considerar que hay algunas cosas sagradas, relacionadas o bien con la propia religión o en los ritos o símbolos -la bandera- de nuestra comunidad política: ¿acaso no sentimos que es inmoral que nos piten el himno o que ataquen los monumentos de nuestros fundadores de la patria?

 

Pues bien, Haidt ha dado cuenta de que lo que llamaríamos pensamiento de izquierdas se concentra básicamente en los dos primeros fundamentos morales. El estado del bienestar y su defensa en las políticas antirrecortes van por ahí -defenderse del daño que puedan sufrir los individuos-, mientras también la izquierda entiende la justicia como igualdad, intentando evitar que por ejemplo los que sufren por algún motivo puedan quedar desprotegidos, con independencia de si el sufrimiento puede atribuirse a la mala gestión de los propios afectados (como en el caso de los que firmaron hipotecas). La derecha entiende la justicia como proporcionalidad: «recoges lo que siembras.»

 

Además, según Haidt, la derecha tendría ventaja: sus discursos y programas convocan los seis fundamentos morales, mientras que la izquierda -y en esto coinciden muchos analistas- no tiene discurso ante la crisis de autoridad -la confunde con el autoritarismo-, pretende nivelar premiando a menudo a los que no lo merecen, tiene prejuicios en defensa del grupo -lo considera chovinista o torpe- y/o no se moviliza nada ante las agresiones a la sacralidad de los símbolos. Todo lo que llamamos modernidad política se basa en liberar al individuo: ¿pero es esta toda la moralidad que necesitamos?

 

Haidt, que se consideraba progresista antes de hacer su investigación, da cuenta de que el taxista de Auster, pues, no era un loco fanático ni un tarado: simplemente le importaba menos la dimensión del daño hecho a su persona que el resto de fundamentos morales que sí espoleaba el discurso de Reagan: lealtad a los principios estadounidenses, hacer respetar la autoridad fuera de la patria, etc. La izquierda (Obama) sólo puede ganar a la derecha si se atreve a hacer un discurso más amplio, que toque también la ética de la responsabilidad y de la comunidad. Son muchos los analistas que lo han detectado con otros argumentos: la crisis de la izquierda frente a los problemas de los nuevos tiempos ha hecho subir en Europa los discursos de la derecha xenófoba. Haidt nos da un camino para reflexionar: busquemos posiciones a medio camino, y seamos capaces de ponernos en la piel de quien no piensa como nosotros.

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