Reconocer y sanar la verguenza maligna.

 

Una Declaración sobre la Necesidad Urgente de Recuperarse Psicológica y Espiritualmente de los Efectos del Colonialismo en Irlanda

 

Introducción

Goza de un apoyo generalizado la postura que sostiene que muchas de las actitudes y conductas contemporáneas del pueblo irlandés tienen su origen en el colonialismo. No existe, sin embargo, una hipótesis coherente para esclarecer el surgimiento de este proceso evolutivo. El presente artículo pretende integrar y expandir aportaciones anteriores a este campo, empleando el modelo trasgeneracional del abuso de padres a hijos para explicar cómo un pueblo subyugado (o sea, los irlandeses católicos) puede ser dañado psicológicamente por la opresión política (o sea, el colonialismo británico).

Los niños que son objeto de un abuso severo y prolongado por parte de sus padres u otras figuras de autoridad tienden a interiorizar éste bajo la forma de un síndrome de conducta que se caracteriza por la dependencia patológica, la auto-estima baja y los sentimientos suprimidos, y al que he llamado «vergüenza maligna». Ya como adultos, es muy probable que los niños regidos por la vergüenza practiquen con sus hijos un abuso semejante al que ellos mismos recibieron, transmitiendo de esta manera el síndrome a la siguiente generación. Y así se eslabona la cadena.

¿Acaso existirá a nivel cultural un proceso semejante, mediante el cual las instituciones sociales de todo un pueblo interioricen como vergüenza maligna el abuso político y gubernamental que éste ha sufrido? ¿Y que el gobierno, la iglesia, la escuela y la familia, por medio de sus políticas y acciones, transmitan inadvertidamente esta vergüenza a las generaciones posteriores?

Varias razones hacen suponer que un proceso cultural de este tipo es endémico en Irlanda desde hace muchos siglos, y que sus implicaciones destructivas de vergüenza maligna son la principal causa de la actual aflicción psicológica, social, política y económica del país.

La experiencia clínica con familias hace pensar que la recuperación psicológica y espiritual representan, conjuntamente, un tratamiento eficaz para la vergüenza maligna, y son quizá la única manera de evitar que ésta se transmita a la siguiente generación. Si la vergüenza maligna resultara ser un problema significativo de Irlanda a nivel nacional, entonces hará falta sin duda una receta similar pero a mucha mayor escala.

 

Antecedentes

En abril de 1967 yo era el Director del Servicio Psiquiátrico de Emergencia del Hospital John Hopkins en Baltimore. Los disturbios ocasionados por el asesinato del Dr. Martin Luther King se encontraban entonces en su punto álgido y el hospital, ubicado en el centro de una zona pobre de negros, estaba prácticamente en estado de sitio.

El área de emergencias estaba llena de personas afectadas por la violencia; unos físicamente heridos, otros mentalmente alterados. Dentro de éstos últimos se encontraban varios jóvenes negros que habían sido arrestados por saqueo, embriaguez y desenfreno. Como Psiquiatra Responsable, decidí no aceptar a estos individuos para que recibieran tratamiento, ya que no los consideré psiquiátricamente enfermos. En cambio solicité a la policía que recogiera a aquellos jóvenes que no participaban en el saqueo o los disturbios, sino que permanecían en casa a puerta cerrada, mirando los disturbios por televisión.

Esta política me acarreó muchos problemas con la policía y las autoridades del hospital. No concordaban con mi opinión de que la conducta socialmente agresiva de jóvenes negros, tras el asesinato del Dr. King, podía considerarse como una respuesta psicológica normal, en vista de la larga historia de racismo, segregación y abuso cultural que hasta ese momento había tenido que soportar la población negra de Baltimore y otras zonas del sur de Estados Unidos. Yo me preguntaba: ¿no será posible que los jóvenes hombres y mujeres que no manifiestan su furia estén mostrando signos de la afección poscolonial de stress? Al no poder experimentar sanamente la rabia a causa de un miedo patológico a expresar sus sentimientos, ¿no estarían reproduciendo inconcientemente la actitud de sumisión con la que tradicionalmente se espera que reaccionen los esclavos y otros pueblos oprimidos?

 

Síndromes Psicológicos Poscoloniales

Destacados autores políticos que han escrito sobre el Tercer Mundo, como Franz Fanon, Edward Said y Albert Memmi, han identificado la dependencia poscolonial como un obstáculo mayor en el progreso de los pueblos decolonizados. El meollo del problema para cualquier población poscolonial es la convicción generalizada de inferioridad cultural, generada por el abuso prolongado del poder en la relación entre colonizador y colonizado. Sobrevivientes de campos de concentración , antiguos miembros de cultos, rehénes liberados y prisioneros de guerra que vuelven a su patria pueden verse similarmente asediados, durante el resto de su vida, por sentimientos irracionales, en especial la vergüenza y la culpa.

 

W. Humphrey, Paddy montando a caballo, 1779

Lo sepan o no, los irlandeses católicos de todo el mundo son los herederos de una historia que evoca imágenes de vergüenza, opresión, deprivación e intolerancia. A pesar de esto se han destacado merecidamente como grupo por su valentía, ingenio, buen humor y generosidad, además de su imaginación, su sentido de una vocación trascendente y su legendaria capacidad de sobreponerse a las adversidades. Estas cualidades les han valido reconocimiento sin precedente en los negocios, las leyes, la medicina, la política, la religión y las artes. Sin embargo, muchos de ellos, incluso algunos de los más exitosos, confiesan que en privado se tienen que enfrentar a sentimientos crónicos de vergüenza y a una dolorosa sensación de inferioridad personal y cultural.

Esta discrepancia de sentimientos me es decididamente familiar. Como católico irlandés, crecí en el seno de una amorosa y cultivada familia Fine Gael donde las discusiones políticas parecían centrarse en las brutalidades de la guerra civil, que terminó apenas catorce años antes que yo naciera, y en la que mi padre participó como oficial médico en el Ejército Estatal Libre. Poco se hablaba en mi presencia de los siglos de historia colonial que llevaron a la guerra, y mis padres simpatizaban con Inglaterra en su lucha contra Hitler. En la escuela, en la clase de historia, estudiaba temas como el despojo que emprendieron los colonizadores ingleses de nuestras tierras para sembrar en ellas sus plantíos, el empobrecimiento deliberado de los católicos irlandeses a través de las Leyes Penales, y la eliminación casi total del campesinado irlandés al sufrir el abandono planeado y la emigración forzosa durante la Hambruna. A pesar de saber esto, a los ocho años ya estaba yo convencido de que Inglaterra era una fuente de autoridad más confiable (y superior) en todos los asuntos salvo el catolicismo. Durante mi adolescencia llegué a pensar que todo lo que fuera irlandés (incluído yo mismo) era de alguna manera defectuoso o de segunda clase en comparación con Inglaterra.

Cuando salí de Irlanda en 1960 para exiliarme voluntariamente como psiquiatra en Estados Unidos (donde he permanecido desde entonces), esta percepción equivocada de la inferioridad cultural y personal (que más tarde llamaría vergüenza maligna) se había convertido en el núcleo de mi identidad; de hecho, éste bien pudo ser el motivo de mi salida de Irlanda, aunque no estuviera yo conciente de ello en ese momento. Un divorcio, un nuevo matrimonio, mi recuperación del alcoholismo y un duro enfrentamiento con el cáncer me hicieron reconsiderar, veinte años más tarde, mi situación personal.

A mediados de los setentas el profesor Ivor Browne de Dublin me invitó a volver a Irlanda para dirigir una serie de conferencias sobre relaciones de grupo, patrocinadas por la Fundación Irlandesa para el Desarrollo Humano, que tratarían aspectos inconcientes de la autoridad y la responsabilidad. Esta coyuntura me permitió entablar contacto con Paddy Doherty y otros líderes de Derry, que se esforzaban por lograr la supervivencia de su ciudad frente a los estragos de la ocupación militar, la guerrilla y la lucha entre facciones. Mientras trataba de responsabilizarme cabalmente de mis problemas personales y del daño que habían ocasionado en mí y en otros, la proximidad con las terribles consecuencias del imperialismo en Irlanda del Norte me hizo preguntarme si las dinámicas trangeneracionales de mi familia de origen en Dublin y mi familia de elección en Los Ángeles no podían ser acaso un reflejo microcósmico del colonialismo. De ser así, tanto los puntos fuertes como los débiles de mi propia personalidad podían verse como el legado psicológico de un proceso colonial que se manifestaba, no a nivel cultural o de comunidad, sino individualmente.

 

Caricatura, 1867. Biblioteca Nacional de Irlanda

Una revisión de la escritura irlandesa del siglo XX apuntala esta idea. Un gran número de escritores e historiadores han atribuído la errónea auto-percepción errónea de inferioridad personal y cultural de los católicos irlandeses a los efectos que ha tenido ell colonialismo británico en la psique nacional. El profesor Joseph Lee se refiere a «los huidizos pero cruciales factores psicológicos que inspiraron el instinto de inferioridad», y señala el auto-engaño, la envidia, el desdén a la autoridad, la falta de seguridad y el liderazgo deficiente como obstáculos de conducta poscoloniales que impiden alcanzar la productividad y la felicidad en la Irlanda contemporánea.

El destacado psiquiatra irlandés Anthony Clare, al mismo tiempo que destaca «el extraordinario vigor y vitalidad de gran parte de la vida irlandesa», describe a la mente irlandesa como «envuelta, y hasta cierto punto sofocada, por una abrazo mental inglés». Este proceso ha surgido, afirma, en «una cultura permeada en gran medida por el enfásis en el control físico, el pecado original, la inferioridad cultural y las posturas psicológicamente defensivas».

La paradójica y contradictoria construcción de la «personalidad católica irlandesa» es en sí una pista para entender la historia de Irlanda. El sentido de humor, la valentía, la lealtad y la ternura coexisten con el pesimismo, la envidia, la duplicidad y el rencor. Un fuerte impulso de desdén a la autoridad se ve atemperado por la necesidad aún mayor de apaciguarla. Una constante necesidad de conseguir la aprobación de los otros es frustrada por el temor crónico al enjuiciamiento. Una honda devoción al sufrimiento como fin en sí mismo se fundamenta en la firme creencia de que la tragedia es una virtud.

Freud, Jung y otros teóricos del psicoanálisis sostenían que los individuos están destinados a representar temas apocalípticos de la historia antigua, que se transmiten de generación en generación a través de las instituciones de la sociedad y del inconciente colectivo. De esta manera, los católicos irlandeses pueden verse empujados a reproducir en su vida cotidiana los temas más degradantes de la historia colonial irlandesa, que incluyen la doble tragedia del triunfo a través del fracaso o el fracaso a través del triunfo, representando ambas opciones un resguardo doloroso pero seguro para no ser consecuente con la ambición personal. En mi propia experiencia, estas reproducciones destructivas pueden ser observadas con mayor claridad en las batallas por el poder político que se desatan dentro de las familias, y en la relación entre maestros y alumnos en la escuela. Las estrategias para provocar vergüenza &emdash;la ridiculización, el hostigamiento, el desdén y la humillación pública&emdash; claramente tienen su origen en la realidad histórica de la opresión política. El disimulo mal intencionado y el silencio como forma de comunicación, la traición interpersonal y el regocijo secreto frente a la desgracia ajena, éstos son recordatorios contemporáneos del salvajismo familiar y la perfidia tribal a los que tuvieron que recurrir al menos algunos de nuestros antepasados para sobrevivir bajo el mandato colonial.

Haciendo alusión al impacto psicológico de la dominación política y extranjera en Irlanda, Clare señala la necesidad de explorar la propensión irlandesa a «decir una cosa y hacer otra». Advierte sabiamente que la investigación de este tema y otros afines requiere sensibilidad y tacto, para no fomentar posturas defensivas y no alimentar la tendencia irlandesa hacia la auto-denigración.

Sin embargo, esta exploración debe seguir adelante. Los efectos que puede tener, a corto y largo plazo, la influencia poscolonial potencialmente destructiva en el desempeño laboral y las relaciones humanes de Irlanda, debían ser un asunto de interés nacional. La mentalidad poscolonial que, según Lee, obstruye la ambición y limita el progreso al «desmoronar las perspectivas que tienen los irlandeses sobre su propio potencial», debe identificarse y ser encauzada con miras positivas, si se pretende continuar el renacimiento espiritual, cultural y económico que actualmente tiene lugar en Irlanda y mantener el concomitante movimiento hacia la paz en Irlanda del Norte.

 

Antecedentes históricos

Esta sección y la siguiente contienen una perspectiva breve &emdash;y muy selectiva&emdash; de la historia irlandesa pertinente, una descripción de cómo y por qué los padres culpígenos inflinjen daño emocional a sus hijos, y una introducción a la psicología de la vergüenza maligna. Al estar conciente de las relaciones que vinculan estos temas, al lector podrá identificar la conexión entre el abuso familiar y la opresión política. A su vez, dicha conciencia permitirá esclarecer la manera en que la relación opresiva entre colonizador y colonizado en Irlanda ha generado auto-percepciones erróneas de inferioridad cultural (vergüenza maligna) en amplios sectores de la población irlandesa católica.

 

Colonizador Irlandés en Nueva York, 1850's. Caricatura de Thomas Nast; Cortesía de Culver Pictures Inc. Nueva York

En distinto momentos desde el reinado de Isabel I, los gobiernos ingleses han justificado la opresión de los católicos en Irlanda con argumentos de inferioridad racial y carácter vergonzoso del pueblo irlandés. A fines del siglo XVII, las Leyes Penales fueron implementadas específicamente por el gobierno colonial para empobrecer y degradar a los católicos en Irlanda, y para socavar o eliminar la influencia de la Iglesia Católica de Irlanda. Todas las instituciones católicas irlandesas que defendían valores, actitudes y creencias religiosas tradicionales fueron señaladas para su destrucción. Estas severas leyes estuvieron en vigor durante aproximadamente ochenta años, o hasta 1770, momento en el que se inició un proceso de revocación. Éste sólo se debió a que la legislación represiva ya había cumplido su cometido original, el de «impedir la expansión del papismo» y «eliminar la tenencia católica de la tierra».

Durante siglos, la potencial solidaridad tribal de los católicos irlandeses fue consistemente socavada con el despojo de tierras, la pobreza, la discriminación y la prontitud de la Corona inglesa a explotar la venalidad surgida por la desesperanza irlandesa, comprando la traición a informantes bajo sueldo. Tras el Acta de la Unión en 1801 y las fallidas insurrecciones de 1798 y 1803, el espíritu del catolicismo irlandés se debilitó aún más con la eliminación sistemática de la lengua irlandesa como símbolo cultural fundamental. Incluso tras lograr la Emancipación Católica en 1829, la experiencia irlandesa nativa fue crecientemente devaluada, y las formas preferidas de vestido, comportamiento y pensamiento se definían de acuerdo a la dominante cultura británica.

Después vino la Hambruna de 1845 y con ella la posibilidad real de exterminio o abandono de los católicos irlandeses a través de la enfermedad, el hambre y la negligencia del gobierno británico. Un millón doscientas mil personas murieron en menos de cinco años, dos millones más emigraron a Estados Unidos a lo largo de la década siguiente, y hacia 1850 grandes franjas del territorio irlandés (especialmente el oeste y el suroeste) deben haber tenido el aspecto de un campo de concentración de 600 años.

Durante esta época y posteriormente, la prensa inglesa &emdash;particularmente The Times, Punch, y The Illustrated London News&emdash; generó potentes estereotipos denigrantes, diseñados para apoyar la tesis de que los católicos irlandeses eran al menos en parte responsables de la catástrofe que habían sufrido. Se decía que su pereza y estupidez y sussupersticiosas creencias religiosas provocaron la Hambruna, que fue descrita por algunos políticos y religiosos como el justo castigo de un Dios iracundo a las actitudes pecaminosas y rebeldes de los católicos irlandeses. «La perversidad terrible que nos vemos obligados a enfrentar», escribió Charles Trevelyan en 1848, «no es el mal físico de la hambruna sino la perversidad moral que encierra el carácter egoísta, malvado y turbulento de la gente.» Como Secretario del Tesoro del gobierno británico, Trevelyan era el responsable de financiar las operaciones de alivio.

 

Racismo Científico, tal como se representó en Harper's Weekly, 1898

Existe un número suficiente de pruebas para suponer que la postura «gubernamental» de Trevelyan continúa 150 años más tarde, como una poderosa dinámica de la guerra que actualmente tiene lugar en Irlanda del Norte. En una entrevista con el Belfast Telegraph del 10 de mayo de 1969, Terrence O’Neill hizo la siguiente declaración, tras renunciar a su cargo como Primer Ministro de Irlanda del Norte:

Es sumamente difícil explicar a los protestantes que si se da un buen empleo y una buena casa a los católicos, estos vivirán como protestantes, porque verán a sus vecinos con automóviles y televisores. Se negarán a tener 18 hijos. Pero si un católico está desempleado y vive en un cuchitril horrendo, criará a dieciocho hijos con la beneficiencia pública. Si los católicos son tratados con la debida consideración y amabilidad, vivirán como protestantes a pesar de la naturaleza autoritaria de su iglesia.

 

Dos Caras (detalle), Sir John Tenniel, 1881, publicado en Punch

Entre los fragmentos literarios del siglo XIX pertinentes se encuentran las siguientes citas, ampliamente conocidas. La primera de ellas viene de la pluma de Charles Kingsley, autor de Los Niños del Agua (The Water Babies) y otras novelas clásicas inglesas; aparece en una carta escrita a su mujer tras un breve viaje por Irlanda en 1860:

Me acechan las imágenes de los chimpances humanos que observé a lo largo de las cien millas de esa horrible tierra. Creo que no solamente hay más de ellos que antes, sino que son más felices, están mejor alimentados y tienen mejores casas bajo nuestro gobierno que nunca antes. Pero es terrible ver chimpances blancos; si al menos fueran negros no se sentiría uno tan afectado, pero sus pieles, salvo en aquellos que han sido expuestos al sol, son tan blancas como las nuestras.

En un artículo de 1862 titulado «El Eslabón Perdido», Punch nos ofrece lo siguiente sobre trabajadores irlandeses inmigranes en Inglaterra:

Una criatura que se ubica claramente entre el Gorila y el Negro puede ser encontrada por aventureros emprendedores en ciertos barrios bajos de Londres y Liverpool. Proviene de Irlanda, sitio de donde se las ha ingeniado para emigrar; pertenece de hecho a una tribu de salvajes irlandeses: la especie más primitiva del Yahoo irlandés. Al conversar con sus semejantes habla un tipo de jerigonza. Es, además, un animal escalador, y en ocasiones se le puede ver trepando una escalera cargado de ladrillos.

Desde la perspectiva de la historia, sin embargo, no es posible responsabilizar únicamente al gobierno británico por el sufrimiento de la población católica en Irlanda, entonces y ahora. Gracias a una peculiar voltereta de la ironía histórica, la Iglesia Católica de Irlanda del siglo XIX y sus seguidores posiblemente contribuyeron también al proceso, mientras intentaban recuperarse juntos de siglos de persecución y quasi-exterminio en manos de los ingleses.

 

Oro Americano (detalle), F. Opper, 1882

Hacia 1850, un número sustancial de católicos irlandeses &emdash;separados de sus tierras, devastados por el hambre y la enfermedad y aparentemente abandonados por el gobierno durante la Hambruna&emdash; había llegado a creer que lo único que se merecían y lo único que podían esperar de sus amos coloniales era la miseria humana. Naturalmente, se acercaron a la Iglesia Católica en busca de ayuda y salvación. La respuesta de la Iglesia fue inmediata, poderosa y sobre todo efectiva, porque impidió que un proceso potencialmente genocida adquiriera un impetú fatal. Pero el precio psicológico y espiritual que se pagó a cambio de la supervivencia fue elevado; tan elevado, de hecho, que sigue siendo pagado, ciento cincuenta años después, por una cantidad considerable de católicos en Irlanda y muchos más de la diáspora, entre los que me incluyo yo mismo.

 

Supervivencia de la Iglesia y evolución del catolicismo en el siglo XIX

Como parte de su estrategia de supervivencia a principios del siglo XIX, la Iglesia Católica de Irlanda, tras haber sido perseguida, avergonzada y humillada durante casi cien años por el gobierno británico, se alió con éste para sofocar la insurgencia del nacionalismo militante irlandés. Esta desafortunada pero eficaz alianza condujo a la Iglesia a interiorizar de manera inconciente los aspectos más abusivos de la historia anglo-irlandesa y la cultura victoriana, incluyendo la supresión de sentimientos, la represión de la sexualidad y la devaluación de los derechos de mujeres y niños. Estos valores sociales negativos fueron reforzados por una revolución en el culto que subrayaba elementos sexistas de la teología agustiniana y jansenista importada de Francia e, irónicamente, incorporaba una estricta práctica de rituales religiosos tomada de Inglaterra, entre los que figuraban las Novenas y el Rosario. Durante la segunda mitad del siglo, la gente común de Irlanda se aferró a su religión como emblema de identidad y arma de desafío. Para muchos, el catolicismo pasó a ser una nacionalidad sustituta, y el nacionalismo una forma de religión secular.

 

Emigración

A pesar de que la emigración de católicos y protestantes irlandeses hacia Estados Unidos y otros países era frecuente desde mediados del siglo XVII, en 1847 &emdash;el año más severo de la Hambruna&emdash; inició un éxodo enorme de católicos a Norteamérica. A falta de bienes materiales que pudieran llevar consigo en el viaje trasatlántico, los emigrantes en cambio trajeron la austera y autoritaria ideología de supervivencia del catolicismo irlandés del siglo XIX, así como los usuales estigmas coloniales de ciudadanía de segunda clase y baja auto-estima. Lo que esperaba a muchos de estos inmigrantes en la tierra de la promesa era una pobreza mucho mayor a la que pudieron haber vivido en Irlanda, y un muro impenetrable de prejuicios raciales y discriminación religiosa:

Se solicita mujer para tareas del hogar en general &emdash; de Inglaterra, Escocia, Gales, Alemania o cualquier otro país excepto Irlanda.

De nuevo vino la Iglesia católica al rescate. El clero irlandés, desempeñando su papel como defensor cultural de un pueblo devastado, se valió de fuertes infusiones de fe vigorosa y orgullo nacional para contrarrestar el racismo y fanatismo dirigido a su rebaño.

La parroquia cobró mayor importancia que el vecindario, y los sacerdotes exigían obediencia absoluta a su mandato. Esta estrategia del clero ayudó a los inmigrantes a instalarse en el Nuevo Mundo con algo de seguridad, al imbuirles esperanza y un fuerte sentido comunitario. También les permitió aprovechar sus innatas habilidades de supervivencia para efectuar el sorprendente ascenso, que no tardaría en llevar a los católicos irlandeses a la cima del éxito material y el poder político en los Estados Unidos.

Mientras tanto, de vuelta en Irlanda, la estrategia de supervivencia adoptada en el siglo XIX por la Iglesia Católica para suprimir tanto el (sentimiento nacionalista) como la insurrección resultó ser un brillante éxito, pero ¿a qué precio? Según Monica McGoldrick, la Iglesia consolidó su control sobre el pueblo (y aseguró con ello su propia continuidad) al «ofrecer el camino hacia la salvación en un país donde la vida ofrecía tan poco». Después de 1850, bien puede ser que la Iglesia haya inadvertidamente transmitido los puntos esenciales de su plan de supervivencia a las siguientes generaciones de católicos irlandeses. La vergüenza, la culpa, el terror y el auto-sacrificio célibe eran los elementos clave de la campaña eclesiástica para enfrentar los problemas críticos de sobrepoblación, escasez de tierras y sistema hereditario patronímico. El pecado original, la represión sexual y la condena eterna fueron incorporados a la sombría teología del temor que hizo creer a los católicos irlandeses que habían nacido malos, eran propensos a la vileza y merecían ser castigados por sus faltas. Esta desoladora filosofía espiritual, surgida en el clima hostil de la hambruna y el colonialismo, se convertiría más tarde en el cimiento del catolicismo irlandés del siglo XX. Continúa siéndolo hasta nuestro días, a pesar de los cambios del Vaticano II y de los numerosos distanciamientos de la tradición que han realizado sacerdotes valientes, en todos los niveles de la organización eclesiástica.

 

Dos Tipos de Vergüenza: Saludable y Maligna

Para destacar las similitudes de dinámica entre el abuso de padres a hijos y la opresión política de los pueblos, la descripción anterior yuxtapone deliberadamente los aspectos abusivos de la historia irlandesa a la extraordinaria capacidad de la gente para superarlos. De manera similar, las estrategias de supervivencia desarrolladas por los niños para soportar el abuso familiar pueden convertirse en las principales herramientas de su realización como adultos. Como veremos, sin embargo, el precio que muchos hijos del abuso pagan por su posterior éxito material o profesional es el encontrarse aislados de sus verdaderos sentimientos, lo cual es ocasionado por la vergüenza maligna; por lo tanto son incapaces de alcanzar la intimidad en sus relaciones. Las implicaciones de un resultado similar a nivel de una población entera serían devastadoras.

La vergüenza fisiológica o sana es un factor de motivación, de crítica importancia en la psicología del aprendizaje y en el desarrollo de la personalidad. La vergüenza sana permite a los niños crecer de dos maneras: primero los ayuda a identificar el límite de su capacidad, y después los impulsa a superarlo. Sin embargo, de manera similar a la ansiedad y la culpa &emdash;que en «cantidades adecuadas» son esenciales para nuestro bienestar psicológico&emdash;, la vergüenza sana puede volverse patológica o maligna bajo ciertas circunstancias.

La vergüenza sana se torna maligna cuando ya no motiva conductas congruentes con el crecimiento y desarrollo normales, sino que es utilizada por individuos o grupos en posiciones de autoridad como un arma para controlar o manipular los actos y las actitudes de aquellos bajo su mando. Por ejemplo, los padres inseguros pueden avergonzar y castigar a sus hijos hasta someterlos como respuesta a conductas o actitudes que no pueden tolerar en sí mismos. Las figuras de autoridad en las escuelas, las prisiones, las iglesias y el ejército pueden abusar verbal, física, sexual y religiosamente de aquellos bajo su cargo &emdash;y de hecho lo hacen&emdash; de la misma manera y por los mismos motivos. Políticos calculadores han usado la vergüenza para someter a pueblos enteros, como lo hicieron cuando subyugaron a los indios americanos, cuando asesinaron a los judíos y cuando abandonaron al campesinado católico irlandés durante la Gran Hambruna.

La vergüenza maligna, más que una simple emoción, es una identidad: un estado más o menos permanente de auto-estima baja que ocasiona que incluso las personas exitosas se consideren indignas, que vean sus vidas como algo vacío y sin realizar. No importa cuánto hagan el bien; estas personas nunca son lo suficientemente buenas. Los individuos regidos por la vergüenza pueden considerarse a sí mismos, a nivel privado, como seres repugnantes, pueden sentirse secretamente fallidos y defectuosos como personas, y vivir con el constante temor de ser expuestos como seres estúpidos, ignorantes o incompetentes.

La vergüenza maligna es un mecanismo psicológico de supervivencia que hace difícil o imposible que las personas abusadas expresen sus sentimientos de enojo y rabia, ya que al hacerlo correrían el riesgo de incurrir mayor daño con la represalia del perpetrador. Así, las víctimas del abuso frecuentemente permanecen pasivas frente al castigo, porque sospechan que la rabia y la crítica del perpetrador son puntuales y justas. En casos extremos, los niños severamente abusados o las esposas golpeadas pueden llegar a experimentar el abuso verbal, físico o sexual, no como un ataque, sino como una manifestación de amor. La vergüenza maligna es un elemento importante en la dinámica de protección que hace que los rehenes veneren a sus celadores, que las prostitutas amen a sus chulos, que los revolucionarios admiren a sus opersores y que «los irlandeses imiten a los ingleses en todo, mientras al mismo tiempo aparentemente los odian.»

La auto-estima disminuída o carente puede llevar a los niños abusados a crear personalidades falsas o caricaturas de sí mismos, para desviar la atención de aquello que consideran es la verdad odiosa y vergonzante de su identidad «real». Estos niños literalmente no son «ellos mismos». Al haber perdido el contacto con su autenticidad y sus emociones, como adultos pueden llegar a depender desmesuradamente de la aprobación y el juicio de otros para obtener el reconocimiento de su propia valía.

 

Debate

Cuando se les mira lado a lado, la evolución histórica del catolicismo irlandés y la dinámica trasgeneracional del abuso paterno parecerían mostrar ciertos rasgos comúnes. Las naciones oprimidas y los niños abusados pueden verse obligados a soportar más dolor innecesario del que les corresponde durante el proceso de crecimiento. Ambos experimentarán problemas con la autoridad, la dependencia, la identidad y el derecho propio, y ambos verán comprometida su capacidad de integrar pensamiento, emoción, intelecto y acción de tal forma que se promueva la intimidad y se facilite el crecimiento.

Tal y como el hijo de un padre abusado, puede ser el caso que la Iglesia Católica irlandesa del siglo XIX haya interiorizado una identidad central de vergüenza maligna, como respuesta a la persecución del gobierno británico bajo las Leyes Penales sufrida a lo largo de varias generaciones. Para respetar el imperativo psicológico que parece exigir la transmisión trasgeneracional de la vergüenza no reconocida, la severa y punitiva pedagogía espiritual a la que sujetó la Iglesia a sus adeptos a mediados del siglo puede haber sido también un vehículo para la transferencia inconciente de la vergüenza maligna de la Iglesia a la siguiente generación. Representó, además, una estrategia social pragmática y efectiva para conjurar la posibilidad real de abandono o aniquilación de los católicos pobres durante y después de la Hambruna. Así como la caricatura o falsa personalidad de un niño abusado puede ser vista como una adaptación de conducta al riesgo del abuso paterno, quizá sea mejor considerar el «carácter católico irlandés» como una caricatura de sí mismo, una falsa personalidad cultural basada en percepciones erróneas y masivas de inferioridad, que se desarrolló como un mecanismo de supervivencia en la lucha contra el abuso prolongado del gobierno británico y sus representantes en Irlanda.

En 1992 presenté en Derry una versión anterior de este escrito, a un público principalmente católico. Unos se enfadaron, otros estaban sorprendidos, pero muchos se identificaron con lo que yo decía. Después de la conferencia algunos asistentes cuestionaron mi autoridad para hablar sobre este tema, argumentando que había salido de Irlanda treinta años antes y que «ya no estaba en contacto con el sentir nacional». No tenía derecho, decían, a «rebajar a los irlandeses o a acusarlos de enfermedad mental», cuando lo que se necesitaba era apoyo y aliento «después de todo lo que [habían] tenido que pasar». Mis protestas de estar orgulloso de ser irlandés, de amar a mi país y de asistir todavía, ocasionalmente, a Misa y a la Comunión sólo lograron enardecer a un segmento considerable del público, y algunos tomaron una postura bastante amenazadora. En el momento en que la discusión parecía estar a punto de tomar un giro desagradable, un destacado médico local gritó: «¡Basta! O’Connor no es el problema. El verdadero problema es: ¿qué hacemos con nuestra rabia?» «¿Y con nuestra ternura?» agregó en voz baja una mujer, durante el silencio repentino que se produjo tras la primera intervención.

Los dos tenían razón. El aspecto de la vergüenza maligna poscolonial en Irlanda que ocasiona mayor parálisis es la confabulación inconciente entre la gente, la Iglesia y el gobierno con el fin de suprimir las expresiones socialmente significativas de rabia al aniquilarlas con la culpa, trivializarlas con el ridículo o condenarlas con invectiva de indignación moral. Este tipo de censura tiene implicaciones profundas para el crecimiento personal, el desarrollo institucional y la recuperación del orgullo innato en un ambiente poscolonial, ya que los seres humanos, al estar aislados de sus emociones, se encuentran también separados de su humanidad, lo cual a su vez los hace más propensos a la auto-compasión y la victimización compulsiva. La labranza de este surco maligno en la mente de las personas fue y sigue siendo una de las consecuencias más destructivas de la política colonial británica en Irlanda, porque propicia el surgimiento de la dependencia patológica, ampara con fuerza una cultura de la vergüenza e impide activamente el proceso de liberación emocional, de vital importancia para un auto-aprecio sostenido. «Si no sabes qué sientes, no sabes quién eres. Si no sabes quién eres, !seguramente estás viviendo la vida de otra persona!»

La ruptura entre pensar y sentir es evidente en todos los niveles de la vida irlandesa. Mientras que a los irlandeses se nos celebra por la disposición a expresar nuestras emociones por medio de personajes ficticios de la poesía, el teatro, la literatura y las canciones, nos es en cambio difícil revelar nuestro verdaderos sentimientos en los derroteros donde encaramos nuestras relaciones personales. En casa, muchos de nosotros mostramos reticencia para comunicar nuestra añoranza secreta de recibir afecto, porque la familia generalmente desalienta la expresión de los sentimientos y el contacto físico &emdash;aunque se acepta sin problema el hablar solo o con otros de manera compulsiva, gracias a su singular virtud de sofocar las emociones.

A falta de una investigación formal que aún debe ser realizada, los argumentos presentados en este texto se basan em mi observación clínica de la vergüenza maligna en cientos de pacientes, y en la experiencia que he tenido del fenómeno como una influencia auto-destructiva en mi propia vida. La respuesta positiva que recibí de los amigos y colegas cercanos a quienes mostré estas ideas preliminares me ha animado a considerar con mayor detenimiento mi propio proceso de interiorización de la vergüenza maligna, a través de la interacción con mi familia, la escuela, la Iglesia y el gobierno, y la manera en que he transmitido ésta a mis hijos y seres queridos con mis abusos de poder y autoridad. Para muchas personas que batallan con una problemática similar puede ser provechosa una mejor comprensión del proceso que, en mi caso, facilitó dicha transmisión.

A pesar del reconocimiento público para mis pequeños logros profesionales, sigo batallando en la intimidad con muchos de los conflictos descritos en este artículo, especialmente aquellos relacionados con la autoridad, la identidad, el derecho propio y el enjuiciamiento. A lo largo de los años he llegado a considerar mi comportamiento en estas áreas como una enfermedad de la pertenencia &emdash;un síndrome poscolonial de personalidad que se manifiesta intermitentemente con la dilación, la ambivalencia al enfrentarse a la agresión, el pensamiento mágico y la dificultad para lograr la intimidad en mis relaciones más preciadas. En mi caso al menos, el denominador común de estas características de la personalidad es la necesidad irracional de contar con la aprobación del otro y, simultáneamente, el temor a su juicio negativo.

Las raíces de este síndrome pueden encontrarse en mi relación con padres y hermanos en el hogar, en mi interacción en la escuela con los Padres del Espíritu Santo y los sacerdotes jesuitas, en mi tendencia instintiva pero temprana a delegar mayor autoridad a los valores, las instituciones y los objetos británicos y, finalmente, en las vívidas y aterrorizantes imágenes infantiles de mi vilificación personal y pública en manos de Dios cuando llegara el día del Juicio Final. Muchos años de trabajo con el método 12-Step, aunados a la psicoterapia personal, me han proporcionado una serie de herramientas para enfrentar estos problemas. Sin embargo, la dimensión espiritual de mi recuperación no se manifestó claramente hasta que no fui capaz de considerar mi desarrollo personal dentro de mi propia historia cultural, y de discernir el patrón de conexión entre los diversos, y con frecuencia contradictorios, elementos de mi identidad nacional.

Algunas personas han argumentado que los conflictos de autoridad, identidad y derecho propio pueden surgir independientemente de la cultura y que por lo tanto no deberían atribuirse a la influencia de un sistema político específico. Aunque es indudablemente cierto que dichos conflictos aparecen de manera universal en la experiencia humana, parecen concentrarse en culturas poscoloniales como Irlanda y México donde las fuerzas imperialistas han sometido a la población nativa a aterradores excesos de abuso político y sufrimiento innecesario a lo largo de muchas generaciones. Otros han afirmado con mucha firmeza que mi propensión como médico a discutir mi propia experiencia con estos conflictos en público no sólo está fuera de lugar, sino que también es embarazosa. En cambio, se me ha aconsejado que confronte mis demonios culturales disfrazándolos de personajes ficticios en una novela, o sometiéndolos a evaluación en la privacía de la oficina de un psiquiatra, para intentar posiblemente un tratamiento farmacológico. Después de mencionar en una ponencia pública en el Teatro Peacock de Dublin, en 1992, que mi heroica y maravillosa madre era una alcohólica, un pariente me sugirió con toda seriedad que abandonara mis investigaciones culturales y buscara otras oportunidades de trabajo. En otras palabras, que me estuviera en paz.

Ese es el punto principal de la tesis que he descrito en este artículo. Creo que el síndrome poscolonial de vergüenza maligna ha hecho que muchos de nosotros en la comunidad católica irlandesa nos sintamos avergonzados de sentir vergüenza, y que por lo tanto ocultemos o acallemos la vergüenza sana que es lo único que puede llevarnos hasta la integridad, la ambición, el poder y el triunfo. La auténtica «Irlanda oculta» está sepultada bajo la vergüenza maligna de cada individuo y cada institución en el país, y de cada persona irlandesa sin que de hecho importe su filiación religiosa. Pero somos nosotros los católicos quienes a fin de cuentas debemos asumir el liderazgo, para romper el silencio que envuelve a la vergüenza secreta de ser irlandés, y llevar a ésta &emdash;y a nosotros mismos&emdash; a la luz pública. No es fácil encontrar la manera de emprender este proceso de exteriorización, porque existen factores como el embarazo y el respeto a la sensibilidad de otros que deben ser considerados. Pero no hay alternativa, según creo. Hallar formas para compartir nuestra ‘experiencia, fortaleza y esperanza’ es un primer paso esencial para no dejarse seducir por el falso orgullo que distingue a la verdadera víctima. Si no actuamos, muchos de nosotros estaremos condenados a un futuro regido por la vergüenza, actuando como consumados culpabilizadores, chillones y Pollyannas*, y seguramente transmitiremos nuestros pendientes sociales y los conflictos familiares no resueltos a los hijos de la siguiente generación.

A pesar de que el actual proceso de paz en Irlanda del Norte puede resultar en el retiro de las tropas británicas de los seis condados, la ocupación de la mente irlandesa por las reliquias del colonialismo continuará indefinidamente, incluyendo la vergüenza maligna y la capacidad de auto-engaño que significa la tendencia nacional de decir una cosa y hacer otra. Aunque la vergüenza maligna se encuentra diferencialmente repartida en la población católica irlandesa (es decir, algunas personas e instituciones la padecen más que otras), la incidencia de situaciones de vergüenza como el alcoholismo, la depresión, el suicidio, el abuso de niños, los matrimonios malogrados y los sueños que no se realizan es paradójicamente elevada en Irlanda, donde la lealtad a la familia, el amor por los niños y el respeto a la dignidad de la vida son altamente valorados. Tragedias contemporáneas como los bebés de Kerry, la Señorita ‘X’, el obispo Casey y los escándalos sobre el abuso de menores en la Iglesia Católica irlandesa apuntan a la existencia institucional de flujos subterráneos de vergüenza maligna. Algunos fuertes candidatos de estudio en el análisis de la inferioridad cultural y la vergüenza maligna pueden ser, desde una perspectiva histórica, la conducta de los plenipotenciarios que participaron en las Treaty Talks de 1929 y el rol que jugó el ‘beber culturalmente’ en la muerte de Michael Collins.

Tal vez el objetivo militar de la siguiente guerrilla en Irlanda debería ser las actitudes negativas y los juicios de valor sobre nosotros mismos que tienen su raíz en una mezcla de estereotipos coloniales denigrantes y del anacrónico dogma irlandés católico del siglo XIX. Hondos ríos de rabia reprimida esperan el momento para desbordarse a todos los niveles de la sociedad, y se debería de desalentar la práctica deshonesta de condenar la violencia revolucionaria en público y apoyarla en privado con la promoción de un clima comunicativo, en el que los individuos se sientan libres de expresar sus verdaderos sentimientos y opiniones sin correr el riesgo de ser tachados de terroristas.

Es probable que la mayoría de la gente que lea este artículo considere la tesis que propone como poco plausible o no de su agrado, al provenir de una persona que ha vivido exiliada durante treinta y cinco años. Estas personas pueden argumentar que ‘todo eso quedó atrás’, y que ‘abordarlo ahora’ puede poner en peligro la actual emancipación de Irlanda de Gran Bretaña, producida al redirigir el comercio de nuestro país hacia la Unión Europea. Yo sostengo que ‘tenemos todo esto por delante’. Deberíamos saber que la vergüenza maligna es una elemento permanente de la herencia colonial que nos acompañará dondequiera que vayamos, y que ésta seguirá teniendo una influencia maligna en la gente y las instituciones de Irlanda a no ser que se emprenda, de alguna manera, su identificación y confrontación formal en toda la nación. Hace falta entender claramente y aceptar que todas las instituciones y tradiciones de la sociedad irlandesa han sido traumatizadas por el imperialismo, y que la acción rehabilitadora debe comprender tanto al Sur como al Norte, tanto a protestantes como a católicos y así subsecuentemente con todas las diversidades. Nuestra disposición como católicos y protestantes a dejar atrás los respectivos roles como caricaturas vivientes de un angosto y hostil estereotipo cultural nos daría el valor para dirigirnos a nosotros mismos y a nuestro futuro como una nación de mestizos triunfadores, que han integrado con orgullo la vergüenza y el poder y el amor por nuestro rico y poco común pasado policultural.

La adopción de una perspectiva que enfatice la recuperación individual, familiar, institucional y comunitaria del trauma colonial debería incluir la creación de instituciones psicológicas y culturales, que contuvieran activamente la efusión de sentimientos suprimidos o prohibidos que inevitablemente se producirá durante el proceso de reconciliar las diferencias políticas, personales religiosas y de clase. La disponibilidad de dichas instituciones nos permitiría a todos participar en el proceso de curar la vergüenza maligna que nos destruye porque no nos damos cuenta, o no podemos hacerlo, que ésta forma parte de nosotros. El Centre for Creative Communications (Centro para la Comunicación Creativa), que dentro de poco abrirá sus puertas en Derry bajo el auspicio del North West Centre for Learning and Development (Centro del Noroeste para el Aprendizaje y el Desarrollo), es un ejemplo de una institución que ha incorporado estos vitales propósitos a su quehacer fundamental.

Mientras tanto, quizá el mejor tratamiento para los irlandeses católicos en Irlanda o en cualquier otra parte sea, en este preciso momento, el que ofreció Nelson Mandela a su propio pueblo, en su discurso inaugural como Presidente de Sudáfrica en mayo de 1994:

 

Nuestro temor más grande no es que seamos inadecuados.

Nuestro temor más grande es que somos poderosos más allá de cualquier medida.

Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, la que más nos hace temer.

Nos preguntamos, ¿quién soy yo para ser brillante, magnífico, talentoso y espléndido?

De hecho, ¿por qué no habrías de serlo?

Eres un hijo de Dios.

Al hacerte menos no ayudas al mundo.

No hay nada de iluminado en el hecho de encogerse para que otras personas no se sientan inseguras junto a ti.

Nacimos para manifestar la gloria de Dios que está dentro de nosotros.

No está sólo en algunos de nosotros; está en todos.

Y al dejar que brille nuestra propia luz, damos permiso sin saberlo para que otras personas hagan lo mismo.

Al liberarnos de nuestro temor,

nuestro presencia libera automáticamente a los otros.

 

Notas:

1- Este artículo trata del síndrome de la vergüenza maligna en los irlandeses católicos, un fenómeno psicológico poscolonial que puede llegar a impedir el crecimiento personal y el desarrollo de la comunidad en la Irlanda contemporánea. Los opresivos efectos del colonialismo en los irlandeses protestantes, judíos y de otras religiones, así como de los ateos y agnósticos, es un tema complementario que se tratará en otra parte.

2 -Véase J. J. Lee, Ireland 1912-1985: Politics and Society (Cambridge: Cambridge University Press, 1989); y F. S. L. Lyons, Culture and Anarchy in Ireland, 1890-1939 (Oxford y Nueva York: Oxford University Press, 1979).

3- Yael Danieli, «Diagnostic and Therapeutic Use of the Multigenerational Family Tree in Working with Survivors of the Nazi Holocaust», International Handbook of Traumatic Stress Syndromes, John P. Wilson y Beverly Raphael, eds., (Nueva York: Plenum Press, 1993).

4-Andrew M. Greeley, The Irish Americans: The Rise to Money and Power (Nueva York: Harper and Row, 1981).

5- Ibid.

6- Kerby A. Miller, Emigrants and Exiles: Ireland and the Irish Exodus to North America (Nueva York: Oxford University Press, 1985).

7 -Charles Kingsley, His Letters and Memories of His Life, editado por su esposa (Londres: 1877), pp. ii, 107.

8- Miller, Emigrants, ibid.

9 -Anuncio en The Boston Daily, domingo 11 de mayo de 1853.

10 -Greeley, The Irish, ibid.

11- Monica McGoldrick, Irish Families in Ethnicity and Family Therapy, Monica McGoldrick, John K. Pearce y Joseph Giordana, eds. (Nueva York: The Guilford Press, 1982).

12 -Douglas Hyde, «The Necessity for De-Anglicizing Ireland», discurso en la National Literary Society, Dublín, 25 de marzo de 1982.

 

Garrett O’Connor