El etnicismo

Los límites del juego

Ferran Sáez Mateu

http://normalitzacio.cat/testimonis/index.php?sec=testimonis&n=1754

Tal como ocurre con la vichyssoise, hay ciertos temas que hay que dejar reposar -y, sobre todo, enfriarse- para poder captar todos los matices. Del casi olvidado Manifiesto de los intelectuales se remarcó mucho la cuidadosa performance, pero poco su trasfondo. Es justamente ahora, cuando las cosas están más calmadas, cuando conviene recapitular. El domingo 26 de junio de 2005, el diario El País publicó un artículo de Félix Ovejero Lucas (‘El precio de las naciones’) que, no tengo ninguna duda, marcó un antes y un después en el debate político en Cataluña. En ese momento, la vehemencia -y al mismo tiempo la futilidad- de las declaraciones cruzadas lo hicieron pasar casi desapercibido. Ciertamente, no era la primera vez que ciertos sectores utilizaban argumentos étnicos, pero sí era la primera vez que lo hacían abiertamente. Se cruzó una línea muy peligrosa que, como era de esperar, obtuvo respuestas igualmente temerarias (el artículo de Oriol Malló, etc.). En este sentido, es muy importante que nadie se olvide de quien encendió la hoguera. Lean con atención la siguiente afirmación: «Cataluña no es una nación (?) ¿Comparten los catalanes una identidad distintiva? (?) El 65% de los catalanes tenemos raíces fuera de Cataluña. Los apellidos resultan muy reveladores. En la medida en que nos proporcionan una pista acerca de una identidad originaria compartida, tan española es Barcelona como Madrid o Cataluña como Castilla». Opinar sobre si Cataluña constituye o no una nación es una cosa muy lícita: cada uno es muy libre de expresar sus opiniones. De la misma manera, constatar, mediante los apellidos o de las lenguas que se hablan en la calle (catalán, español, árabe, urdu, tagalo, chino, etc.), que en Cataluña hay personas de muy diversa procedencia, tampoco es ninguna rareza. Un servidor, por ejemplo, está tan orgulloso de llamarse Sáez como llamarse Mateu, y no tiene ningún problema identitario.

Félix Ovejero establecía, sin embargo, una línea divisoria, una dualidad literalmente infranqueable entre los ciudadanos de Cataluña y la llegaba a cuantificar (65% versus 35%) en función de los apellidos, es decir, de si eran catalanes de origen o bien inmigrantes o descendientes de inmigrantes (¡aunque fuera de cuarta o quinta generación!). La apelación a una supuesta «identidad originaria» implicaba que en Cataluña hay -y siempre habrá- dos comunidades marcadas por los apellidos. La base de la división era, pues, netamente étnica. No hacía referencia a la lengua ni las costumbres -no era cultural, en definitiva- sino que apelaba a lo que hasta hace poco más de cincuenta años se identificaba con el siniestro concepto de «raza».

Según esta teoría, los orígenes geográficos de las personas, o los de sus antepasados, por remotos que sean, condicionan la adscripción identitaria en términos esencialistas. Por ello, la expresión empleada por Ovejero («identidad originaria») sólo se refería a los apellidos, exactamente de la misma manera como lo planteaba Sabino de Arana al final del xix, Josep Antoni Vandellós en la década de 1930 (‘Cataluña, pueblo decadente’) o Slobodan Milosevic al final del xx («Serbia está donde hay serbios enterrados»). Las comparaciones que acabo de hacer no son nada forzadas: Sabino de Arana dividía la población vasca en función de los apellidos, que determinaban la pertenencia a la «raza vizcaína». Cualquier otra consideración (conocimiento del euskera, etc.) era superflua. La segregación social de los chuetas mallorquines se basaba en el mismo parámetro: los apellidos. Aunque sus antepasados se hubieran convertido al catolicismo al final del siglo XIV, sus descendientes eran ubicados en una identidad distinta de la del resto de mallorquines. Para Ovejero, hay un 65% de catalanes que tienen una determinada «identidad originaria» y un 35% que tienen otra. Estas dos identidades, por razones obvias, están fijadas para siempre: «nadie puede ignorar uno de los mayores movimientos migratorios del siglo XX, que recompuso la población catalana de modo irreversible». ¿Irreversible, por qué? ¿Es que acaso los nuevos catalanes estaban impedidos para aprender la lengua de la sociedad de acogida, como suele ocurrir en estos procesos? Pensar que esta recomposición demográfica implicaba a todo trance una recomposición étnica «irreversible» constituye, literalmente, una muestra inquietante de esencialismo identitario. Es una manera de entender la identidad que choca frontalmente con el espíritu del catalanismo que comparten todas y cada una de las formaciones políticas de Cataluña, sin excepciones. El viejo lema «somos seis millones» nunca fue impugnado por nadie, precisamente porque era un antídoto contra la discriminación y la exclusión. Decir «somos seis millones» no es lo mismo que decir «somos 3.900.000 y 2.100.000» que es como Félix Ovejero, basándose en los apellidos, entiende este país.

La precisión porcentual con los asuntos étnicos, sin embargo, no era la misma cuando llegaba a cuestiones relacionadas con las decisiones democráticas. Ovejero sostenía que estas decisiones no se expresan en las urnas, sino en las encuestas que hacen determinadas empresas privadas. Aquí ya no era -no podía ser- tan preciso como con los apellidos («Apenas un veintitantos por Ciento de los catalanes cree que Cataluña es una nación»). ¿Un veintitantos? ¿De qué estamos hablando, de un 20,01% o bien de un 29,99%? Tanto da: ¡pero si todo es inventado! Lo importante es negar la realidad democrática de un país que desde que hay elecciones democráticas ha rehuido la tenebrosa tentación de reavivar el lerrouxismo.

Ahora que, afortunadamente, las cosas se han enfriado, conviene enterrar la farsa mediática de hace un par de meses, sin olvidar que, con el artículo 510 del Código Penal en la mano, no todas las opiniones son respetables. Algunas, como las que apelan a divisiones étnicas o raciales en el contexto de la confrontación política, constituyen un delito tipificado. Juguemos, pues, pero respetemos los límites no negociables del juego.

 

EL SINGULAR DIGITAL

Félix Ovejero, la FAES y el etnicismo

Agustí Colomines

El pasado 6 de marzo, la Faes convocó en Barcelona el seminario ‘Cataluña en España: historia, cultura e identidad’ (http://www.fundacionfaes.org/es/multimedia_videos/list/cataluna_en_espana-_historia-_cultura_e_identidad). Participaron algunos de los historiadores de cabecera de esta institución presidida por José María Aznar: el catedrático Ricardo García Cárcel, profesor en la UAB y miembro de la Real Academia de la Historia, o bien Jordi Canal, profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Ambos son entusiastas abanderados de la historiografía nacionalista española. Con la excusa de combatir la historiografía romántica catalanista, su pasión española les lleva a seleccionar los episodios de la historia que les conviene para presentar una España unida y única desde el siglo XVI y liberal prácticamente desde 1812 hasta ahora. Son de un nacionalismo feroz que se camufla bajo el resguardo del Estado. No sé si son de derechas o de izquierdas, porque lo importante es su nacionalismo. Por eso un día aceptan una invitación de Ciudadanos, el otro de la Faes y al día siguiente de UPyD, el abanico de organizaciones nacionalistas españolas que, sorprendentemente, van de la extrema derecha a la extrema derecha. ¿Verdad que nos entendemos?

En este seminario también participó Félix Ovejero, profesor de economía, ética y ciencias sociales en la Universidad de Barcelona. Ovejero fue uno de los promotores intelectuales de Ciudadanos, seguramente porque se crió en las faldas de Manuel Sacristán y del grupo de intelectuales comunistas marcadamente anticatalanistas. Todavía no hay quien se haya atrevido a hacer una biografía de verdad de este antiguo falangista místico que luego abrazó el comunismo con la fe del converso y el dogmatismo más bestia. La única biografía disponible no es más que una hagiografía de la actividad política del filósofo escrita por Juan Ramón Capella, un discípulo y colaborador del «maestro». Pero Sacristán tenía un poco de sentido común y más agudeza mental que algunos de sus vindicadores. Quizá no le gustó cómo evolucionaron las cosas en Cataluña, especialmente tras la victoria de Jordi Pujol en 1980, pero no se inventaba la historia. O al menos no se la inventaba del todo.

Por ejemplo, en una entrevista que le hizo Carlos Piera para Mundo Obrero, que debía ser de las últimas, porque es del 28 de febrero de 1985 y Sacristán murió el 27 de agosto de ese año, reflexionaba sobre qué diferenciaba Cataluña de España y sobre el derecho a la autodeterminación: «A mi me parece que los nacionalismos ibéricos están más vivos que nunca, los tres. Paradójicamente, el menos vivo es el español. Por esos no he dicho los cuatro. Lo digo en el sentido de que en el caso español los nacionalistas son de derechas, incluida mucha gente del PSOE, pero de derechas de verdad. En cambio, en los otros tres nacionalismos, por razones obvias, por siglos de opresión política y opresión física, el nacionalismo no es estrictamente de derechas, sino que hay también nacionalismo de izquierdas, como dice el mismo nombre de una formación política catalana [se refiere a Nacionalistes d’Esquerra]. A mí me parece que la vitalidad de los tres nacionalismos no españoles de la Península es tanta, que aunque pueda parecer tópico yo no creo que se clarifique nunca mientras no haya un auténtico ejercicio del derecho de autodeterminación. Mientras esto no ocurra, no habrá claridad ni aquí, ni en Euskadi, ni en Galicia”.

Sacristán aclaraba, además, qué podía comportar el derecho a la autodeterminación: “Sólo el paso por ese requisito aparentemente utópico de la autodeterminación plena, radical, con derecho a la separación y a la formación de Estado, nos dará una situación limpia y buena. Ya se trate de un Estado federal o de cuatro Estados. Todas las técnicas políticas y jurídicas que se quieran aplicar para hacer algo que no sea eso no darán nunca un resultado satisfactorio”. Ovejero no debía haber leido esta parte de la entrevista y se quedaría con la cantinela de que el nacionalismo español hasta entonces era de derechas y por eso se ha dedicado a construir el nacionalismo español de izquierdas, que debe ser tan de derechas como el del PSOE de la época de Sacristán. De hecho, el nacionalismo español de izquierdas ya existía en la época de la Restauración y campó sin complejos durante la Segunda República y, sobre todo, en el exilio, que se mezclaba con la nostalgia de los expatriados. Sacristán defendía una solución para el conflicto entre Cataluña y España que hoy defiende una gran mayoría de la población catalana, independientemente de los orígenes culturales, por tanto étnicos, los usos lingüísticos, las identidades reivindicadas y las adscripciones ideológicas. Sólo C’s y el PP están en contra del derecho a decidir, que es el nombre que usamos actualmente para designar lo que Sacristán denomina simplemente, y con razón, derecho a la autodeterminación.

En el combate contra la libertad de Cataluña, Félix Ovejero y la Faes han dado un paso más allá. En dicho seminario, Ovejero aludió a que los apellidos más frecuentes en Cataluña no difieren de manera apreciable de los apellidos más frecuentes en el resto de España. Y de ahí me salió el proyecto de investigación que presentó esta semana Miguel Ángel Quintanilla Navarro, director del Área de Publicaciones de la Faes, con el pomposo título de ¿Quién vive en Cataluña? para determinar cuáles son los apellidos más frecuentes en Cataluña. El único interés de la estadística, que ya conocíamos, es el colofón que acompaña la retahíla de nombres: «El profesor Ovejero añadió algo más que puede tener interés considerar en algún momento: se preguntó en qué medida estas frecuencias encuentran correspondencia en el Parlamento de Cataluña». Este es el objetivo último: demostrar que el Parlamento no representa la Cataluña real. Que es una falsedad a manos de los catalanistas.

Ovejero y la Faes quieren usar los apellidos como arma étnica contra la autodeterminación, en un ejercicio inverso al que Putin aplica a Crimea. Que el Parlamento de Cataluña haya diputados que se llamen Fernández, como el diputado de la CUP, u Ortega, como la vicepresidenta del Gobierno, o Sánchez-Camacho, como la cabeza del unionismo conservador, o Navarro, como el líder del grupo socialista, o Herrera, como el presidente de ICV, o Cañas, como el portavoz del partido del señor Ovejero, no quiere decir nada. No son los únicos, ni casos aislados, que llevan apellidos de raíz hispana. Pero la intención de Ovejero y la Faes es expandir el velo de la sospecha sobre la discriminación y la persecución en Cataluña de los que tienen orígenes españoles. En fin, que todo es una conspiración de los Mas, Mas-Colell, Rull, Bonet, Junqueras, Rovira, Corominas, Calvet, Camats, Geli o Elena. La tontería es descomunal, pero la prensa informa como si fuera lo más normal del mundo.

Con una simple mirada a Internet se puede saber cuáles son los 10 apellidos más repetidos en los estados de habla hispana. ¿Saben cuáles son los apellidos más frecuentes en Argentina?: González, Rodríguez, Gómez, Fernández, López, Díaz, Martínez, Pérez, García, Sánchez. ¿Y en Chile? González, Muñoz, Rojas, Díaz, Pérez, Soto, Contreras, Silva, Martínez, Sepúlveda. Y sin embargo, ni Argentina es España ni Chile tampoco. Son estados independientes, descolonizados hace años. Ay, Ovejero, el problema de Cataluña no es étnico, es de desarrollo democrático. De voluntad de ser y de autogobernarse. De nación cívica.