Si no somos un sujeto político, ¿qué somos?

Para construir una frase hacen falta un sujeto, un verbo y un predicado. El TC considera que aquí ya no podemos decir nada: ¿qué mejor, pues, que decapitar la frase de raíz? Pero una cosa es el proceso político que se vive en Cataluña y otra sus efectos colaterales en el ámbito del debate de ideas, del pensamiento político. Se trata de dos cosas diferentes, con dos recorridos que no son simétricos. Lo que pueda pasar de aquí a otoño pertenece a un ámbito político coyuntural y más bien imprevisible: muchos hechos que ahora se dan por seguros pueden dar un vuelco espectacular en cuestión de horas, en un sentido o en otro. En cambio, los debates que se han abierto -no sólo en Cataluña, sino en toda Europa- en relación al proceso soberanista tendrán, seguro, una evolución más larga y matizada. Para bien o para mal, los debates de ideas se encadenan unos con otros y tienen una vida mucho más larga que la que mueve los acontecimientos políticos convencionales, a menudo difíciles de prever por su carácter cambiante.

La cuestión catalana ha abierto, de momento, tres grandes debates que seguirán vigentes por mucho tiempo. El primero, sobre la naturaleza de la Unión Europea (no de Europa: hay pocas cosas más europeas que una ciudad suiza). El segundo, sobre la contraposición entre legitimidad democrática y legalidad vigente. El tercero, finalmente, sobre la noción de sujeto político. Ya ven que no estamos hablando de banalidades precisamente. Resulta curioso, en todo caso, que la célebre cuestión de la identidad colectiva -confrontada o no a la noción de derechos individuales: todo un clásico hace no muchos años- haya desaparecido completamente del mapa. Afortunadamente, también han declinado las inevitables elucubraciones de campanario sobre la descendencia de Petronila de Aragón y otros sucedáneos de debate político, que tuvieron un gran éxito de público y crítica hace unos años como juego de mesa. La lista de viejos debates que se han evaporado resulta sorprendentemente larga.

Comencemos por el tema de la Unión Europea. Ahora ya sabemos que Europa -la vieja Europa del Gótico, de los amables entreluces interiores donde se escucha Mozart y se comen buenos pasteles- es una cosa, y que la Unión Europea de los impresos y las subcomisiones de los adjuntos a subsecretario del vicepresidente interino de la subsección intersectorial de la mesa, reflejada en la expresión adormecida y un poco cínica de Barroso, representa otra muy diferente. La crisis económica ha mostrado también la cara oscura del euro, una ratonera que propició el endeudamiento suicida de los países del sur, precisamente porque estaban amparados por una moneda fuerte. En el caso de Cataluña, este debate ha adquirido, además, una nueva dimensión: de la Europa de los pueblos y de los ciudadanos no queda ni rastro. Estoy convencido de que este debate no ha hecho más que empezar, y no sólo en Cataluña.

El tema de la democracia tampoco se puede enmarcar ya en los ejes tradicionales del debate. El enemigo tradicional de la democracia había sido el totalitarismo. Esta amenaza aún existe, por supuesto, pero las coartadas contra el ejercicio real de la democracia provienen de otros lugares: del legalismo, de la burocracia, de los lobbys, del nuevo populismo generado por la crisis… Ha aparecido toda una escolástica destinada a restringir el ejercicio del voto en cuestiones sustanciales, y a la vez a exacerbarse en relación a temas triviales que, en general, habitan en las redes sociales. No puedes votar sobre tu futuro nacional, pero si no pulsas el botoncito del «me gusta» o del «no me gusta» no eres nadie. Si a esto le añadimos el carácter efímero y casi frívolo de algunos movimientos sociales, que hoy piden algo con vehemencia y al día siguiente se olvidan completamente, la confusión está servida. Este efecto colateral también va mucho más allá de Cataluña, aunque aquí debemos escuchar tonterías como las de Alfonso Alonso equiparando urnas y pistolas.

Finalmente, está la cuestión más compleja e interesante, la del sujeto político. ¿Somos un sujeto político porque somos una nación, o bien pasa al revés? Desde ayer por la tarde ya no somos exactamente nada de todo ello. La construcción y tipificación legal de los sujetos políticos del siglo XX solía ser casual e imprevisible. Gracias a los tiralíneas de los topógrafos coloniales, los kurdos ahora no existen pero la abstracción territorial denominada Líbano sí. Yo diría, sin embargo, que estamos en el siglo XXI y hoy los sujetos políticos deberían basarse en la racionalidad democrática. Pero seguro que estoy equivocado y la razón la tiene este Alfonso Alonso, que es un crack de la filosofía política, o este exmilitante del PP, Pérez de los Cobos, que dispone del poder omnímodo de reírse de las decisiones democráticas del Parlament. Ahora: si no somos un sujeto político, ¿entonces qué somos?

ARA