Tras las huellas de la independencia

Cataluña está ante una encrucijada histórica por la que muchos otros estados ahora independientes ya han tenido que transitar. Es inevitable, pues, que vuelva la vista para ver cómo se han resuelto antecedentes similares, sobre todo los más recientes, sobre los cuales los últimos años ya se han publicado varios libros, y que cobran un especial interés en momentos de duda como el actual. ¿Hay precedentes de declaraciones unilaterales de independencia (DUI)? ¿Y de elecciones plebiscitarias? ¿Se ha presentado una lista independentista o varias? ¿Siempre ha habido referendos de ratificación?

Hay todo tipo de posibles hojas de ruta en las que mirarse, pero si en algo coinciden los expertos consultados es que ninguna es del todo comparable al caso catalán. ‘Hay muy poco donde agarrarse, la vía que está tomando Cataluña es muy sui generis; es difícil encontrar ejemplos precedentes’, reflexiona David Forniés, del área de conocimiento del Ciemen, entidad que estudia las naciones sin Estado. El jurista Joan Ridao lo analiza en parte en el libro ‘El derecho a decidir’, y concluye que «la DUI no es una fórmula insólita; ya se ha vivido en otros lugares, y la hoja de ruta de Mas se inspira en ello, ya que hay una serie de reglas internacionales que la amparan’. Por ejemplo, la sentencia del Tribunal de Justicia Internacional sobre Kosovo, la de la Corte Suprema de Canadá sobre Quebec o el Consejo de Europa, que en 2005 fijó las reglas del referéndum de Montenegro. Ridao, que cifra en 1,7 años la media de tiempo entre plebiscitarias (se pueden identificar en todos los casos) y la DUI en los lugares que ha analizado (http://www.vilaweb.cat/media/continguts/000/093/444/thumbnails/thumb_474__4.jpg), llega a sus conclusiones con respecto al caso catalán: Parece razonable que una declaración en el Parlamento se debería ratificar en las urnas en un referéndum legal y pactado con el Estado, pero si sigue sin aceptarlo estaría legitimado a tirar por la directa’.

De Europa a Quebec

‘Estudié cuatro casos, y como el catalán no hay ninguno, porque no había una historia de partidos, ni siquiera estaban constituidos’, ratifica el periodista y delegado del gobierno en París Martí Anglada, autor del libro ‘Cuatro vías para la independencia’, en el que disecciona las de Estonia, Letonia, Eslovaquia y Eslovenia. ‘La URSS y Yugoslavia eran dos estados que se estaban disolviendo, y España no; la situación es muy diferente’, insiste Forniés. Además, allí se venía de una dictadura, y en Cataluña, de cerca de cuarenta años de democracia. ‘Y los bálticos lo tenían más fácil porque no necesitaban proceso constituyente, sólo tenían que recuperar sus constituciones de antes de la Segunda Guerra Mundial’, indica Ridao.

Quebec y Escocia, de hecho, son los que más se asimilarían en Cataluña si el Estado español se aviniera a negociar las condiciones del proceso, aunque no hayan terminado tener éxito en el referéndum definitivo. En el resto del mundo, las independencias a lo largo del siglo XX han sido a raíz de procesos de descolonización en África o el Caribe, que han llegado después de acuerdos con la metrópoli, y en los que, en algunos casos, ni siquiera había gobierno propio previo.

Eslovaquia y Macedonia

La jurista Dolors Feliu, autora del libro ‘Manual para la independencia’, destaca los casos de Eslovaquia y Macedonia, que también salían del comunismo, porque formaron ‘candidaturas unitarias en elecciones previas, plebiscitarias que fueron el desatascador o detonante definitivo para al proceso de independencia’. En Eslovaquia, las de junio de 1992, en las que de hecho los partidos ganadores optaban por la confederación, llevaron al Divorcio de Terciopelo en medio año, ya que los checos prefirieron la escisión. En Macedonia el proceso se completó en diez meses, pero Forniés matiza que la unidad total fue imposible, ya que si bien los comunistas no se oponían a la secesión porque veían que el nacionalismo serbio había apropiado de Yugoslavia, la minoría albanesa también quería su Estado.

El Demos de Eslovenia

Quizás el caso más comparable al catalán hoy es el esloveno. En abril de 1990, las primeras elecciones tras el fin del comunismo se convirtieron también plebiscitarias. Dentro de la coalición Demos (similar a la que propone ERC), concurrieron seis grupos, aunque por separado. No se puede saber qué habrían obtenido con una sola lista, lógicamente, ni se pueden comparar resultados porque era la primera vez que se presentaban. Cinco de los cuales, de diversas tendencias (liberales, socialdemócratas, cristianodemócratas, verdes y partido agrario), obtuvieron representación y un 55% de los votos, para un total de 41 diputados sobre 80. Muy lejos, con el 17%, se quedaron los excomunistas, que, eso sí, ganaron las presidenciales que se hacían a la vez y que también habían tomado ya una clara tendencia independentista, otra diferencia con el caso catalán.

Demos formó gobierno, promovió una declaración de soberanía (como la del Parlamento catalán en enero de 2013) y, en diciembre, convocó un referéndum en el que la independencia ganó con un 90% de los votos. Aunque la comunidad internacional había avisado de que no la reconocería nunca, el 25 de junio de 1991 el gobierno hizo la DUI, y al día siguiente el ejército yugoslavo envió los tanques. El conflicto no duró ni diez días. ‘Fue un error muy grande, porque a partir de ese momento Bonn y Viena se dieron cuenta de que no había posibilidades de mantener Yugoslavia unida y no había marcha atrás’, explica Forniés. Al cabo de unas semanas se llegó a un acuerdo multilateral, que todo lo que hizo fue aplazar tres meses la fecha del reconocimiento de la independencia.

Los bálticos y Ucrania

La Constitución soviética incluía desde 1977 el derecho a la autodeterminación, pero los países bálticos tuvieron que sufrir incluso el acoso del ejército ruso para ser independientes. En los tres, los movimientos fueron liderados por frentes populares, aunque, según Anglada, son poco comparables con Cataluña porque ‘luchaban por la independencia y la libertad al mismo tiempo, y era fácil montar plataformas de disidentes contra el régimen comunista’. Tanto en Estonia como en Letonia también se crearon frentes alternativos ligados a la derecha y al exilio. En el primer caso, su fuerza se equiparó a la del Frente Popular, y unos y otros llegaron a convocar dos elecciones, con criterios censales diferentes, que, eso sí, no se boicotearon. Por el contrario, ‘incluso crearon una comisión paritaria para llevar el proceso’, explica Anglada, que destaca también que esto permitió integrar a la gran minoría rusófona del país. Los grupos independentistas lograron una amplia mayoría en las elecciones de mayo de 1990, y en agosto el Parlamento proclamó la independencia, que se ratificó en referéndum en marzo de 1991, quince meses antes de otro sobre la nueva Constitución.

En Letonia, en cambio, la plataforma de derechas no tuvo éxito, y quien pilotó el proceso fue el Frente Popular, que arrasó en las elecciones de marzo de 1990. Un año después hicieron una consulta de acuerdo con la legalidad soviética, y la independencia ganó por mucho. La DUI se proclamó en junio y, menos de un año y medio después, se aprobó la nueva Constitución. ‘Iban todos unidos y después han tenido una experiencia política más agitada que Estonia’, concluye Anglada.

En Lituania, el proceso les condujo también a un frente popular, Sajudis, creado en 1988 y que ya había colaborado con el partido comunista. Sajudis ganó las elecciones de febrero de 1990, y en marzo declaró la independencia. Tras una breve moratoria y una fallida intervención militar soviética, un referéndum la ratificó en febrero de 1991. Tras el intento fallido de golpe de estado en Moscú en agosto, Lituania ya fue reconocida e incluso entró en la ONU. La nueva Constitución se aprobó justo al cabo de un año.

Ridao, además, añade el caso ucraniano, ya que su hoja de ruta es similar: tras unas plebiscitarias en marzo de 1990 -en las que se impuso un movimiento popular surgido de la unión de los comunistas y los nacionalistas ucranianos-, en agosto se aprobó una ley de la independencia que desembocó en un referéndum de ratificación ese mismo diciembre.

El espejo de Kosovo

Un último ejemplo es el de Kosovo. El tribunal internacional dijo en 2010 que la DUI que proclamó en febrero de 2008 no era ilegal en derecho internacional. De hecho, es el único caso en el que no ha habido referéndum de ratificación. Para Ridao, hay ‘puntos de contacto’ de los que Cataluña puede aprender, como el bloqueo serbio de toda negociación o el principio de efectividad, que da la clave al reconocimiento por parte de terceros. Es por ello que Ridao indica que aquí primero hay que saber ‘ganar empatías’ gracias a una diplomacia ‘senior’.

Artículo de Oscar Palacio publicado originalmente en el Punt-Avui

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