Desigualdades, democracia, Europa

En la primera mitad del siglo XIX, Alexis de Tocqueville quedó admirado del poco grado de desigualdades sociales de la sociedad norteamericana en comparación con su Francia natal. Un aspecto que asociaba a la estabilidad de un sistema político basado en una constitución de carácter liberal, con derechos individuales, elecciones, libertad de prensa, etc. Recientemente, Thomas Piketty -a pesar de la controversia de algunas de sus tesis- recordó que Estados Unidos seguían considerando demasiado desiguales las sociedades europeas de principios del siglo XX, y el establecimiento de tasas confiscatoria sobre las rentas americanas más altas.

Después de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, de la Segunda, se volvió la tortilla. El desarrollo de los estados del bienestar europeos situó la sociedad norteamericana en cotas más desiguales que buena parte de las de la Europa Occidental. En los últimos años, sin embargo, el aumento de las desigualdades ha vuelto con fuerza a las sociedades europeas. La crisis actual es de carácter estructural y las desigualdades parece que irán en aumento si no se cambia la orientación de las políticas económicas y sociales a escala europea. Si no se produce este cambio, el resultado apunta hacia unos sistemas financieros poco regulados propicios a situaciones de riesgo, sociedades con sectores ricos, sectores empobrecidos y unos estados en una situación precaria que mina las opciones de establecer políticas redistributivas.

En la Europa actual hay una clara falta de gobernanza política y económica. Todo apunta a que sería necesario un plan para propiciar el crecimiento, aumentar los ingresos fiscales (¿cuándo llegará una política europea contra el fraude fiscal?), Propiciar la competitividad y proceder a redistribuciones que disminuyan las desigualdades, el paro y la magnitud de la deuda. La pax europea no es irreversible.

Las relaciones entre capitalismo, democracia y justicia socioeconómica son complejas. Se trata de tres elementos dotados de varias lógicas internas basadas en valores y objetivos diferentes. Son tres elementos que están en tensión mutua. La lógica del mercado no es reforzar la democracia o conseguir más justicia social o una justicia social mejor, ni la lógica de la democracia es necesariamente favorecer esta justicia o hacer que el mercado funcione más eficientemente.

Además, cada uno de estos tres elementos presenta variantes internas. Hay varias concepciones rivales del capitalismo, de la democracia y de la justicia socioeconómica. En términos prácticos y a pesar de sus tensiones inherentes, un tipo de capitalismo, especialmente el presidido por una fuerte intervención pública, ha resultado compatible con un determinado tipo de democracia -liberal, social y de partidos-. Los modelos socialistas no pueden decir lo mismo. Creo que es importante entender que cada uno de estos tres componentes de las sociedades actuales presenta bastante margen de mejora desde su propia lógica interna. Pero lo fundamental es ver que siempre resultará más conveniente procurar una optimización de los tres componentes que la maximización de sólo alguno de ellos.

Sabemos que el aumento de las desigualdades y la polarización social por encima de un cierto umbral socava las democracias. Se trata de una idea que ya estaba presente en la Grecia clásica. En un memorable pasaje de ‘Las suplicantes’, Eurípides expresa cómo de las «tres clases» de una colectividad, la de los ricos resulta socialmente inútil, ya que piensa sólo en aumentar su fortuna, mientras que la clase de los pobres es peligrosa, ya que está decantada hacia la envidia y es fácilmente seducible por los discursos de los demagogos. Es la clase del medio -nos dice- la que mantiene las instituciones y salva las ciudades. Unos años más tarde, Aristóteles reflexiona más analíticamente sobre las condiciones económicas necesarias para la estabilidad de las democracias, y coincide con Eurípides en la importancia de contar con unas sólidas clases medias. Se trata de un tema que será desarrollado por la ciencia política del siglo XX, especialmente en relación con las democracias liberales europeas y latinoamericanas.

La política es más compleja que la moral. La segunda es fundamental para la primera, pero la política también debe incorporar valores y objetivos de carácter funcional como la estabilidad, la eficacia o la eficiencia, que están situados «más allá del bien y del mal», más allá de la mera moralidad. Pero la dimensión de todo ello debería ser europea. Hoy, la UE sigue siendo a la vez una buena idea, un proyecto confuso y una realidad decepcionante.

La crisis actual está debilitando, empobreciendo, las clases medias europeas. Y está también empobreciendo los estados. La recuperación de la deuda pública parece una variable de una ecuación irresoluble. Por este camino se pueden producir rupturas y explosiones sociales que en la segunda mitad del siglo XX parecían cosa del pasado. Tal como señalan los análisis empíricos, una sociedad más desigual es una sociedad con más problemas de orden público, con ciudadanos con peor salud y con niveles de educación más bajos, con cárceles más llenas, etc. Una sociedad muy desigual es una sociedad inestable.

Hay varios argumentos morales y políticos en favor de sociedades más igualitarias. Pero incluso aquellos que creen que la mayoría de las desigualdades sociales actuales no se deben a situaciones injustas en términos morales, no pueden contraargumentar las razones políticas que hacen más conveniente vivir en sociedades con índices más bajos de desigualdad. Feliz 2015.

ARA