Tsipras y el pacto patriótico

Uno de los grandes espectáculos de estos días es el desconcierto de algunos dirigentes políticos y analistas de aquí ante el pacto de gobierno que en Grecia han firmado el partido ganador de izquierdas Syriza y un pequeño partido de derecha ultranacionalista llamado Griegos Independientes. Los mismos que la noche del escrutinio celebraban eufóricamente la victoria de Alexis Tsipras y se reclamaban como verdaderos homólogos catalanes o españoles del hombre de moda ahora callan y simulan que el acuerdo con los derechistas de Panos Kamenos es un dato secundario. Hemos pasado del “yo soy Syriza más que tú” al “no podemos compararnos con Grecia”.

Por otra parte, entre no pocos progresistas catalanes, a quienes se había explicado la fábula bonita de una Syriza revolucionaria y movida por principios intocables, ha aparecido la sombra de una decepción prematura, algo que se ha expresado de manera intensa en las redes sociales. Quien esperaba la pureza inmaculada de una nueva izquierda perfecta ha tenido un disgusto. La ausencia de mujeres en el nuevo Gobierno de Tsipras ha servido para acabar de rematar a los que, a pesar del primer susto, todavía esperaban un milagro. He visto actitudes que me han recordado un poco -salvando todas las distancias- el desengaño de ciertos sectores con el PSOE cuando González decidió que España debía formar parte de la OTAN.

Puedo entender la sorpresa inicial de muchos por la alianza de gobierno que ha preferido Tsipras, que antepone la gran coincidencia con Kamenos: el rechazo a las políticas de austeridad de la troika y la voluntad de renegociar de tú a tú las condiciones económicas dentro de las cuales Grecia siga siendo miembro de la zona euro y de la UE. El pacto entre dos partidos tan diferentes quiere transmitir la solidez del nuevo Gobierno ante Bruselas y Berlín. Lo que me cuesta más de entender es que dirigentes políticos y comentaristas de aquí juzguen este movimiento a partir sólo de la dimensión ideológica, siempre susceptible de ser relativizada -cuando se toca poder- por el realismo impuro de la necesidad.

Quien no comprende que el pacto es valioso porque pone de acuerdo a dos adversarios no comprenderá nunca el corazón oscuro de la política, la vieja y la supuestamente nueva. Se pacta con quien tiene valores e intereses distintos. Oportunidad para alcanzar un objetivo compartido. Siempre pactas con el diablo. No sé si los nuevos ideólogos tienen presente a Max Weber, pero es innegable que el clásico lo explicó muy bien: “También los cristianos primitivos sabían muy exactamente que el mundo está regido por los demonios y que quien se mete en política, es decir, quien accede a utilizar como medios el poder y la violencia, ha sellado un pacto con el diablo, de tal modo que ya no es cierto que en su actividad lo bueno sólo produzca el bien y lo malo el mal, sino que frecuentemente sucede lo contrario. Quien no ve esto es un niño, políticamente hablando”. Tsipras es un adulto. ¿Qué busca Tsipras? Que su interlocución con la troika parta de una posición lo más fuerte posible. Para hacerlo, olvida que el partido con quien ha pactado es xenófobo, antisemita, euroescéptico, militarista, meapilas y que tiene como líder una figura que se tildaría de “casta”.

Más allá de estas consideraciones sobre la naturaleza forzosamente pragmática de un poder que se pretende eficaz para hacer lo que ha prometido, hay otro factor importantísimo que debería hacer reflexionar a mucha gente en Catalunya, especialmente a los que sólo son soberanistas si es para hacer una república donde siempre todas las políticas sean de izquierdas (y que no haya nucleares, ni escuelas concertadas, ni mutuas privadas, ni ejército, ni nadie que se parezca a Mas). El acuerdo entre Tsipras y Kamenos es un pacto de Estado, para decirlo a la manera de Madrid, o un pacto patriótico, que diría el patriota español Iglesias. Patria o muerte, versión helénica. La nueva izquierda griega prioriza el eje nacional al hacer gobierno porque sabe que sin este no hay eje social que se pueda abordar seriamente. Es lo contrario de lo que hace ICV en el proceso catalán. “Syriza gana porque la gente quiere recuperar soberanía”, le dice un exdirectivo de la televisión pública griega a Andy Robinson. La soberanía es el gran debate europeo que atraviesa la crisis. Soberanía y justicia social. Repartir el poder de otra manera. La nación -que son personas- quiere empoderarse. Es el patriotismo de calle de las clases más castigadas. Hacer política, no que se la hagan desde fuera.

Los griegos quieren dos cosas: salir del hoyo y dejar de ser tratados como una colonia. Vivir mejor y no ser humillados. Es el soberanismo de los que tienen un Estado propio pero muy averiado. Alexis Tsipras conecta con este anhelo y saca la bandera a la vez que anuncia reformas de puertas adentro. La soberanía es para quien se la trabaja, por eso su pugna con la troika va unida a otra misión: cambiar las inercias negativas de un país acostumbrado al sálvese quien pueda y a unas élites irresponsables.

Catalunya no es Grecia. Pero estaría bien que algunos que se llenan la boca hablando del eje social imitaran el profundo sentido de Estado del nuevo primer ministro griego. En Madrid, en cambio, todo el mundo (casta y aspirantes a casta) lo tiene claro.

LA VANGUARDIA