Contra el nacionalismo

22/03/2015 El hilo rojo

Es curioso observar cómo se mantienen tan obcecadas, aún hoy, las actitudes hostiles a cualquier reivindicación digamos periférica, cuando alguien la plantea en términos un poco claros. Y no lo digo precisamente por los exabruptos que provienen del lado de siempre: estos son muy previsibles y no tienen remedio, parece. Pienso en la reticencia que suele disfrazarse de «izquierda» y que, a menudo, tiende a escudarse con unos u otros principios autodefinidos como «internacionalistas». Podríamos esperar que el problema tuviera, ya, una acogida objetiva, serena, desintoxicada de «ideologismos». Pero no. Todo sigue como hace cuarenta, sesenta, ochenta años. O peor. De hecho, mucho peor, porque la fauna política del interior y las sucursales del litoral -insisto: las de la oposición- han dispuesto de tiempo y de libros para reflexionar sobre el tema durante la cuaresma pasada. Se ve que no l0 han aprovechado. En el fondo, el líder X, y el líder Y, y el Z, de aparente etiqueta marxiana, por ejemplo, respiran igual que Nuñez de Arce, Romanones, Calvo Sotelo o Ledesma Ramos, con respecto a la cuestión. Si en algo se diferencian es, como mucho, por el aire demagógico con que decoran sus flatulencias nacionalistas.

Exactamente eso: nacionalistas. Con una inocencia que hace daño creer -no es ninguna «inocencia», en efecto-, estos señores se sacan de la manga la acusación de «nacionalista» a la voluntad emancipatoria, y añaden enseguida una serie de connotaciones oprobiosas: «pequeño-burgueses», «maniobra de la burguesía tal o cual», y todo lo que ustedes quieran. Como si ellos no fueran tan «nacionalistas», ¡o más! Por una extraña ofuscación mental, y moral, se olvidan, no sólo de su situación «nacional», sino también del «nacionalismo» epiléptico, fastuosamente agresivo, que profesan. Lo llevan en la masa de la sangre: heredado a través del hogar y de la escuela, convertido en retórica automática, alimentado por los telediarios y por las exigencias del mercado de los escalafones. El de ellos es, por añadidura, un nacionalismo preburgués: deriva de las ambiciones de una determinada oligarquía, originariamente aristocrática, que acuñó mitos, nociones y lugares comunes dócilmente asimilados por la multitud subalterna. La ideología dominante ha sido siempre la de la clase dominante. Si es necesario una mención histórica, grotescamente emblemática, el nombre del conde-duque de Olivares debería ser suficiente. La paradoja actual es que alguien puede invocar a Lenin o a Stalin o a Mao, sin darse cuenta de que está repitiendo a Menéndez Pidal, y valga la broma.

Los «nacionalismos» no emergen en el vacío. Cada «nacionalismo» se articula como tal en función de otro «nacionalismo»: conflictivo con él. Sería inimaginable un «nacionalismo» sin otro enfrente. El famoso «2 de mayo» -«Oigo, patria, tu aflicción…»- se erige ante los franceses, y aquello, tan manido, de la «pérfida Albión», contra el imperialismo británico, que disputaba al imperialismo de Madrid los mares y las tierras más rentables. Bien mirado, no eran dos «naciones» que se lanzaban, al combate: eran unos antagonismos de intereses entre clanes muy nítidos. El «Estado moderno», postmaquiavélico, manipulado por las fuerzas feudales y los monarcas absolutos, al comienzo, y por los tenores del jacobinismo, después, inventaron un «nacionalismo» enérgico: el nacionalismo estatal vigente. La eterna guerra «franco-prusiana» ilustra un momento muy largo de ello. De cara al exterior, las dinastías y las repúblicas querían condensar un «patriotismo» eficaz para aguantar la enemistad con el «patriotismo» del otro lado de la frontera. Los grandes conceptos «nacionales» al uso con himnos y banderas, son, en última instancia, el reflejo de unas luchas entre grupos de intereses geográficamente contrapuestos. En el XVI, en el XVII, en el mismo XVIII, y hasta en el XIX, las «multinacionales» aún no habían encontrado la solución. Ni siquiera los Fugger.

La otra proyección de estos «nacionalismos» se proponía destruir las resistencias que, para entendernos, podríamos designar con el adjetivo de «étnicas»: áreas sociales que se apiñaban, pongo por caso, en una lengua distinta, en una voluntad de vivir a su manera y según sus necesidades inmediatas, en una irritada conciencia de protesta. Cualquier resumen de historia de los actuales grandes Estados europeos podría informar a sus lectores de que, junto a las guerras «exteriores», han tenido de hacer muchas «interiores» igualmente nacionalistas. Confeccionar un «nacionalismo» estatal ha costado mucha sangre. Ha costado muchos maestros de escuela -Francia no sería Francia sin los «instituteur», mucha aflicción administrativa, mucho «ordeno y mando». El resultado final ha sido devastador. Francia es una indicación modélica de ello. Sería poco correcto decir que el «vandalismo» no-arquitectónico es culpa de aquella inteligente y siniestra bestia que fue el «Abé» Gregoire. Gregoire ampliaba y corregía una antigua instigación de los Capetos. Todas las repúblicas y todos los imperios franceses han sido «nacionalistamente» coincidentes. Y Thorez. Y Marchais. Y Sartre, no nos engañemos. Que lo digan los occitanos, los bretones, los vascos, los catalanes, sometidos al Hexágono.

En el sur de los Pirineos, el follón fue una copia del esquema francés, pero fracasó la tentativa «unitaria». El hecho de que yo escriba este miserable artículo es una confirmación explosiva del asunto, y este artículo no es nada. ¿El señor Cambó? Muy bien: aunque Cambó no entra en mi personal participación en el debate, pongamos Cambó. ¿Pero qué se oponía al tímido y elegante regionalismo de Cambó? ¿Maura, La Cierva, Romero-Robledo? ¿Royo Villanova, Víctor Pradera? Cambó, Prat, la burguesía catalana al completo, nunca ha sido «nacionalista» como Dios manda. En cambio, sí que era, y si que ha sido furiosamente nacionalista lo que hace unos años ciertos papeles clandestinos denominaban «la oligarquía semi-feudal castellano-andaluza». De ella son tributarios don Carrillo, el Felipe González, don Joaquin Ruiz: tanto como el tinglado oficial… No debemos esperar nada: no debemos esperar nada de su «nacionalismo», que les viene de las ubres ancestrales del conde-duque de Olivares, y que les hace «objetivamente» solidarios de Maeztu, de los Primos, de Onésimo Redondo. O «ellos» renuncian a su «nacionalismo», o los otros tendremos que ser «nacionalistas». El circo del otro «nacionalismo», con sus clowns y sus prestidigitadores, se ha animado últimamente con las lágrimas seniles de don Claudio Sánchez y con el descarado fascismo de Madariaga.

Todo «nacionalismo» es «nacionalidad»: una inflamación de ser lo que uno es, en determinadas reclamaciones. Sería muy agradable que unos y otros dejáramos de esgrimir la «nación» como un arma -sentimiento o resentimiento-, y denunciásemos el juego o contrajuego de «clase» que tras él se esconde. Si un día los Carrillos, los Felipes -incluyendo los venerables «felipes», con minúscula, que pasaron por la cárcel-, y los troskos y los ácratas supervivientes, llegan a desprenderse del nacionalismo que han mamado de la «clase dominante», el futuro comenzaría a ser fluido. La «soi-disant» oposición «española» debería repensar su «nacionalismo», puro Menéndez y Pelayo. O puro Lerroux a sueldo de Moret. Un día, alguien tendrá que puntualizar, eruditamente, que Negrin y Franco estaban más próximos de lo que se imaginaban. Ambos encarnaban uno mismo «nacionalismo», y emanado de unas mismas fascinaciones «ideológicas»: procedentes de la secular matriz de la oligarquía… Con un «nacionalismo» depravadamente contorsionado como es el que nos acojona, cualquier réplica, por pintoresca o revulsiva que sea, es lógica. Cada «nacionalismo» todavía segrega más: más «nacionalismos» erizados, de réplica… En un instante de euforia llego a suponer que todo funcionaría mejor si ellos -«ellas»- renunciaran a ser «nacionalistas», y no nos obligaran a ser «nacionalistas» a los demás… Una ilusión pasajera, ¿no?…

Artículo de Joan Fuster, publicado en la sección «Diálogo» del diario AVUI el 19/05/1976

http://www.llibertat.cat/2015/03/contra-el-nacionalisme-30194