Asimilacionismo y multiculturalismo

La llegada a Francia de inmigrantes de las antiguas colonias procedentes del norte de África en los 60 y 70 o al el Reino Unido de la India y Pakistán a los 40 y 50, o a Alemania de Turquía y de Europa del sur, por razones de necesidad de mano de obra a partir de los 60, plantea de nuevo para los estados europeos un problema antiguo, antes de clase, ahora de etnia, cultura y religión… No es cierto que en el s. XIX la diversidad de los países europeos fuera menor que ahora. Sólo la mitad de la población francesa hablaba francés después de la revolución y un diario liberal inglés publicaba en 1864 en relación con la clase trabajadora: «una casta aparte, una raza de la que no sabemos nada, con vidas diferentes de las nuestras, personas con las que no tenemos puntos en común». Es dudoso si un proletario de la época victoriana tenía menos en común con un ciudadano de clase media que este hoy con un paquistaní que viste igual, escucha la misma música o es fan del mismo equipo de fútbol. La inmigración de países cercanos no crea la duda profunda que genera en la sociedad inmigrante de países lejanos para quienes, aunque injusta, la pregunta: «a quién serán leales» parece justificada. Es esta la semilla del racismo. La menor importancia de los sindicatos y la religión, elementos de cohesión social, y la presencia absoluta del mercado en todo, ha hecho que los europeos definan la solidaridad no en términos políticos como antes, sino de etnia, cultura y fe. La política de la ideología ha dado paso a la política de la identidad.

El multiculturalismo, el desarrollo separado de grupos sociales en razón de su diferente cultura, etnia y religión, nació en el Reino Unido como consecuencia de que el combate contra el racismo pasó de ser el derecho a la igualdad a ser el derecho a la diferencia. Se metió en «cajas sociales» a diferentes etnias y culturas pensando que eran homogéneas. Con el tiempo esto dio lugar a conflictos entre grupos étnicos diferentes, por ejemplo antillanos e indios en la Inglaterra de los 60. La sociedad no está, no puede estar, formada por grupos sociales que, derivados de la etnia y la cultura, compiten entre sí. El multiculturalismo reforzó los vínculos de grupo y fue en definitiva una barrera al mestizaje. La religión, que, especialmente para los musulmanes, no era importante en la primera generación, se ha convertido más en la segunda y la tercera como base de la cohesión del grupo derivada de una cultura compartida y sentida diferente respecto del resto. Frecuentan más la mezquita los turcos de Alemania que los turcos de Turquía…

La política en Francia fue la opuesta. La base era el asimilacionismo, tratar a cada persona como un individuo, no como formando parte de un grupo diferenciado por cultura o etnia. Todos debían ser ciudadanos de la República que, al ser laica y jacobina, encajaba poco con los usos y prácticas de los inmigrantes. Si el multiculturalismo no funcionó en el Reino Unido, una política basada en conceptos radicalmente diferentes en Francia tampoco, porque las diferencias económicas de la población autóctona y la inmigrante generaron guetos y segregación y eso agudizó las diferencias étnicas, culturales y religiosas que se trataba de reducir. Los inmigrantes volvieron a sus orígenes, cultura y religión, cuando se sintieron segregados por una sociedad que no los acogía.

En Alemania no hubo voluntad de integrar a los trabajadores, que formalmente eran «invitados» a trabajar, ‘gastarbeiters’, y se esperaba que volvieran a su país una vez terminado el período en que la economía nacional los necesitaba. Así sucedió con españoles y portugueses, pero después de 30 años, de tres millones de turcos sólo un millón son hoy ciudadanos de la República Federal… Se reproduce el problema.

La base de la integración está en una radical igualdad e incluso diferenciación positiva de derechos estando especialmente atentos a que la defensa del derecho individual no haga retornar al inmigrante a la reafirmación de la diferenciación. La diferenciación debe ser del individuo y no del grupo del que forma parte. No puede haber integración social si no hay un mínimo de valores compartidos y estos para serlo deben ser valorados como tales por los recién llegados a pesar de mantener sus costumbres. La derecha siempre ha defendido la diferencia más como una protección del propio privilegio que como un derecho del inmigrante. Las críticas a la integración de los musulmanes en Cataluña o el derecho a una enseñanza especial para la lengua son dos ejemplos diferentes de un problema similar. Existe la duda de si el ministro del Interior de España no lo entiende, no es capaz de entenderlo o hace ver que no lo entiende del todo.

EL PUNT – AVUI