Los cambios del cambio

Nunca en toda nuestra historia política, en el interior del Estado español, había habido tantos diputados claramente independentistas representados en el Parlamento: 72. Es difícil de asegurar, con precisión, cuántos había en los años treinta, pero más sencillo de decir los que había hace sólo 24 años: tres diputados, en 1991, cuando se votó la resolución sobre el derecho de Cataluña a la independencia nacional. El camino recorrido desde entonces ha sido extraordinario y valdría la pena reflexionar sobre el mismo, unos instantes, sobre algunos de sus motivos y las transformaciones producidas en el seno de la sociedad catalana, todos los cuales explican el gran cambio nacional en la actitud de los catalanes del Principado.

1. Objetivo político: El catalanismo conservador siempre ha aspirado a influir en la política española en el ámbito económico, haciendo ondear cierto catalanismo cultural y navegando, diestramente, por las aguas de la ambigüedad política, llegando al puerto de la autonomía, todo lo más, y practicando el método tradicional del ‘pájaro en mano’, del ‘ir tirando’ o bien del ‘más vale esto que nada’. La izquierda catalana, a su vez, blandía el federalismo republicano -hoy ni lo uno ni lo otro- como horizonte paradisíaco, mientras el resto era marginal. La dicotomía se presentaba entre federalismo y autonomía, mientras que hoy se plantea entre independencia o dependencia. Ni siquiera gobernando en ella los supuestos federales, no ha habido ni la más mínima disposición federal, porque el federalismo exige la existencia de federales y en España no los hay.

El federalismo ha perdido toda credibilidad como posibilidad capaz de provocar adhesión social y entusiasmo civil, mientras la autonomía aparece como cosa superada, es ya un instrumento oxidado, insuficiente para resolver los problemas del país. Nunca más habrá otro estatuto de autonomía y, por ello, el objetivo político ya es otro. La independencia se ha instalado, plenamente, en la centralidad del debate político, pero también social. La independencia es, hoy, la centralidad. Por eso, ni el federalismo moviliza masas en la calle, ni es capaz de hacerlo el autonomismo. Sólo el independentismo tiene capacidad de movilización de masas.

2. Clases sociales: A pesar de que siempre ha existido un catalanismo popular y de izquierdas, expresado mediante ERC en la etapa republicana, representando clases medias, capas populares y pequeña burguesía ilustrada, la hegemonía mental del hecho nacional ha residido, generalmente, en la zona alta de la sociedad, a través de la Lliga de Cambó, primero y de CiU durante décadas. Pero, hoy, el independentismo es interclasista y abarca desde sectores de la burguesía nacional y las clases medias, tan amplias, hasta el conjunto de las clases populares, nueva inmigración incluida. El monopolio simbólico de la nación ya no pertenece a las clases acomodadas sino que se ha convertido en nacional, es decir, de todos. Y tan sólo se han fijado unos objetivos más ambiciosos como el acceso a la estatalidad cuando, de hecho, la idea ha llegado a la base de la pirámide social, como el nuevo protagonismo de los sectores populares y las clases medias bajas. Un escenario similar ya fue teorizado por Joaquim Maurín en el artículo «Las tres etapas de la cuestión nacional» (1931).

3. Diversificación ideológica: Hasta hace poco, el independentismo se reducía prácticamente a unas solas siglas en el ámbito institucional: ERC desde 1988 y más recientemente la CUP. Para ser independentista era necesario, al mismo tiempo, ser de izquierdas y partidario de la forma republicana de Estado. Parecía que una reivindicación debía ir necesariamente acompañada de las otras, de las que era inseparable. Los procesos de emancipación nacional en el primer mundo, sin embargo, son distintos a los vividos por los movimientos de descolonización en los países en vías de desarrollo. Si en estos últimos casos, históricamente, todo el independentismo se agrupa en torno a unas solas siglas, a menudo de carácter político-militar, el caso catalán demuestra su singularidad en un contexto de carácter, cultura y tradición democráticas. Es decir, hoy el independentismo aparece diversificado desde el punto de vista ideológico, justamente porque es plural y, por este motivo, hoy hay independentistas que son democristianos, conservadores, liberales, socialdemócratas, socialistas, ecosocialistas, comunistas, libertarios, revolucionarios, capitalistas, anticapitalistas, abortistas, antiabortistas, etc.

En democracia, una nación se construye desde todas las ideologías democráticas y, desde cada una de estas ideologías, hay razones democráticas para optar por la independencia. Por eso hoy hay independentistas en todos los partidos catalanes de tradición democrática y a medida que el proceso ha ido avanzando, los partidos de tradición no independentista han conocido también la propia transformación. Los dos pilares políticos de la etapa autonómica ya no son lo que eran: CiU ha dejado de existir; UDC se ha partido por el medio con una destacada escisión independentista; CDC ha dado el paso al independentismo con Artur Mas al frente; el PSC ha estallado y diferentes facciones con algunos de los nombres más conocidos y prestigiosos del socialismo catalán han abandonado el partido y abrazado el independentismo e ICV ha visto nacer en su interior una corriente independentista organizada. Un nuevo sistema de partidos se está prefigurando para los próximos años.

4. Motivos para el Estado: Tradicionalmente, la reivindicación independentista se basaba en aspectos nacionalitario clásicos, de carácter identitario convencional: lengua, cultura, historia, derecho propio, tradiciones, folclore popular, etc. Siendo la identidad cultural muy importante, ha dejado de ser el único motivo de reivindicación del Estado y, seguramente, también el primero. No es menos destacado el factor bienestar, calidad de vida y progreso general. En los últimos años, estos dos motivos se han visto acentuados. Los gobiernos del PP, con el ministro Wert como abanderado, han radicalizado el combate contra la cultura catalana de manera irritante. La crisis económica ha puesto de manifiesto la discriminación del país, en contraste con el esfuerzo fiscal y solidario de los catalanes. Cataluña no tiene instrumentos suficientes para políticas sociales de choque y la economía catalana no dispone de las infraestructuras adecuadas (corredor mediterráneo, red de carreteras modernas y no tercermundistas) mientras en el resto del Estado el desenfreno del AVE no tiene freno.

La pertenencia a España, pues, perjudica la calidad de vida de los catalanes. Finalmente, el argumento democrático ha terminado también sumando y, probablemente, imponiéndose. En cien años, España no ha aceptado ninguno de los estatutos de autonomía aprobados por el pueblo catalán o sus representantes (1918, 1931, 1978, 2005). Pero el caso del último estatuto, la actitud prepotente de los políticos españoles, la sentencia del tribunal constitucional y la constatación de que ni PP ni PSOE, nunca aceptarán un cambio constitucional sincero (reconocimiento de la nación catalana y compromiso para convocar un referéndum vinculante) han hecho el resto. El déficit de calidad democrática y la sensación de que no hay nada que hacer en el interior de este Estado, ha provocado ya una fatiga de España, irreversible entre la ciudadanía catalana. Sumadas estas razones, aparece una causa nacional compacta, compartida en todo o en parte por la mayoría de compatriotas. Y esto sólo se puede resolver votando en las urnas, porque no existe ningún otro desatascador democrático.

5. Modelo nacional: El modelo nacional que se ha ido convirtiendo en hegemónico, al menos como discurso, no es étnico, ni esencialista como el modelo español, hecho de una serie de características y requisitos de identidad (lugar de nacimiento, orígenes familiares, apellidos, etc.). El modelo nacional no se basa ni en la herencia recibida, ni en la imposición legal, sino en la adhesión voluntaria de cada individuo. Es catalán quien quiere serlo, al margen de cualquier otra consideración. Uno es, pues, lo que se siente, lo que quiere ser. Y para ser catalán no hay que dejar de ser lo que uno era ya antes. Por eso hay tantos catalanes que son también, junto a los que lo son solamente. Catalanes y argentinos, y españoles, y senegaleses, y marroquíes y… La nación catalana es una nación dinámica como la sociedad, en construcción permanente y hecha con la participación democrática de los ciudadanos.

Los referentes nacionalpopulars del siglo XXI se están haciendo ahora, muchos serán nuevos y los haremos entre todos. Por ello, en las antípodas del proyecto nacional español, la nación catalana es inclusiva, integradora, cívica, flexible, abierta, moderna, cosmopolita, plural y de adhesión libre y voluntaria. Por eso tiene futuro y capacidad de sumar gente recién llegada, de todos los orígenes. No somos una raza, sino una cultura, con sus valores colectivos.

6. Instrumentos de participación: La crisis del sistema de partidos y la falta de credibilidad de la política tradicional, debidas a los casos de corrupción, incumplimiento de promesas electorales, incompetencia en la gestión pública, etc, han provocado, como en toda Europa, una desconfianza enorme entre la ciudadanía hacia toda manifestación de siglas convencional. El recelo civil ante cualquier cosa con tufo de política profesional ha alejado a los ciudadanos de los partidos de siempre, pero en cambio la confianza, la credibilidad y la ilusión han encontrado nuevos instrumentos de participación en movimientos sociales como la ANC, Òmnium y Súmate. transversales como la sociedad, sin intereses vinculados a una sigla en exclusiva, con caras nuevas y formas también distintas, han adquirido la imagen de superación del sectarismo orgánico y son percibidos como un instrumento diferente, libre, limpio, nuevo y con algún tic rompedor, incluso antisistema, pero amable.

7. Actitud colectiva: Durante años, salvo una minoría tan consciente como minoritaria, la actitud nacional se ha basado o en el autoodio o en el pesimismo. En ciertos sectores ilustrados, generalmente de pretensiones progresistas o de izquierdas, se ha impuesto la incomodidad con la propia condición nacional, de la que se renegaba o a la que se despreciaba, incluso cobijándose en un cosmopolitismo falso, una modernidad artificial o una nada comprometida condición de ciudadano del mundo, como si los catalanes fuéramos, de hecho, de otro planeta. Al otro lado, la constatación permanente de la falta de avances nacionales llevó mucha gente al desaliento, el pesimismo (no hay nada que hacer, España no nos lo dejará hacer nunca, no lo lograremos, etc), el derrotismo, la resignación y el conformismo, en una especie de masoquismo nacional, propio de los pueblos mentalmente vencidos y permanentemente desmovilizados, como ya parece indicar el refranero: ‘despacio y buena letra’, ‘este mal no quiere ruido’, ‘muchos pocos hacen un mucho’, etc.

De la desesperanza se ha pasado a la autoafirmación y la autoestima, a la pérdida del miedo y la exteriorización desacomplejada de la afirmación nacional. Por eso hemos evolucionado de una actitud siempre reactiva a la agresión, a una propositiva con iniciativa propia. Antes, las manifestaciones eran siempre en contra, como respuesta a una agresión (contra la Loapa, contra la sentencia del Estatut, etc), pero ahora ya son a favor (de la independencia), con un ritmo y un calendario propios.

8. Referentes exógenos: Una de las prácticas habituales del independentismo histórico ha sido el mimetismo en relación a los procesos de emancipación nacional en todo el mundo. Esta ha sido y, en cierto modo, es todavía para un número importante de gente, una constante. El seguidismo de modelos exteriores (Irlanda, País Vasco, países bálticos, Quebec, Escocia) en realidad ahorraba y, a la vez, impedía, la búsqueda de un modelo propio. Era más fácil ver qué hacían los demás que decidir qué teníamos que hacer nosotros, en función de nuestra realidad. Comprar una copia conlleva menos esfuerzo que escribir un original, pero al final resulta inútil, porque no hay soluciones escocesas, vascas o lituanas para problemas catalanes, como no hay soluciones catalanas para problemas vascos. Sólo cuando se ha dejado de imitar modelos y se ha empezado a buscar uno adecuado a la sociedad catalana de hoy, tan diferente de hace 30 años, tan diversa internamente, tan dinámica demográficamente, hemos empezado a encontrar un camino propio para la propia realidad. Al final, nosotros hemos acabado siendo nuestro referente y ahora son otros pueblos los que intentan imitarnos.

9. Escenarios y formato: Los espacios de actuación tradicional del independentismo eran la sede de entidades culturales amigas y resistentes de toda la vida, siempre en lugares cerrados, donde se impartían conferencias, debates, cursos, etc., salvo los referentes emblemáticos al aire libre, lugares sagrados del imaginario nacional inaccesibles emocionalmente a los infieles, como el Fossar de les Moreres, el paredón del presidente Companys, etc. Ahora se ha pasado del reducto nacionalmente seguro, incluso con cierto aire de clandestinidad, a ocupar con alegría y decisión las calles y las carreteras, a ir a los barrios casa por casa, a estar presentes en medio de pueblos y ciudades en los lugares más concurridos, de forma desinhibida y con naturalidad, a llenar plazas ante los ayuntamientos en pueblos y ciudades, el mismo día y hora, a hacer caceroladas de protesta y reivindicación. El nuevo formato de afirmación nacional ha ido más allá del modelo clásico reducido a conferencias y libros. Ha empleado con ingenio los instrumentos de la modernidad, para invadir las redes sociales y jugar con toda la fuerza plástica de un color concreto, para cada circunstancia, compartido por una multitud.

10. Influencia social y peso demográfico: El protagonismo del proceso independentista ha terminado residiendo en la gente anónima, dejando de ser un protagonismo de siglas o individualidades para acceder a un protagonismo colectivo, nacional. Ya no estamos en la época del «pocos, pero buenos», estadio que parecía complacer y satisfacer a los que se reconocían en el mismo, a pesar de tener una posición irrelevante en el conjunto social. De la marginalidad independentista se ha dado el salto demográfico a la mayoría social. De la pureza, el reducto o la trinchera, imprescindibles en tiempos difíciles, hemos ido a la normalidad general y a la centralidad política. La batalla se ha ganado al pasar de «nosotros, los independentistas» a «nosotros, los catalanes», aspirando a la representación de todo un pueblo.

No son, obviamente, todos los cambios que ha conocido el proceso de emancipación nacional, sobre todo en estos últimos años, pero sí que son, probablemente, los más destacados y aquellos que pueden ayudar a entender por qué hemos llegado hasta aquí y los motivos por los que debemos avanzar por el camino que nos llevará a la victoria definitiva.

EL MON