Concierto musical de futuro

Inicio de legislatura en Cataluña. «A fuerza de repetirnos lo que habríamos tenido que hacer, terminamos por encontrar imposible no haberlo hecho». Estas palabras escritas por Marguerite Yourcenar en ‘Alexis o el tratado del combate inútil’ enmarcan una reflexión a menudo extendida por el país después de períodos de incertidumbre política. Sacar conclusiones es siempre útil, pero ahora hay que pensar bien las acciones en términos de futuro.

Por su parte, Lawrence Lindt cita una frase de Duke Ellington en ‘Historias curiosas del jazz’ que creo que tiene sentido más allá del ámbito musical: «Cuando se compone música hay que saber siempre cómo juega al póquer quien debe interpretarla». En el proceso político actual de Cataluña, los rasgos básicos de la partitura están compuestos (los objetivos, las fases, los procedimientos y el análisis de los puntos fuertes y débiles). Ahora son los músicos, los actores políticos y sociales, los que deben mostrar su pericia profesional en el momento de interpretar la partitura.

Hay que partir, sin embargo, de que los miembros de la orquesta proceden de escuelas musicales diferentes. Todos comparten el deseo de tocar un concierto renovador y armónico al máximo, pero también parten de diversas concepciones sobre el estilo y el ‘tempo’ que aseguran una mejor interpretación. Algunos de los primeros compases del concierto después del 27-S han sonado desafinados. Hay que corregirlos. El trabajo del director, del liderazgo del Gobierno, resulta básico.

El proceso político actual es complejo en el fondo y en la forma. Resulta fundamental garantizar la seguridad jurídica en cada una de las fases anterior y posterior a la proclamación de la independencia. Esto implica distinguir lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer en cada una de estas dos fases, especialmente en la primera, en la que los músicos-intérpretes aún actúan dentro del marco constitucional español. Hay que evitar poner las cosas fáciles a las instituciones del Estado español. Apunto tres cuestiones.

En primer lugar, el apoyo social obtenido por los partidos independentistas el 27-S (47,8%) fue francamente bueno para el proceso (frente al 39% obtenido por los partidos del no y de un 11% indefinido). Si quiere progresar, es necesario que el independentismo consolide y amplíe este porcentaje. El 27-S no fue ningún referéndum. No se preguntaba explícitamente por esta cuestión. De hecho, no sabemos cuántos independentistas hay en Cataluña. Hay ciudadanos que en las elecciones votan «estratégicamente» a los diversos partidos. Sólo podemos hacer aproximaciones. Este número sólo se sabrá el día que se realice una consulta de tipo escocés, si es que se acaba haciendo. Si no se puede hacer por impedimentos políticos (no por impedimentos legales, ya que se podría hacer sin tocar nada de la Constitución española), se estará legitimando una proclamación unilateral si existen la mayoría parlamentaria y las condiciones fácticas para hacerla.

En segundo lugar, creo que la declaración aprobada por el Parlamento el 9 de noviembre no es la más adecuada. Tras el 27-S había que hacer una declaración (de hecho, así estaba ya previsto en los informes del CATN). Había que proceder, como se hace en el texto aprobado, a explicitar el inicio del proceso hacia el Estado independiente mostrando, sobre todo a los actores europeos e internacionales, los argumentos que lo legitiman. También resultan adecuados tanto el requerimiento al Estado de negociaciones como las medidas del plan de choque social. Sin embargo, creo que en la fase de legalidad actual no resultan adecuadas las referencias a la elaboración de las leyes de transitoriedad jurídica y del proceso constituyente. Son leyes que hay que tener preparadas, pero que correspondería aprobar inmediatamente después de la desconexión del Estado. Tampoco parecen acertadas las alusiones a la desobediencia a las decisiones del Tribunal Constitucional. Estos últimos aspectos debilitan la declaración y facilitan la legitimación de las reacciones del Estado. De hecho, para iniciar un proceso constituyente participativo de carácter civil no es necesario aprobar ninguna ley -que sería inmediatamente suspendida y podría activar acciones contra miembros del Parlamento-. La radicalidad retórica de la declaración aprobada (y anulada) pone las cosas aún más fáciles a las instituciones y partidos del Estado.

Probablemente, en la fase actual habrá que establecer algunas acciones situadas más allá de la estricta legalidad, pero creo que deberían ser pocas y que hay que elegirlas muy cuidadosamente después de haber hecho una labor preventiva previa al menos a dos niveles, internacional e interno, además de tener previstas acciones concretas ante las reacciones del Estado. Estas últimas resultan muy previsibles. La cultura política de España es administrativista. Ante un problema no suele plantear cuáles son sus causas y las posibles soluciones, sino cuál es la normativa aplicable al caso de implementarla. Esta previsibilidad no supone un hándicap para las instituciones catalanas, sino más bien una ventaja estratégica. Pero no hay que incentivar problemas adicionales. El proceso actual ya es bastante complejo.

En tercer lugar, el ritmo. Como he dicho ampliamente -y con pesar por hacerme muy pesado en este punto-, las cosas hay que hacerlas primero bien y luego rápido, no al revés. En este sentido, creo que no conviene ser prisioneros del límite temporal de 18 meses para culminar la transición nacional. De hecho, nadie puede saber cuánto tiempo implicará esta transición. Siempre está bien fijar referencias temporales para situar de qué estamos hablando, pero quizás es mejor fijar períodos de mínimos y máximos más que una cifra concreta. Cabe recordar que los escoceses, en caso de victoria del ‘sí’ en el referéndum, situaban la transición alrededor de un año y medio, a pesar de disponer de un acuerdo político con el gobierno británico.

Volviendo a las citas de Yourcenar y Ellington: hay que pensar en términos de futuro desde la experiencia acumulada (incluyendo la de los últimos tres meses), e ir afinando la instrumentación e interpretación del concierto. Las ideas, las actitudes y el entusiasmo son necesarios, pero el realismo y la racionalidad estratégica resultan imprescindibles.

ARA