Memoria banal

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Uno de los momentos más inquietantes de la memoria histórica oficial es el que te lleva a descubrir que, aunque se cuenta como batallita, de hecho pertenece al capítulo del nacionalismo banal. En rigor, es uno de sus recursos más insidiosos y eficientes. Ese que nos construye un relato de la realidad, desde el poder, amañado, falseado, y la representa con una aureola de naturalidad. Así son las cosas -viene a decir- y así se las hemos contado.

Sobre ese fundamento de normalidad se erige el resto de representaciones, debidamente integrado en esa base narrativa que explica cómo se ha formado el mundo al que venimos. Y en esa naturalidad vivimos y construimos el conjunto de referentes de nuestra vida cotidiana: el paisaje, la dirección postal que damos al banco, el documento de identidad, nuestra geografía simbólica y sentimental, los viajes de emoción y turismo, las compras que hacemos ‘en Francia’…

Se me ocurre un ejemplo de esta memoria histórica oficial, particularmente sangrante, naturalizada durante generaciones. Lo encontramos agazapado en la toponimia de una isla que hoy es española. En Tenerife, Canarias. En la zona norte de la isla dos municipios se llaman respectivamente La Matanza de Acentejo y La Victoria de Acentejo. Si fueran personas hablaríamos de las Vidas Paralelas, de Plutarco. Las dos poblaciones se encuentran próximas, y como se ve remiten a un mismo rincón, el barranco de Acentejo, lugar de memoria que les da nombre y en el que ocurrieron los hechos.

En 1494 la conquista castellana de Canarias sufrió un grave tropiezo en Tenerife, cuando la resistencia guanche aniquiló a una tropa de unos dos mil soldados de los reyes católicos. Vencieron los guanches y murieron los castellanos. El municipio pasa a la historia con el nombre de La Matanza.

La guerra continuó y al año siguiente, 1495, cambiaron las tornas. Aprendida la lección, los castellanos reunieron un ejército bien pertrechado y aniquilaron, casi en el mismo lugar, a una fuerza de seis mil guanches. Murieron los tinerfeños y vencieron los castellanos. La población se llama La Victoria.

Es evidente quién cuenta el relato. Desde qué lado del campo de batalla. Y no es inocente, en absoluto. La escabechina de guanches no es un dato digno de ser recordado. La hazaña lo es en el sentido, victoria o muerte, que lo tiene para el ejército del imperio (por cierto, en la misma época de la conquista de Navarra; y con un recuerdo idéntico al nombre de la provincia de Matanzas, en Cuba. Nada es casual, en estas circunstancias).

En estos nombres que hoy utilizamos, que componen la geografía de nuestro presente y es previsible que sigan en el futuro (al menos mientras los derrotados no ‘recuerden’ de otro modo) vemos el trasfondo de ‘nuestra’ historia. ¿Quién la escribe? ¿Con qué valores? ¿Quién nos dice que una matanza de indígenas que defienden su tierra es una Victoria que merece ser recordada así por los siglos de los siglos?

Calle Reina Regente, general Prim, Reyes Católicos, Segura, Salvatierra, Gipuzkoa (territorio histórico cuyos límites se crearon en la guerra contra Navarra)…, nuestro relato no es muy distinto, que digamos.