Sabios portugueses

Este mes de febrero La Vanguardia ha hablado mucho del último libro de Gabriel Magalhães, ‘Los españoles’. Magalhães es un intelectual portugués que Enric Juliana trajo al diario de los Godó cuando el independentismo empezó a crecer, supongo que para ampliar el discurso de la tercera vía con un poco de cosmopolitismo ibérico. Si los castellanos tienden a recurrir a historiadores ingleses para barnizar de europeísmo sus concepciones africanistas, Portugal ha sido un recurso habitual del catalanismo autojustificativo.

En la entrevista que Lluís Amiguet le hizo en la contraportada, Magalhães decía que el problema del Estado español se resolvería reconociendo el valor de las lenguas históricamente perseguidas por Madrid. Todavía no he leído su libro, pero me dio pena constatar que el escritor portugués se ha acabado prestando a ser utilizado de munición para las finalidades políticas de su diario. Cuando alguien tiene cosas que decir, como las tiene Magalhães, debe tratar de satisfacer su vanidad sin renunciar a la inteligencia ni a la posibilidad de repartir esperanza.

Tú puedes estar contra la independencia de Catalunya. Tú puedes hurgar en todo aquello que el proceso tiene de voluntad de poder surgida de las aguas estancadas y palúdicas del pujolismo. También puedes citar al calzonazos de Manuel Azaña y decir, como el Umbral, que el catalanismo es una reacción provinciana al aburrimiento, liderada por jugadores dignos de pasar las tardes asustando moscas y jugando al dominó en el ateneo de Valladolid. Ahora bien, permitir que unos catalanes de provincias te traten de sabio y después venderles fórmulas para la alopecia es abusivo.

Si Madrid ha perseguido la lengua catalana desde los tiempos de Felipe II es porque las lenguas no son inofensivas, ni sirven sólo para comunicarse como dicen los fascistas y los analfabetos satisfechos de su analfabetismo. Las lenguas son instrumentos de poder, son herramientas de control del territorio y del alma de la gente. Las lenguas articulan la política, la cultura y el mercado. Si los unionistas de izquierda y de derecha coinciden en despreciar la Cataluña interior, y en tratarla de campesina, mientras idolatran muy a menudo el folclore mesetario y andaluz, es porque el castellano no ha llegado ahí con bastante fuerza.

Lo que molesta de la Cataluña interior no es que haya vacas y campesinos, es que no está lo bastante españolizada y controlada por Madrid. Si ahora permitiéramos que el Estado diera categoría oficial al catalán sin reconocer el derecho a la autodeterminación de Cataluña, la única cosa que haríamos sería rematar nuestra lengua. Oficializar el catalán a cambio de renunciar a un referéndum sería como poner un motor de 600 a un Ferrari. El autonomismo ya fue una herramienta de descrédito de la lengua y la cultura, no es casualidad que la vitalización de nuestra prosa coincidiera con la emergencia del independentismo y la reivindicación de los periodistas de entreguerras, que ahora les explotan a algunos desenterradores de momias.

Si los catalanes han preservado tan celosamente su lengua es porque nunca han perdido la esperanza de volver a vivir en un país libre. Si en Barcelona y en Madrid el debate es de tan baja calidad es porque el statu quo español nunca ha sabido cómo retener a los catalanes si no es a base de ostias. A mí no me molesta tanto tener que ser español como tener que pasar por imbécil. Que venga un intelectual portugués a decir que España es una tensión y que Cataluña, más que un Estado propio, necesita un Estado suficiente me hace tronchar de risa. Si La Vanguardia no hace un esfuerzo, pronto dará más risa que El Patufet o El Jueves.

Con respecto a Magalhães, lo conocí en el 2011, poco antes de las elecciones que dieron mayoría absoluta al PP, en una conferencia que dimos sobre Josep Pla en Caixa Catalunya. Después de mí, fue quien dijo cosas más sensatas. Recuerdo la ocasión porque aquel día salió en el e-notícies una información que decía que yo había firmado un manifiesto a favor de Duran i Lleida. Esta firmita indignó a algunos patriotas amigos míos, pero me abrió el mar de Egipto, exactamente como si el portavoz político de los Godó fuera Moisés en Catalunya. A la hora de cena tuve una conversación apasionante con Magalhães sobre las vanguardias catalanas y otros temas. Qué pena que la sacrosanta unidad de España precise de semejantes papelotes.

EL NACIONAL.CAT

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