Micropueblos: cambio de paradigma

Hace poco más de dos meses, este diario, siempre atento a cuestiones punzantes y de interés social y cultural, dedicó un dossier a la temática de los micropueblos. En ese preciso momento el Observatorio del Paisaje de Cataluña, con la colaboración de la Asociación de Micropueblos de Cataluña, estaba diseñando un seminario con el título ‘Los micropueblos: paisaje, urbanismo e identidad territorial’, que finalmente tendrá lugar el 15 de abril en Sant Miquel de Campmajor (Pla de l’Estany). Feliz coincidencia y muestra palpable de que el tema interesa, y desde muchos puntos de vista.

El dossier mencionado incidía en la cuestión que más debate ha suscitado en los últimos años: ¿deben seguir existiendo como entidades políticas los micropueblos? ¿Son una administración eficiente? Se cernía en el inconsciente la imagen desoladora del proceso de despoblación que estos pueblos han sufrido durante décadas, pero que hoy ya no se puede generalizar. Expertos de reputada competencia, como el geógrafo de la UdL Jesús Burgueño o la propia presidenta de la Asociación de Micropueblos de Cataluña, Maria Carme Freixa, daban su parecer sobre esta realidad. Se trata de una cuestión que hay que plantearse, evidentemente. Siempre hay que poner todas las cartas sobre la mesa, y esta es una de peso, entre otras razones porque los llamados micropueblos (municipios con ayuntamiento propio inferiores a 500 habitantes), si bien con un porcentaje de población inferior al 2% del total, ocupan y gestionan el 35% del conjunto del territorio catalán. Poca broma.

Personalmente, discrepo de una supuesta verdad irrefutable que se ha ido imponiendo a fuerza de ser repetida: la de que los pequeños municipios son inviables a todos los efectos y que, por tanto, hay que eliminarlos por la vía de la fusión con otros municipios vecinos más grandes, o bien creando un municipio de más dimensión y entidad que provendría de la agregación de varios pequeños municipios preexistentes. Es cierto que la prestación de servicios que ofrecen los micropueblos es limitada, dados los escasos recursos económicos con que cuentan. No lo discuto, pero hay soluciones, que ya se están planteando o poniendo en práctica en muchos lugares, como mancomunar servicios, crear centrales de compra, delegar servicios a entidades supramunicipales como los consejos comarcales o reclamar una mejora de la hacienda local que no sólo tenga en cuenta la variable población sino también la superficie o la dispersión de los asentamientos. Es más que discutible que, ante una problemática real como la mencionada, no haya ninguna otra vía de solución que la supresión pura y dura de la autonomía política. Se argumenta que esta supresión no tendría por qué implicar la pérdida de identidad y del sentido de colectividad. De nuevo discrepo. Por limitada que sea esta autonomía política, es vital conservarla y reformularla en la línea de empoderamiento político de la ciudadanía que hoy, como si fuera un tsunami, se reclama a diestro y siniestro. Son los signos del tiempo. Y, en cuanto al supuesto ahorro que para el erario público representaría esta supresión, lo cierto es que, con la boca pequeña, la mayoría de los expertos reconocen que sería más bien escaso, por no decir insignificante. Allí donde realmente se ahorraría -y mucho-es en la racionalización de otros niveles de la administración.

En cualquier caso, creo que ha llegado la hora de ampliar el foco, de considerar otros aspectos hasta ahora no tenidos en cuenta, de valorar no sólo los déficits indiscutibles sino sobre todo las potencialidades de los micropueblos. Se ha olvidado, por ejemplo, su papel fundamental y esencial en la vertebración del territorio, su presencia capilar en los rincones más alejados del país, las tareas de mantenimiento de unos paisajes de gran calidad o el hecho de que se hayan convertido en auténticos laboratorios de nuevas formas de vida y de gobierno del territorio, así como impulsores de innovadoras estrategias de desarrollo local, a menudo acompañadas de nuevos modelos energéticos. Estos dos últimos aspectos son hoy de rabiosa actualidad y lo estamos viendo en todas partes, cada día: la sociedad está pidiendo -exigiendo- nuevas formas de gobierno de los territorios, más participativas y participadas, más transparentes y, sobre todo, mucho más cercanas al ciudadano. Los micropueblos podrían ser el paradigma de esta nueva manera de entender el gobierno de los espacios de la vida cotidiana. Y, con respecto al tema energético, exactamente lo mismo: ¿no podrían convertirse en laboratorios de experimentación de energías renovables, limpias, descentralizadas y autogestionadas?

ARA