El manifiesto de la lengua

Al Manifiesto de la Lengua que han firmado 170 «lingüistas» le han hecho decir lo que no dice. En ninguna parte se afirma que en la futura «república» el catalán deba ser la única lengua oficial. ¿Debería decirlo? El problema de los manifiestos profusamente firmados es que para contentar a los convocados uno quita una línea, otro añade un párrafo, otro sitúa ese matiz, otro pone como condición punto y coma y el resultado final acaba siendo una poco un galimatías. Sospecho por la redacción que en el documento originario estaba la reclamación de la oficialidad única, pero que se perdió por el camino. Los más suspicaces se ve que han tenido la misma sensación y han corrido a criticarla con los epítetos de siempre: xenofobia, nazismo… esas florecillas. Los más moderados han observado una traición al espíritu del catalanismo histórico. Entonces, si no dice o no acaba de decir lo que le hacen decir, ¿qué dice el manifiesto? Es un diagnóstico de la situación del catalán y alerta del riesgo de que acabe siendo una lengua subalterna y se disuelva en el país que la vio nacer y donde ha sido cultivada desde hace más de mil años. No repetiré los argumentos. Se han divulgado mucho y no son una novedad ni el fruto de la hipocondría. El peligro está ahí. Si el documento dice eso, y eso lo dice seguro, ¿por qué las voces que critican lo que se imaginan que dice no inciden en ello? Muy bien: el catalán no debe ser la lengua oficial única de la «república». O no debe haber «república». Y pues, ¿cómo lo hemos de proteger?, ¿con «república» o sin? Se admiten ideas, cuantas más ideas mejor, y ustedes estarán de acuerdo conmigo en que recurrir a la xenofobia y al nazismo no es ninguna idea. Albert Branchadell, que también es lingüista, ha estudiado que la oficialidad única no garantiza la supervivencia de una lengua en un Estado independiente. Esto es una aportación. Pongámosla al lado del manifiesto, y pensemos en ello y discutámosla. Algunos abogan por mantener la situación actual porque es «la historia de un éxito»: la inmersión escolar, la cooficialidad… Lo que pasa es que el documento, con bases científicas, cuestiona este éxito o por lo menos que se pueda mantener en la situación demográfica y cultural de ahora.

Joan Vall Clara me lo enseñó: lo que tengas que decir, lo dices y además lo pones al titular. Jaume Arias me añadió: en periodismo se puede decir todo mientras se diga bien. Lo que vale para el periodismo vale para los manifiestos. Si los firmantes creen en la oficialidad única, que lo digan. Y si creen otra cosa, que la digan también. Como el escándalo de los que se quieren escandalizar será igual, y por lo tanto las cosas claras. Otra cuestión es la oportunidad del manifiesto, cuando el independentismo quiere sumar efectivos y cuando ya tenemos suficiente discusiones políticas montadas. ¿Pero cuándo es el momento oportuno?

 

Colonización involuntaria

MANUEL CUYÀS

A vueltas con el Manifiesto de la Lengua Catalana -o como se diga- del que hablábamos ayer. Uno de los párrafos contiene una expresión que ha disgustado de forma acusada a quienes son contrarios a la totalidad del documento. Es la que se encuentra al final de este corte: «El régimen dictatorial del general Franco completó sin embargo en dos generaciones este proceso de bilingüización forzosa mediante la represión político-jurídica del uso del catalán, la enseñanza obligatoria y la extensión de los nuevos medios de comunicación, ambos absolutamente en castellano, y ‘la utilización de una inmigración llegada de territorios castellanoparlantes como instrumento involuntario de colonización lingüística'». (El subrayado es mío, como dicen los eruditos y a mí me hace ilusión usarlo por primera vez en la vida). La introducción paliativa de la palabra «involuntario» no ha servido para calmar los ánimos. Tampoco el que la «colonización» y la «utilización de la inmigración» los redactores del documento los hagan responsabilidad del general Franco. Hablar de «colonización lingüística» por «involuntaria» que sea, ha sido calificado de «delirante», «etnicista», «xenófobo», «contrario a la tradición catalanista»… Qué obsesión con la tradición de los más modernos de la cuadrilla. Como si el catalanismo no se pudiera afeitar nunca más el bigote de Valentí Almirall. De hecho, lo fueron rasurando, por hablar sólo de la época de la transición, el PSC, con Marta Mata, y Convergencia. Y sobre todo el PSUC, desde antes de la muerte de Franco. «Dos lenguas, un solo pueblo». Ahora los del manifiesto encuentran que pasados los años una de las dos, la catalana, está en peligro de extinción e invitan a reforzarla. ¿Cómo? Ya dije ayer que el texto no acaba de quedar claro por un exceso de prudencia.

Pero hete aquí que me encuentro repasando la prensa de 1983, ocho años después de la muerte de Franco. Habla Leopoldo Calvo Sotelo, presidente del Gobierno:  “Hay que fomentar la emigración de gentes de habla castellana a Cataluña y Valencia para así asegurar el mantenimiento del sentimiento español que comporta.” Y el mismo, más tarde: “”La jugada maestra para nuestros intereses fue llenar Cataluña y Valencia de españoles”. Lo publicaron los diarios que ahora gritan, pero se ve que no lo recuerdan. Vaya si era «voluntarioso» y «lingüísticamente colonizador», el sucesor de Suárez… ¿Más que Franco? Se lo pregunto a un «colono»: «Sea como sea no lo consiguieron y muchos nos hemos apuntado a la independencia». Esto no asegura la supervivencia del catalán pero puede ayudar a ello. Y ahora que los críticos con el manifiesto ya se han desahogado, ¿que harían para que el catalán que tanto valoran y aprecian junto con el castellano no desapareciera? Nos lo pueden decir en castellano, que lo entendemos, valoramos y apreciamos.

EL PAIS